Fútbol para el Día Mundial de la Poesía

 

El pasado 21 de marzo se celebró el Día Mundial de la Poesía. En aquel momento no me fue posible publicar nada, pero como se suele decir, más vale tarde que nunca. Así que aquí va un sencillo video con algunas recomendaciones que vinculan lo futbolístico con lo poético.

Fútbol, literatura y … dados

 

Hat Trick fútbol y dados en un juego de mesa

 

En estos tiempos de confinamiento a uno se le ocurren las ideas más estrambóticas. Hoy he recordado uno de los párrafos de la maravillosa “Hijos del fútbol”, en la que Galder Reguera, su autor, escribe lo siguiente:

Trazaba el calendario de liga, y después eran los dados los que decidían los resultados. El seis de los dados era un cero en el marcador. Si muchos partidos quedaban con resultados abultados, restaba goles. Un 5-4 se convertí así, a veces, en un 1-0 que daba más realidad a los resultados de la jornada.

 

 

Jugar una liga con dados fue también uno de mis entretenimientos (y de más de un amigo del barrio) durante un tiempo. Recuerdo la cantidad de horas que llegué a pasar solo en mi habitación disputando partidos y competiciones con la única ayuda de una libreta, un bolígrafo de color azul y otro de color rojo, y un par de dados.

Siguiendo el ritmo de la jornada de la competición oficial, los resultados que el azar de mis lanzamientos de dados ofrecían eran el mejor equivalente a los goles que se marcaban sobre el césped. Y así, una vez celebrados todos los partidos, comenzaba a trasladar los resultados a mi libreta, que después completaba con la correspondiente clasificación. No faltaba, en esta, el máximo de datos posibles: jornadas disputadas, partidos jugados, ganados, empatados y perdidos. Goles a favor y en contra. Y algo que en aquella época existía y que hace años desapareció del mundo del fútbol: los puntos positivos y negativos. Lamentablemente, no conservo ninguno de aquellos inocentes y fantasiosos cuadernos.

Seguramente, en el mundo de los juegos, el dado sea, si no el rey, uno de ellos. A la hora de pensar en situaciones azarosas, es difícil que su imagen no sea una de las que se nos aparezcan. “Dios no juega a los dados”, el conocido libro de Einstein, así lo demuestra.

 

 

En el mundo de la literatura de ficción los dados se convierten en el epicentro de “El hombre de los dados”, de Luke Rinhehart, donde el psiquiatra que protagoniza la historia decide abandonar el método científico y dejar que los designios de su vida dependan de unos dados lanzados al azar.

¿Qué sucede en el mundo de la literatura futbolera? ¿Existe alguna relación entre dados y fútbol? Pues sí. Ya he citado la referencia de Galder Reguera en “Hijos del fútbol”. También podemos acudir a la extraordinaria “Las manos”, novela escrita por Miguel A. Zapata y publicada por la Editorial Candaya, y en la que su protagonista, Mario Parreño, es incapaz de tomar una decisión sin consultar previamente los dados que siempre le acompañan. La obra, sin ser estrictamente futbolera, tiene un trasfondo vinculado al mundo del fútbol pues el personaje principal, tras la desaparición de la Copa del Mundo obtenida por la selección española en el Mundial de Sudáfrica, emprende un estrambótico viaje para recuperarla.

Incluso existe el «Fútbol con dados«, un juego de mesa y de estrategia que simula la celebración de un partido de fútbol.

 

 

O el «Hat Trick«, otra original propuesta de juego de mesa para poder dar rienda suelta a las ansias futboleras cuando no hay más remedio que quedarse en casa y en la que los dados son elemento principal.

Y, en fin, si tenemos que hablar de fútbol y dados no podemos olvidar la espectacular afirmación del ya veterano futbolista alemán Lukas Podolski, quien dijo que “el fútbol es como el ajedrez, pero sin dados”.

Todo este paseo por la relación entre el mundo el fútbol y el de los dados se debe a que se me ha ocurrido que podría recuperar alguna actividad de este tipo para estos días de confinamiento. Me siento completamente identificado con uno de esos a los que se refiere Carlos Marañón en su magnífico artículo «A los que juegan«. Y aunque “Pensando no se llega a na”, como dice la canción de mi admirado Josele Santiago, se me ha ocurrido una idea para recuperar aquellos momentos de confinamiento infantil en mi habitación. Y la propuesta, claro está, tiene que ver con libros de fútbol, provincias y un dado.

 

Mapa Provincial Fútbol y Literatura

 

Así que se me ha ocurrido aprovechar el Mapa Provincial del Fútbol y la Literatura que elaboré hace un tiempo y montar un campeonato un tanto particular. Durante los próximos días los libros y autores que representan a cada una de las ciudades se enfrentarán a partido único. ¿Y cómo se determinará el resultado final? Pues en función de lo que decida… un dado.

Como en total hay 50 provincias (no se incluyen las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla), en el primer enfrentamiento se clasificarán 25 libros. De los 25 eliminados repescaré uno al azar, para que sean 26 los que pasen a la segunda ronda.

Para la segunda ronda se clasificarán 13, más otro que el azar repescará para que queden 14.

La tercera ronda nos dejará 7 equipos. Con el repescado obtendremos los 8 que pasarán a las semifinales y, por último, a la gran final.

 

 

Los participantes, como decía, son libros o relatos de temática futbolera escritos por algún autor nacido en cada una de las provincias. Hay casos en los que podrían haber sido otros los autores y libros seleccionados, pero el criterio que tomé a la hora de crear el mapa fue el de conseguir, al menos, una representación por provincia.

De momento, he asignado a libro/autor/provincia un número del 1 al 50. Y una aplicación ha hecho unos emparejamientos al azar que han dado el siguiente resultado para los partidos de la primera ronda:

Jornada 1

Y esta tarde, si nada lo impide, se celebrarán los primeros partidos.

Ya que nos hemos quedado sin fútbol, habrá que ingeniárselas de alguna manera para que los dados… perdón, el balón, siga rodando.

 

 

Imagen de www.colombia.as.com

 

«Tuits al aire. Del Camp Nou a la vida», un relato corto de F. Xavier Simarro

 

PARTIDO

 

Tiempos de confinamiento en los que una de las mejores tablas de salvación que nos quedan es la lectura. Y si es literatura futbolera, mejor.

Os dejo un emotivo relato corto que el escritor y profesor Francesc Xavier Simarro ha tenido la gentileza de enviarme, y que gira en torno a ese mágico e inolvidable momento en el que un padre lleva a su hijo por primera vez al estadio de su equipo. En este caso, es el Camp Nou. Pero seguro que cualquier aficionado que haya vivido la experiencia de descubrir el fútbol de la mano del padre se sentirá identificado.

Espero que lo disfrutéis.

 

Tuits al aire. Del Camp Nou a la vida

 

Luz al final del túnel. Socios y seguidores vestidos de ilusión. Una platea verde abierta al mundo. 22 pies blaugranas danzando. La partitura se ha explicado en el vestuario. Toca interpretarla. Con ritmo, sudor y talento. Barça en estado puro.

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La belleza de contemplar en can Barça la danza de los jugadores. Sus pies trenzando pases. El chut se presiente. Hay que vencer al dragón de la derrota. Las espinas caen y el castillo de la portería será asaltado. Respiramos aroma de victoria.

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Barça son los ojos sorprendidos, abiertos de par en par, de un niño convertido en bocadillo entre el padre ebanista y un desconocido. Su dolor de pies y el bigote frio, metálico, de los antiguos soportes situados tras los goles. La nariz congelada, el corazón a punto de estallar, y el chut que apenas atisbaba. ¡Fuerza, padre!

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Can Barça es un bosque de luciérnagas ondulando. Un mar de muñecas que cimbrean, gritos. Aupamos a Messi. Soñamos con sus goles subiendo al marcador. Miles de cuellos, cual flamencos en las marismas del estadio, se alargan.

***

Bocas del estadio vomitando público. Un Barça que mastica triángulos, posiciona delanteros y logra que ruja el público. La pizarra es la ruta, también el paseo que nos conduce al estadio. Afilamos los dientes intuyendo el placer que nos aguarda. ¡Comámonos el balón!

***

El corazón atenazado por la emoción. La vista fija en la alfombra verde. Alfileres de mil colores puntean la gradería. Todo él tiembla. Un culer de siempre. Demasiados años con el saco roto por las derrotas. La red se llena de goles. ¡Queremos una nueva Champions!

***

Antes que nada, dibujaron el rectángulo de juego. Luego edificaron. Ella lo veía en sus idas y venidas de casa al trabajo. En la Maternidad, a un tiro de piedra, nacerían sus dos hijos.

La gestación del estadio la acompañaba durante sus paseos por la Travessera de les Corts. Todavía nadie escribía tuits. La platea verde, que nunca quiso contemplar en directo, no era su teatro particular. La línea de producción en la fábrica, sí. El dragón de la miseria cabalgaba poderoso en los años 50. Costaba llegar a final de mes. Ante sus ojos, día a día, se alzó el castillo blaugrana.

Al niño del tercer tuit lo parió ella. Miró Sans, un año antes (1957) alumbró un estadio que dejaba atrás el de la calle Industria (si, el de los culos al aire) y el de las Corts.

A base de bocadillos (no solo los del campo) y otras menudencias el bigote del niño salió a la luz y cobró forma. El dolor de pies ahora le llega tras 5 horas de clase haciendo malabarismos, no con los pies, como los futbolistas; sino con las mentes (no siempre receptivas, de sus alumnos de primaria) La pizarra es una de las rutas del saber, aunque cada vez menos. Ahora son digitales. Y los marcadores, y las pantallas gigantes del estadio.

No siempre consigue dejar boquiabiertos a los niños (únicamente cuando les lee un cuento).

Culer de siempre, de toda la vida. Como el padre ebanista (el del tercer tuit) que nos dejó, perdiéndose el bosque de luciérnagas punteando la gradería. Messi no ha llegado a verlo. Lástima, los artistas siempre se acaban entendiendo entre ellos. Construía unos muebles que hubieran enamorado al mago argentino. Mi padre depositaba la magia en la madera convertida en sillas, butacas y sofás, dignos de una tribuna culer.

En la previa, la emoción de ir al campo de su mano. Luego venia el paseo desde Collblanc hasta la puerta del estadio. Una boca nos vomitaba, y la platea esperaba ansiosa ser pisada por las botas. Yo no respiraba, no decía ni pio, subido a la torre de las emociones.

Había una vez un niño que se convertía en bocadillo humano. Que lucia un bigote imposible de afeitar. Que algunas noches cenaba berenjenas fritas, antes o después del bocadillo en el campo, no recuerdo. Ahora escribe tuits, y se queda mudo de emoción cuando contempla algunas jugadas.

Respiro aromas de victoria. Conozco el rectángulo de la vida. Me han puesto la zancadilla algunas veces. He olvidado la táctica a seguir, pero aún no he caído de la alineación.

Seguro que papá, con la vista fija en la alfombra verde, vio desde su tribuna particular la primera Champions. Aquella inútil estirada de Pagliuca. Quizás pensó: ¡ya era hora! Demasiado años cargando con el saco roto por tantas derrotas. Le escribiré un tuit: papi, tenías razón. Deberían comerse el balón cuando encaran la portería.

F. Xavier Simarro Montané.

 

Biel Camp Nou

«El halo de luz», un relato futbolero de José Antonio Lizana Arce

 

 

El periodista y escritor chileno José Antonio Lizana, autor de «Ceacheí”: Palabra de Campeón» o «Pelota en la (s) red (es) sociales», entre otras muchas obras de temática deportiva, ha tenido la deferencia de enviar un original y emotivo relato futbolero que a muchos de vosotros, estoy convencido, os traerá buenos recuerdos.

Su participación en el blog no es nueva, pues ya pudimos disfrutar de otros de sus relatos: «Anoche tuve un sueño» y «El timbre de don Rolando«, acompañado de un video, en el que explica una experiencia con un balón desaparecido.

Disfrutadlo 🙂

El halo de luz

(José Antonio Lizana Arce)

 

Los últimos treinta pesos de la mesada me los gasté, a pesar de que mi papá me aconsejó que los hiciera durar. Por lo mismo, mi emoción cuando en el sobre me salió la figurita clave del álbum oficial de Italia ’90.

Recuerdo que todas las tardes nos juntábamos con los amigos del barrio a intercambiar láminas y dicha impresión no pasó desapercibida. “La tengo, la tengo, la tengo, ohhhhh, esa no la tengo”, me decían los niños asombrados.

En mi billetera portaba las láminas repetidas y el álbum lo guardaba debajo de la almohada cuando me iba a dormir. En el sueño profundo, las figuritas cobraban vida propia y se enfrentaban en un partido inédito en un campo de dimensiones infinitas.

El primer equipo de láminas vestía a listas y estaba conformado por Tony Meola, Paolo Maldini, Nestor Fabbri, Mauro Galvao y Ronald Koeman; Sergei Aleinikov, Andreas Möller, Tab Ramos y Bernardo Redín; Anton Polster y Marius Lacatus. Y el otro elenco de cromos, uniformado a franjas, se presentaba con Thomas N’Kono; Andrés Escobar, Óscar Ruggeri, George Popescu y Peter Larsson; Erwin Koeman, Jan Ceulemans, Rafael Martín Vásquez y Paul Gascoigne; Francois Oman Biyik y Ruben Sosa.

Este partido no tenía horario de inicio, porque no estaba condicionado a las obligatoriedades de las transmisiones televisivas. Tampoco había letreros de publicidad al borde de la cancha y la pelota no respondía a los diseños típicos de las marcas deportivas, sino más bien era un titilante halo de luz.

Sin tantas reglas, la luminosidad intempestivamente comenzó a posarse en los pies de Maldini, para saltar a la cabeza de Polster, quien quiso pivotearla con la técnica que le había enseñado Iván Zamorano en el Sevilla, pero su movimiento fue tan rápido que se desplazó hasta el otro sector del campo de dimensiones infinitas.

El portero N’Kono le lanzó una patada voladora al fulminante destello, que hizo que cayera en los pies de Ramos, quien lo dominó por menos de una de centésima de segundo. Redín, creyendo que se jugaba con un balón tradicional, no aceptó la imprecisión y le movió los brazos al estadounidense en señal de protesta. La posesión del halo de luz no se podía cuantificar, porque su permanecía era efímera en los pies de los futbolistas.

La disputa por el balón entre Koeman y Ceulemans se parecía más a una pintura de Miguel Ángel o a un épico final de cuento de Roberto Fontanarrosa. Asimismo, la férrea marca de Aleinikov a Sosa era más bien un estilizado paso de ballet al más puro estilo de Cascanueces. Sí, eso era verdaderamente el fútbol y no lo que se había visto hasta ahora, señoras y señores.

Maldini se posicionó con liderazgo en el piso celestial, así como lo hizo durante tres décadas en el Milan de Italia. Junto a Fabbri conformaron un murallón de nube que bloqueó todos los intentos ofensivos de Oman Biyik. Ambos defensores exhibían mucho oficio y siempre adivinaban la caída del halo.

En uno de esos duelos, el delantero camerunés tuvo una mala caída y quedó inconsciente por algunos minutos. Inevitable fue el terrible recuerdo de su compatriota Marc Vivien Foe pero, afortunadamente, el ariete se repuso muy rápido.

El español Martín Vásquez era un termostato del juego e intuía de forma natural el movimiento del halo, mostrándoles a sus compañeros la dirección en que éste se dirigía. Uno de esos ataques fue neutralizado por Möller, quien comenzó con una espléndida jugada en área propia, tomando carrera y superando la marca de Erwin Koeman, hasta posicionarse en cielo contrario y lanzar el rayo luminoso a Lacatus, que finiquitó con un tiro rasante idéntico al que le conectó a los soviéticos en el Mundial de Italia.

Los sudamericanos de la retaguardia, Escobar y Ruggeri, fueron a encarar al portero N’Kono, quien en un espontáneo francés les dijo: “Je n’ai pas vu la lumière”. Al ver que sus compañeros no le entendieron, tradujo en un perfecto español: “No vi la luz”. Ambos zagueros se miraron ante la extraña explicación, aunque ellos tampoco la vieron.

El halo volvió al centro del cielo y el juego lo reanudó Sosa, quien entregó de primera a Gascoigne. Sin embargo, el pase fue corto y lo interceptó Ramos, que trató de gambetear a Popescu, pero éste lo agarró de la camiseta y lo derribó. No obstante, la falta quedó sin cobro porque no había árbitro ni reglas. Y menos se podía reclamar a la FIFA o consultarle al VAR, porque simplemente no existían.

Los jugadores se detuvieron y se arreglaron a la buena. El “Cabezón” Ruggeri pensó en sus míticos duelos con Aldo Serena y José Luis Chilavert.

Los delanteros Polster, Lacatus, Sosa y Oman Biyik, hastiados de recibir todo el juego brusco, les reclamaron a los defensores que, de esa forma, su vida futbolística iba a ser mucho más corta de lo deseado. Por resta razón, los arietes de ambos cuadros, decidieron retirarse del encuentro. Como no había capitanes, los más avezados Ruggeri y Aleinikov intentaron evitar la salida, pero no lo consiguieron.

El duelo proseguiría con nueve hombres por lado y con ambas escuadras totalmente adelantadas para cubrir el infinito campo de juego.

En uno de sus vertiginosos desplazamientos, el halo fue capturado por Martín Vásquez, quien se lo entregó a Ceulemans y éste posteriormente se lo cedió a Escobar. El colombiano se lo iba a ceder al arquero N’Kono, pero un trueno cayó muy cerca del guardameta, quien se desmayó debido al gran estruendo que provocó el fenómeno eléctrico. Mauro Galvao se acercó lo que más pudo al portero accidentado, pero Erwin Koeman y Gascoigne no lo dejaron pasar. El defensa vociferaba desde la distancia: “Esta é uma farsa. O arqueiro esta fingindo, eu sei”. Los futbolistas europeos lo miraban, pero no le entendían. El juego, después de un rato, continuó con normalidad.

El cielo se cubrió completamente y no había forma de seguir las acciones del encuentro. A través de los destellos lumínicos del halo se podía ver un poco el ida y vuelta del partido divino. Ruggeri, en ese invisible panorama, le advertía a Escobar que se cuidara de los autogoles. Mientras, Popescu y Larsson se aprovechaban de la situación y le metían codazos en el cuerpo y en la cara a Redín. A su vez, Erwin Koeman cuidaba, cual cancerbero, a su hermano Ronald para que no lanzara de distancia como en esa recordada final de la Copa Europea de Campeones de 1992.

Gascoigne, que estaba demasiado huérfano en delantera, imploraba un rayo de luz mediante un cambio de frente de Celeumans o Martín Vásquez. En la profundidad de la noche, el inglés sacó una botella de whisky de adentro del pantalón y se la tomó de una vez. ¿Quién iba a decirle algo si ese fue el mismo camino por el que transitaron los celestiales Garrincha, George Best y Sócrates?

El viento y la espesa masa nubosa se transformarían en los mejores aliados ofensivos del equipo franjeado. El aro luminoso se instaló en el área de Meola por más de tres horas, tiempo en que la esfera no registró movimiento alguno. El portero observaba impresionado el arcoíris que se formaba en la parte interna y externa del anillo del halo. Sin respuesta ante tal inercia, sus compañeros lo instaban para que saliera a achicarle el ángulo al astro. Sin embargo, cuando se empezó a acercar a la brillantez, ésta se metió por debajo de sus piernas, pero inauditamente se detuvo sobre la demarcación de la meta y luego se devolvió al centro del campo. A esas alturas ya se habían integrado las láminas del póster promocional: Ruud Gullit y Enzo Francescoli para reforzar la ofensiva del equipo de listas y Careca y Emilio Butragueño para potenciar a los franjeados.

Butragueño encontró en Martín Vásquez a un socio perfecto y en pasajes del encuentro rememoraron algunas jugadas de la maravillosa época de la “Quinta del Buitre”, que en la década de los ochentas conformaron en el Real Madrid junto a Míchel, Manolo Sanchís y Miguel Pardeza.

Ambos dominaban el rayo de luz de manera fantástica. Sus jugadas empezaban desde el fondo con el “tuya, mía, para ti, para mí” de cabezazos o toques con borde interno. De hecho, a través de uno de esos impactantes virtuosismos futbolísticos llegó el empate para los de la franja.

El recién ingresado mediocampista Francescoli asumió una espontánea capitanía y a sus defensores les pidió mayor cohesión. El uruguayo les contaba a los suyos acerca de los innumerables títulos conseguidos con Uruguay y River Plate de Argentina. Incluso, el “Príncipe” recordó un episodio de la final de la Copa América 1987 ante Chile. “Toqué la pelota por un lado y Astengo me hizo una rotura de cuádriceps que todavía tengo. Me puse mal, Astengo se me paró adelante, no contuve el impulso y le metí un cabezazo. Me echaron a los veinte minutos. Y ni siquiera le rompí la nariz. Bueno, las finales son así”, relató.

Posteriormente, el mediocampista echó a correr el halo, se lo pasó a Koeman y con su elegancia acostumbrada picó al vacío para buscar el lanzamiento en profundidad del holandés, el cual habían ensayado en las prácticas. Tal como en el partido amistoso entre River Plate y Polonia en 1986, Francescoli realizó una contorsión en el aire y conectó la luz de chilena. Su grito de gol se escuchó con un eco cósmico, así como el de Carlos Caszely ante Botafogo en el Maracaná en 1973.

El elenco franjeado sintió el segundo tanto casi como un golpe de knock-out. El juego bonito de Butragueño y Vásquez se fue diluyendo, para dar paso a la imprecisión, al nerviosismo y la descoordinación. El arquero N’Kono nunca más volvió y el forado en la retaguardia ya no había cómo disimularlo. El “Cabezón” Ruggeri estaba extenuado de ir a tantas coberturas y de gritarles y ordenar a los duros Escobar, Larsson y Popescu. El mediocampo era definitivamente de otro planeta, porque Erwin Koeman, Celeumans, Gascoigne y Vásquez estaban totalmente desconectados entre sí.

En un contraataque de los franjeados, el halo se pegó al pie de Careca, quien se sacó la marca de los defensores y arrancó por la banda derecha. En esa carrera derribó a todos sus rivales y desde el suelo marcó un golazo. No había hinchas para celebrarlo y tampoco cámaras para inmortalizar la mejor jugada de todos los tiempos Todos los jugadores fueron a abrazar a Careca, para posteriormente sacarlo en andas, y dar la vuelta olímpica por el piso de los bienaventurados. Dada la belleza del tanto, las estrellas del balompié internacional decidieron terminar el encuentro en empate, sin vencedores ni vencidos.

El campo infinito se empezaría a despoblar de manera paulatina. De repente, el despertador sonó y me aseguré de que estuviera el álbum debajo de la almohada y de que no me faltara ninguna lámina, especialmente las que habían disputado el alucinante partido. Afuera de mi ventana, estaba el halo de luz.