“El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Esta simple pero contundente frase es, seguramente, una de las más repetidas, conocidas y acertadas a la hora de intentar describir lo que significa el fútbol y porqué nos sentimos tan atraídos hacia él. Fue formulada por Javier Marías, futbolero y madridista declarado y autor de “Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol”, una de las obras de cabecera de todo amante de la relación entre fútbol y literatura. El libro recoge gran parte de los artículos que en relación con el fútbol ha ido escribiendo a lo largo de los años. Bueno, en realidad es mucho más que un simple recopilatorio: es un claro de ejemplo de cómo convertir lo futbolístico en literario. Y es, por ello, uno de los culpables de mi afición a emparejar el mundo de la lectura con el del balón.
Hace unos meses (el lunes 18 de septiembre de 2017, para ser más exactos), con motivo de la presentación de “Berta Isla”, su última novela, Marías visitó Barcelona. Tras alguna que otra peripecia que algún día explicaré conseguí abordarlo durante un par de minutos a la entrada de la Biblioteca Jaume Fuster, en la que se celebraría el acto. Fueron unos breves instantes que me permitieron conseguir, además de la dedicatoria de su última novela, dos cosas más. La primera, que también firmara mi edición de “Salvajes y sentimentales” del año 2000, la primera que se publicó, antes de la que apareció ampliada de 2010. Un ejemplar, por otro lado, que recuerdo perfectamente adquirí hace ya casi 20 años en Bilbao.
Años después, pienso que no se me ocurre mejor lugar para haber comprado aquel libro, cuyo título se acompaña de un «Letras de fútbol«, muy similar al “Letras y fútbol” que da nombre al festival sobre fútbol y literatura que cada año se organiza allí por parte de la Fundación del Athletic Club.
La segunda cosa que conseguí en mi breve momento con Marías fue que me respondiera a una pregunta: “¿Para cuándo un libro futbolero u otra recopilación de artículos?”. Tras unos breves instantes de silencio valorativo, su escueta respuesta fue que últimamente escribía poco sobre fútbol, y que no era algo que contemplara como proyecto. La verdad es que habría preferido que me hubiera dejado la puerta abierta a algún tipo de ilusión, un “bueno, ya veremos”, o “quizá más adelante”. Pero lo cierto es que no hubo nada de eso.
Ciertamente, Marías escribe últimamente poco sobre fútbol. Siguen siendo habituales sus artículos cada vez que se acerca un clásico, en los que ofrece su visión con su “corazón tan blanco”. El último texto de este tipo, si no me equivoco, fue “Desdibujado”, publicado en El País en diciembre de 2017. Fuera de eso, tan solo aparece de tanto en tanto alguna referencia suelta en sus artículos. Excepto la semana pasada, cuando la temática futbolera regresó a su sección La Zona Fantasma de El País Semanal con el artículo “También por el pie de Cunningham”.
Laurie Cunningham –lo explica Marías en su texto- “fue el segundo futbolista negro en jugar para la selección inglesa a cualquier nivel, y el primer británico que el Madrid había fichado en toda su historia”. Fue un jugador atlético y de gran elegancia, al que solo quienes tenemos una cierta edad recordaremos, y que dejó una imborrable huella en el Camp Nou en un partido que los merengues ganaron por 0 a 2, siendo ovacionado por el público culé al abandonar el campo.
Recordar a Cunningham le sirve a Marías para recordar, a su vez, la final de Copa de Europa de 1981 entre el Real Madrid y el Liverpool. En el artículo expresaba el deseo de que su equipo ganara la final de ayer para resarcirse de aquella de hace ya 37 años y, también, en recuerdo del malogrado jugador inglés.
Imagen de www.theindependent.com
Bueno, el Madrid venció anoche, así que los deseos de Marías se acabaron cumpliendo.
Y aunque soy barcelonista, no me queda más que dar la enhorabuena a los madridistas por la victoria conseguida y decir que por un momento también yo me acordé de Laurie Cunningham.
Os dejo el artículo.
LA ZONA FANTASMA. 20 de mayo de 2018
‘También por el pie de Cunningham’
Ya se sabe que la memoria es sólo a medias gobernable, y cualquier detalle convoca recuerdos desterrados hacía décadas. En el momento en que supe que la Final de la Copa de Europa de este año, el próximo sábado, iba a ser Real Madrid-Liverpool, me he visto transportado a 1981, que es cuando se disputó el mismo partido, con el mismo título en juego, en el Parque de los Príncipes parisino. Si lo tengo grabado no es porque esa fuera una de las tres finales perdidas por el Madrid, de las quince a que ha llegado (serán dieciséis ahora). Las derrotas dejan tanta huella como las victorias, si no más, de igual manera que duran más las tristezas que las alegrías, los fracasos que los éxitos, las ofensas que los halagos. Es, sobre todo, porque en los preliminares, si no me equivoco, hice la única entrevista de mi vida, y por eso me sentí aún más involucrado y concernido. A título muy personal, además de como madridista.
Tenía por entonces una novia estadounidense que llevaba años viviendo en Madrid. Había sido trapecista del circo Ringling Brothers en su país, y ahora ejercía de modelo y empezaba a hacerlo también de fotógrafa. La verdad es que no teníamos mucho que ver. Era una de esas personas que no le ven sentido a estarse quietas, por lo general condición indispensable para leer libros. También era bastante calamitosa en la vida cotidiana: siendo bondadosa y encantadora, atraía los problemas como un imán (y algún desastre de vez en cuando). Yo procuraba ayudarla a salir de ellos, en la medida de mis posibilidades. Vivía con una gata blanca contagiada del carácter de su dueña, y por su culpa (de la gata) estuve a punto de perder mi amistad con Don Álvaro Pombo. Pero esa es otra historia. Aquel verano CB (esas eran y son sus iniciales) lo iba a pasar en su ciudad natal, Seattle, y se le ocurrió hacer en España una serie de entrevistas con personajes de aquí que se pudieran ofrecer y vender allí. Apenas había entonces españoles conocidos en los Estados Unidos. Creo que consiguió un encuentro con Antonio Gades, y, aunque nuestro fútbol no es popular en América, le sugerí probar con el extremo del Real Madrid Laurie Cunningham. Si el equipo se coronaba campeón y Cunningham destacaba… Cunningham fue el segundo futbolista negro en jugar para la selección inglesa a cualquier nivel, y el primer británico que el Madrid había fichado en toda su historia. Ese tipo de detalles podrían hacerlo atractivo en los Estados Unidos. Pero CB no entendía nada de fútbol, así que pueden imaginarse a quién le tocaba hablar con el gran e intermitente extremo izquierda. No tengo ni idea de cómo, logré contactar con él y me citó, me parece, en el gimnasio en que se recuperaba de una lesión que lo había tenido de baja bastante tiempo. Al menos tenía todo el rato un pie descalzo; me suena que lo habían operado de la rotura de un dedo. Grabé sus declaraciones en inglés (como casi todos los jugadores británicos —véanse hoy Bale y antes Beckham—, era incapaz de aprender lenguas), luego las transcribí y se las entregué a CB, que ya partía en breve. Cunningham dejó, sobre todo, una actuación espectacular en el Camp Nou, que lo ovacionó pese a haber marcado un gol o dos y haber traído de cabeza a la defensa blaugrana. No fue tan memorable su participación en aquella Final, en la que saltó al campo con Camacho, Del Bosque, Stielike, Santillana, Juanito y unos cuantos más con menos poso.
Así que el Madrid-Liverpool lo vi deseando no sólo que el Madrid ganara, como he deseado siempre salvo en alguna ocasión con Mourinho al frente, sino que Cunningham triunfara a lo grande, por él y por mi novia, que en ese caso quizá podría vender la entrevista. No fue así. En el minuto 82 el Liverpool sacó de banda (¡de banda!), un defensa nuestro se despistó y el lateral izquierdo Alan Kennedy metió el gol único y definitivo, uno de los poquísimos de su carrera. El Madrid era el perdedor. Cunningham brilló a ratos, pero andaba mermado. En 1983 o quizá 1984 el club lo dejó ir, y en 1989, a los treinta y tres años, se mató en un accidente de coche en Madrid, adonde había vuelto para jugar en Segunda con el Rayo Vallecano.
Llevo aguardando el resarcimiento de aquella derrota aciaga desde 1981, me doy cuenta ahora con sorpresa. Lo más probable es que ningún futbolista actual del Madrid sepa quién fue Cunningham, ni siquiera Zidane seguramente. Pero tengo el pálpito —es puro deseo— de que el próximo sábado ganarán su tercera Final consecutiva, impulsados por otros motivos. Pero, si así sucede, yo se lo agradeceré doblemente, porque no podré evitar pensar en el pobre Laurie Cunningham, que me cayó bien, que no tuvo suerte con las lesiones y además murió muy joven dejando viuda y un hijo españoles. Y me acordaré vagamente de la mañana en que lo entrevisté en un gimnasio con su pie descalzo, para ayudar a la novia de entonces, algo calamitosa y encantadora.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 20 de mayo de 2018
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