Balones desaparecidos: relato «El timbre de don Rolando», de José Antonio Lizana Arce (Santiago de Chile)

 

En mi obsesión por todo cuanto tenga que ver con «balones desaparecidos«, he contactado con algunos periodistas y escritores para pedirles que expliquen alguna vivencia relacionada con ese trágico momento en el que una pelota caía en un lugar inaccesible. Y, también, para que indiquen si usaban alguna palabra o expresión especial para referirse a ello.

A continuación, el video enviado por el periodista y escritor José Antonio Lizana Arce, desde Santiago de Chile, en el que hace referencia a un maravilloso relato que podéis leer justo después.

 

Y el relato:

 

El timbre de don Rolando

 Dedicado a Felipe Risco Cataldo

 

Domingo 27 de octubre de 1985. Calles despobladas por la alta temperatura, pero también por el temor de perder la vida en cualquier esquina.

Por eso, la casa parecía el lugar más seguro y en familia mirábamos el partido de la Roja frente a Perú, por el repechaje sudamericano rumbo al Mundial de México 1986.

El inicio del encuentro fue de ensueño, porque no habían pasado ni siquiera los primeros quince minutos y ya les llevábamos tres a cero a nuestros vecinos del norte. Asimismo, Pedro Carcuro vociferaba en la intervenida señal de la televisora estatal que los goles chilenos provenían de Europa, debido a las furibundas estocadas de Jorge Aravena del Valladolid de España, Hugo Rubio del Málaga del mismo país y Alejandro Hisis del OFI de Grecia. ¿El relator habrá querido hacer un guiño a los compatriotas que estaban obligadamente en el extranjero?

El “guardián” peruano Eusebio Acasuzo tuvo que ser remplazado por Ramón Quiroga a los veinticuatro minutos del primer tiempo, en uno de los episodios más singulares de la historia del fútbol. Unos pocos meses atrás, el mismo Acasuzo había sido figura en los dos partidos eliminatorios ante la Argentina de Maradona, que posteriormente se consagraría campeona mundial en México ’86 (1-0 en Lima y 2-2 en Buenos Aires). Por ello extrañó su nefasta actuación en Santiago, a tal punto que los mismos peruanos acusaron al arquero de venderse a cambio de seis mil dólares. Las cuarenta mil personas que asistieron al Estadio Nacional agradecieron irónicamente la “ayudita”, a través de un cántico típico de esos años: “Acasuzo, amigo, el pueblo está contigo”.

El resultado se selló con un 4-2 y cuando el árbitro uruguayo José Luis Martínez finalizó el compromiso abracé a mis padres y todos rompimos en llanto, quizás como una forma de liberar tanta angustia contenida por el crudo contexto social y político que vivíamos.

Minutos después salí con mi pelota plástica del mapamundi a buscar a los amigos del barrio para jugar un partidito. Unas casas más allá de la mía estaba la del Lucho, que salió inmediatamente apenas escuchó mi llamado. Enseguida golpeamos la puerta de la casa del Pato, luego la del Pipe, la del Monchi y por último la del Nano. Así, en sólo cinco minutos nuestra alineación ya estaba lista.

Ese día estrenamos un juego de camisetas de seda a listas, que nos habíamos comprado en Deportes Player con la plata de la venta de cartones, diarios y botellas. Las poleras eran de color verde y todos teníamos nuestros números asignados, pero a modo de broma les dije a los chiquillos: “Yo me pongo la amarilla número 1, apuesto que atajo mucho más que ese tal Acasuzo”. Nunca había jugado en esa posición, porque usaba lentes y me los podían quebrar de un solo pelotazo, pero esta vez me animé. El Lucho me dio sus secretos del puesto, aunque la empresa era bien gigante porque algunos de los cabros del equipo contrario jugaban en la selección de la Población Arauco.

La calle Antofagasta era nuestro reducto y siempre atacábamos en disposición de norte a sur. Aprovechando que no pasaban muchos autos, rayamos con tiza el rectángulo elegido. Sin embargo, en la intersección con la calle San Vicente solía estacionarse un Chevrolet Opala gris de 1978, conducido por un tipo moreno, de bigotes y lentes oscuros. El hombre parecía tan intimidante que no nos atrevíamos a pedirle que se retirara.

Quedamos de acuerdo que la cuneta “era cancha” y los arcos iban a ser los portones de la casa de la Andreíta, la hija de un viejo soplón del barrio, y del amargado Rolando, un rabioso jubilado que solía espantar a los cabros chicos. El partido duraría hasta que nuestras mamás nos llamaran o hasta que sonaran las balas del toque de queda. Finalmente, cuando la pelotita rodaba nos olvidábamos de todo. Hasta del miedo.

Al igual que Acasuzo, en los primeros quince minutos ya me habían hecho tres goles. La providencia de los barrotes del portón me salvó en varias ocasiones, pero no las suficientes para que en el siguiente cuarto de hora los de “la Arauco” me anotaran en una cuarta, quinta, sexta y séptima ocasión. Quizás —me decía a mí mismo— era el castigo por burlarme del arquero peruano.

Luego de un rato paramos a comernos unas marraquetas con mortadela y tomate con orégano y a tomarnos unas Coca-Cola que nos regalaron los amigos del camión de bebidas, después de perseguirlos por casi dos cuadras. Algo más descansados y llenitos, fuimos a mojarnos la cara al grifo de la esquina y seguimos con el pichangueo.

En la segunda parte hubo cambio de lado y pensé que en la puerta del amargado Rolando la cosas iban a ser diferentes, pero “La maldición de Acasuzo” se volvió a apoderar de mí, ya que seguiditos llegaron los goles en mi portería: ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince… Ya ni me acuerdo, pero creo que el Monchi anotó el descuento.

Estos cabros de “la Arauco” eran unas verdaderas máquinas y entre las tantas puteadas que recibía de mis compañeros y de la gente que miraba el partido, apenas escuchaba la voz de mi sureño tío Nacho —quien se recuperaba de una operación a la columna en Santiago— que me decía desde el borde de la cancha como un improvisado entrenador: “Ya poh mijito, salga a cortar un centro o achíquele el ángulo al delantero aunque sea. ¿No ve que le están llenando el saco de goles y está dejando mal parado el nombre de la familia?”. El tío Nacho jugó toda su vida al arco y había sido campeón con el Juventus de Requínoa, por eso sabía lo que hablaba.

El Nano y el Pato eran yuntas, pero todo cambió cuando la Andreíta se puso a pololear con el Nano pues ahí como que algo le pasó al Pato. Dicen que esos son celos de amigos y quizás por lo mismo ambos estuvieron a las bravuconadas en todo el partido. Incluso se fueron a las manos y cuando intenté separarlos me llegó un combo que me quebró los lentes en dos partes. El Nano y el Pato abandonaron en medio de la refriega. Aquello me dolió y por eso no les hablé en el resto del año y nunca más los invité a jugar.

Habíamos quedado de acuerdo en que ningún jugador se podía cambiar de posición, pero yo sin lentes no veía nada y para rematar estábamos con dos jugadores menos, aunque como que eso nos motivó. No teníamos nada que perder, así que empezamos a trancar hasta con el ojo y de ahí para adelante nos creímos el cuento de que estábamos jugando una final de Copa Libertadores. A su vez, los cabros de “la Arauco” empezaron paulatinamente a evidenciar su cansancio.

Los goles valían de todos lados, por lo que me avivé en un par de salidas y marqué seis veces consecutivas desde mi arco. El Monchi los enloqueció con sus desbordes endemoniados y sus centros precisos para que el Pipe marcara otras cinco anotaciones al más puro estilo de Pelé en el Mundial de 1958: cabeza, palomita, empeine, muslo y hasta de pechito.

El Lucho era un payaso en la cancha y como a nuestros rivales ya no les quedaban piernas, les colgó unos perros de ropa en la parte trasera de los pantalones. Esto fue muy divertido porque ellos lo persiguieron para pegarle unas chuletas en el trasero, pero el Monchi aprovechó esos espacios para marcar en dos ocasiones y así empatarles a quince. Celebramos con un montoncito y muertos de la risa.

Ya teníamos el partido bajo control, pero en una acción nos distrajimos y se nos escapó el Chimi, uno de los veloces delanteros de “la Arauco”. Increíblemente, estando solo frente al “arco”, mandó la pelota del mapamundi por la ventana de la casa del amargado Rolando, el vecino reconocido por su mal genio.

Yo era el único que no le temía a ese señor malas pulgas, por eso fui solo a pedirle la pelota. Él era imprentero, no tenía hijos y desde pequeño me regalaba dulces. Cuando íbamos a la feria y pasábamos por su casa, siempre le decía a mi mamá: “Qué grande está el Juan Carlitos, señora”. Y cuando crecí me repetía lo mismo: “Oye, que has crecido Juan Carlitos”. Yo lo saludaba amistosamente, pero nunca le dije que no me llamaba así. Quizás me veía como el hijo que nunca tuvo. No lo sé.

Por ese afecto que le tenía, me permití tocar varias veces su timbre y gritar su nombre, pero nadie respondió. Pensábamos que había salido, porque hace unos días nada más lo habíamos visto lanzar unos panfletos por toda la cuadra.

Para hacer un poco de hora nos fuimos con los cabros a mi casa a ver Patio Plum en la tele y jugar Atari. Al rato volvimos a pedirle la pelota, pero tampoco pasó nada. La semana siguiente y el otro mes tampoco salió cuando lo llamé. Nadie sabía de él.

Con el tiempo su casa se llenó de maleza, ya no se oían los temas del Canto Nuevo salir de su ventana y las cartas se acumulaban en el antejardín. La gente del barrio comentaba despacio que un Chevrolet Opala gris de 1978 se lo había llevado una madrugada junto con otros dos vecinos. La pelota del mapamundi nunca la recuperamos y ahora, cada vez que regreso al barrio, paso a tocar el timbre de don Rolando.

50 años del artículo «Barça! Barça! Barça!» de Manuel Vázquez Montalbán

 

 

El 25 de octubre de 1969 se publicaba en la revista Triunfo uno de los artículos más significativos del gran Manuel Vázquez Montalbán. Para conmemorar los 50 años del texto, el Col·legi de Periodistes de Catalunya, en colaboración con el FC Barcelona,  ha organizado un acto que se celebrarà esta tarde, a las 18.30h. en la sede del Colegio de Periodistas.

La importancia del artículo (que se puede leer en este enlace) radica en que explica la dimensión política del club a partir de las palabras del presidente Narcís de Carreras, considerado el primero en expresar la idea del Barça como «más que un club«.

 

 

El acto se completa con una tabla redonda en la que se hablará de diferentes temas: la identificación del club con la historia del pueblo catalán, el elemento de integración social y cultural para los inmigrantes, el simbolismo político presente a lo largo de la historia del clib, el papel del Real Madrid como representante del centralismo español y «Barça, Barça Barça», el único grito de protesta permitido por el franquismo.

Participarán en el acto Jordi Osúa, editor del llibre ‘Vázquez Montalbán. Barça, cultura i esport‘; Carles Geli, periodista de El País; Ramon Besa, redactor jefe del diario El País en Barcelona; Jordi Puntí, escritor y articulista de El Periódico de Catalunya, y Vicenç Villatoro, escritor y periodista del diari ARA.  Moderará el acto Coia Ballesté, presidenta de la demarcación de Tarragona del Col·legi de Periodistes y exmiembro del equipo de Joaquim Maria Puyal a La TdP.

 

 

 

Próximamente… «La Hermandad de los Balones Desaparecidos»

 

 

 

Cuando tenía unos 11 o 12 años perdí una pelota. Fue un episodio tan paranormal como traumático al que hice referencia hace algún tiempo en este hilo de twitter.

Creo que no ha habido un solo día de mi vida en que no me haya acordado de ella. Dentro de poco, además de cumplir un sueño, le podré rendir  un más que merecido homenaje gracias a «La Hermandad de los Balones Desaparecidos«, una novela infantil-juvenil editada por Libros Indie y acompañada de ilustraciones de Pablo Ríos.

 

Un mapa provincial del fútbol y la literatura

 

Imagen de www.comunidadbaratz.com

 

La otra tarde vi que mi hijo tenía un mapa mudo sobre la mesa. Me dijo que en la asignatura de Ciencias Sociales estaban estudiando la organización territorial española, y que tenía que aprenderse los nombres y ubicación de las actuales comunidades autónomas y provincias. Observé que en relación con mis tiempos de estudiante algunas cosas habían cambiado, mientras que otras permanecían igual.

A medida que fue identificando los diferentes territorios, a mi me comenzaron a venir a la cabeza algunos nombres. Así, cuando señaló Zaragoza, lo que me vino a la mente fue Ignacio Martínez de Pisón. Tras Castellón, pensé en Enrique Ballester. A Vizcaya le siguió Galder Reguera; a Córdoba, Antonio Agredano, y a Pontevedra, Rafa Cabeleira.

Al cabo de unos minutos descubrí que era capaz de asociar, en bastantes provincias, algún autor nacido en ella con alguna obra o relato futbolero. La pregunta que vino a continuación fue: ¿será posible hacer lo mismo con las cincuenta provincias actuales?

 

 

Y así, poco a poco, me puse a buscar. No pude evitar pensar que unir fútbol y literatura también sirve, en ocasiones, para aprender geografía. Y dos magníficos ejemplos de ello son los libros «Atlas de una pasión esférica«, de Toni Padilla y Pep Boatella (Geoplaneta), y «Fútbol que estás en la tierra. La vuelta al mundo en cuarenta historias con balón«, de David Ruiz de la Torre.

 

 

Lo mío no ha sido más que un divertimento infinitamente más modesto. En algunos casos, ha sido muy fácil la asociación. En otros, ha costado decidirse por uno u otro autor al ser varios los nacidos en una misma provincia. También he sudado la gota gorda en algunas provincias pues me ha resultado complicado encontrar autor y obra.

Sea como sea, aquí está el resultado, abierto a sugerencias y comentarios. De momento, ya estoy trabajando en el siguiente 🙂