
Hoy, día 20 de septiembre, es el cumpleaños de uno de los grandes de la literatura contemporánea: Javier Marías. Autor de gran prestigio y reconocimiento, con una producción de una calidad indiscutible, ganador de los premios más importantes (excepto el Nobel, para el que siempre suena), compositor de pequeñas joyas en forma de artículos semanales…
Por si todo lo anterior fuera poco, Javier Marías es un declarado aficionado al fútbol (seguidor del Real Madrid, no todo iba a ser perfecto :-D), y uno de los principales responsables de mi afición por la literatura futbolera.
Cómo ha cambiado todo, pensé. Hace sólo veinte años no había intelectual que se atreviera a confesar públicamente que le gustaba el fútbol.
Javier Marías en «Letras de fútbol«, artículo publicado en «Salvajes y sentimentales«

Y es que siempre que alguien me pregunta de dónde procede mi afición por este tipo de literatura no tengo que pensar demasiado para responder: seguramente, el libro “Salvajes y sentimentales” fue el que me introdujo de verdad en un mundo apasionante que unía dos de mis grandes aficiones, el fútbol y la lectura.
Si hago un esfuerzo de memoria puedo identificar unos primeras aproximaciones ya desde mi infancia, cuando me dedicaba a dibujar jugadas de fútbol en las páginas en blanco que separaban los capítulos de mis libros de “Los cinco” o “Los Hollister”.
Dibujos muy esquemáticos, en los que un par de jugadores hacían una pared y marcaban un golazo que se colaba por la escuadra de un escuálido portero que se estiraba sobre el papel. Aunque de forma inconsciente, creo que ese fue el germen inicial que se traduciría mucho tiempo después en la afición por los libros de fútbol.

Lejos de esos acercamientos infantiles, mi gusto por la lectura me llevó a disfrutar mucho con los artículos en prensa de Manuel Vázquez Montalbán, quizá uno de los primeros que me hizo ver que el fútbol se podía leer. Lo mismo ocurría con las crónicas de los partidos de Santiago Segurola, que me parecían auténticas piezas literarias que nada tenían que ver con las anodinas descripciones de partidos que se podían leer en algunos medios.

Pero, sin duda, el artículo que quizá ejerció de “¡Ábrete, Sésamo!” fue “La recuperación semanal de la infancia”, de Javier Marías, texto y frase que no me he cansado de repetir cada vez que tengo ocasión cuando alguien me pregunta acerca del fútbol. Aquella “recuperación semanal de la infancia”, en mi caso, supuso un regreso a aquellos momentos de soledad en los que dibujaba torpemente jugadas de fútbol en los espacios en blanco de un libro.
En la sinopsis del libro podemos leer:
La supuesta incompatibilidad entre las letras y el fútbol ya fue desmentida por algunos clásicos modernos: tanto Nabokov como Camus ocuparon puesto de portero en sus respectivas juventudes, y el segundo dijo que cuanto de importante sabía acerca de la moral humana lo había aprendido en el fútbol.
A ellos se une el novelista Javier Marías (que fue extremo izquierdo en la infancia) con esta colección de piezas futbolísticas en las que tampoco la moral está ausente. Escribir de este deporte es para él «un descanso», lo cual debe entenderse, según apunta Paul Ingendaay en su prólogo, como la oportunidad de abandonar las máscaras de la ficción e instalarse en un territorio en el que «las cosas están claras y el autor se siente seguro de sus pasiones y de sus recuerdos».
Para Marías el fútbol es «la recuperación semanal de la infancia»; y también es temor y temblor, dramaticidad y zozobra, una mezcla de sentimentalidad y salvajismo, una escuela de comportamiento y nostalgia, y la escenificación de la épica al alcance de todo el mundo.
Y vemos el fútbol como lo que seguramente es, en el fondo, para millones de aficionados: un interminable desfile de héroes, villanos, figurantes y gestas, un espectáculo que quizá merezca la pena tomarse en serio.

“La recuperación semanal de la infancia” acabó formando parte de una joya como es “Salvajes y sentimentales”, un libro editado por Aguilar en el 2000 (la edición que yo tengo) y en el que se recoge una selección de artículos sobre fútbol escritos por Marías entre 1992 y el 2000, publicados mayoritariamente en El País o en el suplemento dominical El Semanal.
Y si el otro día hablaba de la presentación del festival «Letras y fútbol 2015» que se celebrará en noviembre en Bilbao, ahora es momento de volver a citar las palabras «letras» y «fútbol«, puesto que «Letras de fútbol» es el subtítulo del libro de Marías.
En el prólogo al libro se citan unas palabras del propio Marías publicadas en su libro Vida del fantasma, de 1995, en las que dice:
“Pocas cosas me han hecho tanta ilusión en los últimos años como que me pidieran escribir sobre fútbol de vez en cuando: un descanso.”

Imagen de www.javiermariasblog.wordpress.com
Afortunadamente, a lo largo de todos estos años esa afición futbolera suya se ha trasladado en numerosas ocasiones a textos y artículos, demostrando así que la combinación de fútbol y literatura puede ser muy fructífera, y que cuando esa unión nace de la mano de grandes autores como él, pueden dar a la luz auténticas joyas literarias.
Sirva pues este modesto artículo como muestra de homenaje y reconocimiento a quien tanto me ha hecho disfrutar con este tipo de literatura. Creo que es de justicia hacerlo, y más aún cuando uno conserva en su biblioteca una dedicatoria suya de hace muchos años en la que se hace referencia a la “caballerosidad impecable”.

Así que aprovecho el día de hoy para felicitarlo por su cumpleaños y para recordar a uno de los grandes jugadores de esta plantilla integrada por escritores que han dedicado parte de su obra al fútbol.
Aparte de recomendaros la lectura de “Salvajes y sentimentales” (y, por supuesto, de toda la obra de Javier Marías), os invito a que os paséis por la web www.javiermarias.es para conocer todo lo que tiene que ver con su obra y por el blog www.javiermariasblog.wordpress.com, en el que encontraréis una recopilación de todos los artículos que va publicando.
Si estáis interesados especialmente en los que hacen referencia al fútbol no tenéis más que utilizar el buscador.
Y para terminar, aquí tenéis el artículo “La recuperación semanal de la infancia”.
“La recuperación semanal de la infancia”
El escritor Guillermo Cabrera Infante detesta el fútbol. La escasa tradición cubana en este deporte podría justificarlo, pero sus más de veinticinco años en Inglaterra anulan tal explicación. Recuerdo su cólera y sus denuestos cuando ocurrió la tragedia de Heysel. Apartándose por una vez de Nabokov, que fue guardameta en su exilio de Cambridge y hasta el final de su vida gustó de ver partidos por televisión, no culpaba a los hinchas del Liverpool, sino al propio deporte: “Ese juego nefasto”, decía, “incita a la violencia porque es violento en sí mismo: se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada”. Es curioso que, en cambio, en Estados Unidos el fútbol no haya prosperado porque allí se lo considera demasiado lento y blando, una práctica propia de señoritas. Y en efecto, cuando estuve unos meses en la Universidad exclusivamente femenina de Wellesley College, el deporte preferido de las alumnas no era otro que el arte de Di Stéfano, para mi gran sorpresa. Claro que allí podía deberse a la influencia del propio Nabokov, que pasó por el lugar en los años cincuenta y quizá instauró la tradición.
Lo que sí sé es que no hay deporte que más angustie, cuando es angustioso. Es más, en mi caso particular confesaré que es de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera –exacta- en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperación semanal de la infancia. Hace un mes llegué a asustarme: al carecer de descodificador en mi televisión, hube de seguir la última jornada de la Liga española por radio, como en la postguerra y aun después. Tal vez fue eso lo que me retrotrajo con demasiada vehemencia a los años más indómitos de mi niñez, pero lo cierto es que cuando, acabados los partidos, mi editor culé me llamó con el himno del Barça como música de fondo y dispuesto a hacer bromas de las que –siempre entre risas y sin asomo de ceño- nos gastamos doscientas a lo largo del mes, le anuncié muy serio que ya no podría publicar nunca más con él; y no sólo eso, sino que dudaba que volviera a pisar Barcelona (ciudad que me encanta y en la que viví) y desde luego no pondría jamás pie en Tenerife. Me salió el hooligan que todos los aficionados llevamos dentro.
Por suerte todo se me pasó al cabo de unas horas –pero no menos-, porque el fútbol soporta una maldición que a la vez es la salvación de jugadores, entrenadores y forofos compungidos por una derrota. Se trata de una actividad en la que no basta con ganar, sino que hay que ganar siempre, en cada temporada, en cada torneo, en cada partido. Un escritor, un arquitecto, un músico pueden sestear un poco tras haber hecho una gran novela, un maravilloso edificio, un disco inolvidable. Pueden no hacer nada durante un tiempo o hacer algo menor. Entre los primeros, que son los que más conozco, los hay que han pasado a ser buenos por decreto y hasta el fin de sus días gracias a una sola obra estimable escrita cincuenta años atrás. En el fútbol, por el contrario, no caben el descanso ni el divertimento, de poco sirve tener un extraordinario palmarés histórico o haber conquistado un título el año anterior. No se considera nunca que ya se ha cumplido, sino que se exige (y los propios jugadores se lo exigen a sí mismos) ganar el siguiente encuentro también, como si se empezara desde cero siempre, analogía del resultado inicial de todo partido. A diferencia de otras actividades de la vida, en el deporte (pero sobre todo en el fútbol) no se acumula ni atesora nada, pese a las salas de trofeos y a las estadísticas cada vez más apreciadas. Haber sido ayer el mejor no cuenta ya hoy, no digamos mañana. La alegría pasada no puede hacer nada contra la angustia presente, aquí no existe la compensación del recuerdo, ni la satisfacción por lo ya alcanzado, ni por supuesto el agradecimiento del público por el contento procurado hace dos semanas. Tampoco, por tanto, existen durante mucho tiempo la pena ni la indignación, que de un día para otro pueden verse sustituidas por la euforia y la santificación. Quizá por eso el fútbol sea un deporte que incita a la violencia, como decía Cabrera: pero no por las patadas, sino por la angustia. A cambio hay que reconocer que tiene algo inapreciable y que no suele darse en los demás órdenes de la vida: incita al olvido, lo que equivale a decir que a lo que no incita nunca es al rencor, algo que se aprende sólo en la edad adulta.
Javier Marías (1992)

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