No hace ni una semana recordaba a uno de los referentes del universo futbolero de mi infancia, un imprescindible de los álbums de cromos y un símbolo de lo que signicaba el fútbol hace unas décadas: el gran Enrique Castro «Quini».
Fue el calendario de la literatura futbolera quien me trajo el recuerdo de quien fue no solo un gran jugador y goleador, sino también una gran persona y deportista. Me acordé de él el pasado jueves 22 de febrero, el día en que nos dejó otro de los grandes, Forges.
Ese día, la literatura futbolera me llevó hasta otro 22 de febrero, el correspondiente a 1981, y a dos fragmentos escritos por dos autores: el valencianista Rafa Lahuerta y el culé Jordi Puntí. En ambos aparece se hace referencia a Quini, protagonista de uno de los episodios más terribles de nuestra historia futbolística: el secuestro del que fue objeto.
Por falta de tiempo no me fue posible publicar el artículo que había preparado con la mención a aquel día. Es el siguiente:
El fragmento del primero corresponde a su libro “La balada del Bar Torino”, y dice así:
“Creo que fue ese fin de semana cuando secuestraron a Quini. A la semana siguiente el Valencia empató en casa contra el Valladolid. Era, ojo al dato, 22 de febrero de 1981. Entró entonces el equipo en un bache que le restó muchas opciones de ganar el título. Tampoco el Atlético aguantó el tirón y el Barça, que venía por detrás, pagó caro el affaire Quini. Contra todo pronóstico, Real Sociedad y Real Madrid se metieron en la pelea por la Liga”.
Y el párrafo de Jordi Puntí lo podemos encontrar en su relato “Cuando era un neeskens”, que aparece en la recopilación “Cuando nunca perdíamos”. Dice así:
“«Domingo 22 de febrero de 1981: el Barça ha empatado 1-1 con el Betis en el Benito Villamarín. Goles de Morán y Bernd Schuster». Aquel Barça lo entrenaba Helenio Herrera, precisamente. En él jugaba Quini, a quien habían secuestrado la temporada anterior. El Morán que marcó el gol del Betis era un extremo que acabó jugando en el Barça”.
La zona de gol se queda un poco más vacía con la ausencia de Quini.
Ilustracion de Alfonso Zapico