Javier Marías, la Final de la Champions y Laurie Cunningham

 




 

El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Esta simple pero contundente frase es, seguramente, una de las más repetidas, conocidas y acertadas a la hora de intentar describir lo que significa el fútbol y porqué nos sentimos tan atraídos hacia él. Fue formulada por Javier Marías, futbolero y madridista declarado y autor de “Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol”, una de las obras de cabecera de todo amante de la relación entre fútbol y literatura. El libro recoge gran parte de los artículos que en relación con el fútbol ha ido escribiendo a lo largo de los años. Bueno, en realidad es mucho más que un simple recopilatorio: es un claro de ejemplo de cómo convertir lo futbolístico en literario. Y es, por ello, uno de los culpables de mi afición a emparejar el mundo de la lectura con el del balón.

Hace unos meses (el lunes 18 de septiembre de 2017, para ser más exactos), con motivo de la presentación de “Berta Isla”, su última novela, Marías visitó Barcelona. Tras alguna que otra peripecia que algún día explicaré conseguí abordarlo durante un par de minutos a la entrada de la Biblioteca Jaume Fuster, en la que se celebraría el acto. Fueron unos breves instantes que me permitieron conseguir, además de la dedicatoria de su última novela, dos cosas más. La primera, que también firmara mi edición de “Salvajes y sentimentales” del año 2000, la primera que se publicó, antes de la que apareció ampliada de 2010. Un ejemplar, por otro lado, que recuerdo perfectamente adquirí hace ya casi 20 años en Bilbao.

Años después, pienso que no se me ocurre mejor lugar para haber comprado aquel libro, cuyo título se acompaña de un «Letras de fútbol«, muy similar al “Letras y fútbol” que da nombre al festival sobre fútbol y literatura que cada año se organiza allí por parte de la Fundación del Athletic Club.

 

 

La segunda cosa que conseguí en mi breve momento con Marías fue que me respondiera a una pregunta: “¿Para cuándo un libro futbolero u otra recopilación de artículos?”. Tras unos breves instantes de silencio valorativo, su escueta respuesta fue que últimamente escribía poco sobre fútbol, y que no era algo que contemplara como proyecto. La verdad es que habría preferido que me hubiera dejado la puerta abierta a algún tipo de ilusión, un “bueno, ya veremos”, o “quizá más adelante”. Pero lo cierto es que no hubo nada de eso.

Ciertamente, Marías escribe últimamente poco sobre fútbol. Siguen siendo habituales sus artículos cada vez que se acerca un clásico, en los que ofrece su visión con su “corazón tan blanco”. El último texto de este tipo, si no me equivoco, fue “Desdibujado”, publicado en El País en diciembre de 2017. Fuera de eso, tan solo aparece de tanto en tanto alguna referencia suelta en sus artículos. Excepto la semana pasada, cuando la temática futbolera regresó a su sección La Zona Fantasma de El País Semanal con el artículo “También por el pie de Cunningham”.

Laurie Cunningham –lo explica Marías en su texto- “fue el segundo futbolista negro en jugar para la selección inglesa a cualquier nivel, y el primer británico que el Madrid había fichado en toda su historia”. Fue un jugador atlético y de gran elegancia, al que solo quienes tenemos una cierta edad recordaremos, y que dejó una imborrable huella en el Camp Nou en un partido que los merengues ganaron por 0 a 2, siendo ovacionado por el público culé al abandonar el campo.

Recordar a Cunningham le sirve a Marías para recordar, a su vez, la final de Copa de Europa de 1981 entre el Real Madrid y el Liverpool. En el artículo expresaba el deseo de que su equipo ganara la final de ayer para resarcirse de aquella de hace ya 37 años y, también, en recuerdo del malogrado jugador inglés.

 

Imagen de www.theindependent.com

 

Bueno, el Madrid venció anoche, así que los deseos de Marías se acabaron cumpliendo.

Y aunque soy barcelonista, no me queda más que dar la enhorabuena a los madridistas por la victoria conseguida y decir que por un momento también yo me acordé de Laurie Cunningham.

Os dejo el artículo.

 

LA ZONA FANTASMA. 20 de mayo de 2018

‘También por el pie de Cunningham’

 

Ya se sabe que la memoria es sólo a medias gobernable, y cualquier detalle convoca recuerdos desterrados hacía décadas. En el momento en que supe que la Final de la Copa de Europa de este año, el próximo sábado, iba a ser Real Madrid-Liverpool, me he visto transportado a 1981, que es cuando se disputó el mismo partido, con el mismo título en juego, en el Parque de los Príncipes parisino. Si lo tengo grabado no es porque esa fuera una de las tres finales perdidas por el Madrid, de las quince a que ha llegado (serán dieciséis ahora). Las derrotas dejan tanta huella como las victorias, si no más, de igual manera que duran más las tristezas que las alegrías, los fracasos que los éxitos, las ofensas que los halagos. Es, sobre todo, porque en los preliminares, si no me equivoco, hice la única entrevista de mi vida, y por eso me sentí aún más involucrado y concernido. A título muy personal, además de como madridista.

Tenía por entonces una novia estadounidense que llevaba años viviendo en Madrid. Había sido trapecista del circo Ringling Brothers en su país, y ahora ejercía de modelo y empezaba a hacerlo también de fotógrafa. La verdad es que no teníamos mucho que ver. Era una de esas personas que no le ven sentido a estarse quietas, por lo general condición indispensable para leer libros. También era bastante calamitosa en la vida cotidiana: siendo bondadosa y encantadora, atraía los problemas como un imán (y algún desastre de vez en cuando). Yo procuraba ayudarla a salir de ellos, en la medida de mis posibilidades. Vivía con una gata blanca contagiada del carácter de su dueña, y por su culpa (de la gata) estuve a punto de perder mi amistad con Don Álvaro Pombo. Pero esa es otra historia. Aquel verano CB (esas eran y son sus iniciales) lo iba a pasar en su ciudad natal, Seattle, y se le ocurrió hacer en España una serie de entrevistas con personajes de aquí que se pudieran ofrecer y vender allí. Apenas había entonces españoles conocidos en los Estados Unidos. Creo que consiguió un encuentro con Antonio Gades, y, aunque nuestro fútbol no es popular en América, le sugerí probar con el extremo del Real Madrid Laurie Cunningham. Si el equipo se coronaba campeón y Cunningham destacaba… Cunningham fue el segundo futbolista negro en jugar para la selección inglesa a cualquier nivel, y el primer británico que el Madrid había fichado en toda su historia. Ese tipo de detalles podrían hacerlo atractivo en los Estados Unidos. Pero CB no entendía nada de fútbol, así que pueden imaginarse a quién le tocaba hablar con el gran e intermitente extremo izquierda. No tengo ni idea de cómo, logré contactar con él y me citó, me parece, en el gimnasio en que se recuperaba de una lesión que lo había tenido de baja bastante tiempo. Al menos tenía todo el rato un pie descalzo; me suena que lo habían operado de la rotura de un dedo. Grabé sus declaraciones en inglés (como casi todos los jugadores británicos —véanse hoy Bale y antes Beckham—, era incapaz de aprender lenguas), luego las transcribí y se las entregué a CB, que ya partía en breve. Cunningham dejó, sobre todo, una actuación espectacular en el Camp Nou, que lo ovacionó pese a haber marcado un gol o dos y haber traído de cabeza a la defensa blaugrana. No fue tan memorable su participación en aquella Final, en la que saltó al campo con Camacho, Del Bosque, Stielike, Santillana, Juanito y unos cuantos más con menos poso.

Así que el Madrid-Liverpool lo vi deseando no sólo que el Madrid ganara, como he deseado siempre salvo en alguna ocasión con Mourinho al frente, sino que Cunningham triunfara a lo grande, por él y por mi novia, que en ese caso quizá podría vender la entrevista. No fue así. En el minuto 82 el Liverpool sacó de banda (¡de banda!), un defensa nuestro se despistó y el lateral izquierdo Alan Kennedy metió el gol único y definitivo, uno de los poquísimos de su carrera. El Madrid era el perdedor. Cunningham brilló a ratos, pero andaba mermado. En 1983 o quizá 1984 el club lo dejó ir, y en 1989, a los treinta y tres años, se mató en un accidente de coche en Madrid, adonde había vuelto para jugar en Segunda con el Rayo Vallecano.

Llevo aguardando el resarcimiento de aquella derrota aciaga desde 1981, me doy cuenta ahora con sorpresa. Lo más probable es que ningún futbolista actual del Madrid sepa quién fue Cunningham, ni siquiera Zidane seguramente. Pero tengo el pálpito —es puro deseo— de que el próximo sábado ganarán su tercera Final consecutiva, impulsados por otros motivos. Pero, si así sucede, yo se lo agradeceré doblemente, porque no podré evitar pensar en el pobre Laurie Cunningham, que me cayó bien, que no tuvo suerte con las lesiones y además murió muy joven dejando viuda y un hijo españoles. Y me acordaré vagamente de la mañana en que lo entrevisté en un gimnasio con su pie descalzo, para ayudar a la novia de entonces, algo calamitosa y encantadora.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 20 de mayo de 2018

 

 

 

«Letras de fútbol», de Javier Marías, para despedir el 2015

Ayer publiqué un resumen proporcionado por WordPress con las principales cifras que el 2015 ha significado para este blog. 365 días llenos de lecturas futboleras, adultas e infantiles, en ficción o en prosa, actuales y más antiguas. Un año que me ha permitido entablar conocimiento con algunos autores, disfrutar de su obra, profundizar en este apasionante mundo de la literatura futbolera con el que tanto disfruto. Un 2015, en definitiva, que se despide dejando paso a un nuevo año que espero tan interesante como este.

Pero antes de dar carpetazo al ya casi extinto 2015 quiero convertir este 31 de diciembre en un día bisagra, y hacerlo que juegue como uno de esos medios de enganche entre lo que hay hacia adelante (el futuro, el 2016) y lo que dejamos atrás (el pasado). Y por eso quiero aprovechar el día de hoy para retornar a los orígenes, a uno de los artículos al que de tanto en tanto retorno y que tan bien ejemplifican lo que, ya desde el título, significa la unión entre fútbol y literatura.

Se trata de “Letras de fútbol”, de Javier Marías, el responsable de esa maravillosa frase que tantas veces repito: “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Marías, madrileño y merengue, además de uno de los grandes de la literatura contemporánea, es un declarado aficionado al fútbol y autor de un gran número de artículos futboleros, una recopilación de los cuales es la que se puede encontrar en el volumen “Salvajes y sentimentales”, publicado el 2000 por Aguilar.

 

 

Uno de esos textos es el citado “Letras de fútbol”, de 1995, y anteriormente recogido en “Mano de sombra”, el libro que agrupa los escritos que entre diciembre de 1994 y noviembre de 1996 fue publicando en el suplemento de “El semanal” bajo el título general de Línea de sombra.

Letras de fútbol”, como decía, es un artículo al que me gusta regresar cada cierto tiempo. Está escrito tras la publicación del volumen “Cuentos de fútbol 1” (más adelante se publicaría un segundo volumen), coordinado por Jorge Valdano, en el que Marías también aparece con el relato “En el tiempo indeciso”.

Con la excusa de la publicación de este conjunto de relatos futboleros, Marías nos ofrece en apenas dos páginas un terreno de juego por el que deambulan autores futboleros de nacionalidades diversas, equipos deportivos, alguna anécdota curiosa y, por encima de todo, una demostración de que hablar de fútbol no está reñido con la escritura de alta calidad.

 

Por último, y para acabar de justificar este cierre de año con este texto, añadir que (casualidades de la literatura futbolera) se incluye una anécdota vivida por el autor en el Santiago Bernabéu mientras se celebraba un partido como el que ayer se disputó en el estadio merengue: Real Madrid – Real Sociedad.

Aquí tenéis el texto. Disfrutadlo.

 

«Letras de fútbol

Por Javier Marías (1995)

En “Salvajes y sentimentales”. Aguilar, 2000

Hace dos semanas participé en el acto de presentación de un libro insólito titulado Cuentos de fútbol, seleccionados por el entrenador del Real Madrid (espero que siga siéndolo cuando salgan estas líneas), Jorge Valdano. En ese grueso volumen de casi cuatrocientas páginas hay veinticuatro relatos de autores vivos y muertos, viejos y jóvenes y maduros, españoles y argentinos, uruguayos y peruanos, mexicanos y paraguayos. Hay nombres bien conocidos, como Delibes, Benedetti, Sampedro, Rosa Bastos o García Hortelano. Entre los de mi generación se alinean el vasco Atxaga, el andaluz Navarro, los gallegos Casares y Rivas, el leonés Llamazares y yo mismo, madrileño. Una sola mujer, la catalana Rosa Regàs. Quizá fuera este dato el único que aún nos hizo ver algo raro en el fútbol durante la tertulia que varios de los cuentistas celebramos ante una sala abarrotada de un público no sé si tan literario como futbolero. Tal vez sí, pues los dos adjetivos no tienen por qué ir reñidos, como se demostró sobradamente durante la charla. Y si entre los antologados sólo había una mujer, no puede decirse lo mismo de ese público, en el que me pareció ver más rostros femeninos que masculinos. Al fin y al cabo, ya en la anticuadísima y divertida letra del himno del Real Madrid se habla de “las mocitas madrileñas” que se encaminan los domingos hacia Chamartín.

                Lo mejor de ese encuentro fue que, pese a estar el estrado lleno de escritores, ninguno se puso a hacer sociología barata, ni a interpretar el juego desde perspectivas psicoanalíticas, ni a buscar burdos paralelismos entre los futbolistas y los novelistas. No hubo pedantería, ni coartadas para justificar una afición. Cómo ha cambiado todo, pensé. Hace sólo veinte años no había intelectual que se atreviera a confesar públicamente que le gustaba el fútbol, algo mal visto, “de derechas” si no franquista, una especie de opio laico del pueblo con el que se lo engañaba y se lo apartaba de la lucha social. Recuerdo una anécdota que lo ilustra bien: vino la Real Sociedad a jugar en Chamartín, y allí coincidieron, cada uno por su cuenta y medio disfrazados para que nadie los reconociera, el rico empresario Querejeta, el novelista Juan García Hortelano, el novelista Juan Benet y el editor Javier Pradera. Al irse descubriendo unos a otros, todavía se sintieron obligados a darse explicaciones: que si el rico empresario había jugado de joven en la Real, que si Pradera era de San Sebastián, que si Benet vivía al lado del estadio y pasaba por allí… Lo contaba Hortelano, el único que no renegaba de su pasión.

                Pero todos los participantes en el coloquio fuimos sacando más precedentes de los imaginables. Vladimir Nabokov había jugado de portero en su exilio inglés, y Albert Camus también se había colocado bajo los palos en su Argelia natal. Ese puesto lo habían ocupado asimismo de chicos Benedetti y Sampedro, quienes confesaron haberse retirado por sendos balonazos recibidos en el estómago, con desmayo incluido del sudamericano. Llamazares reclamó para su equipo, la Cultural Deportiva Leonesa, el honor pionero de haber conciliado en su nombre dos cosas con fama de opuestas. Yo, como zurdo que soy, había jugado de extremo izquierdo, y varios de los presentes habían sufrido lesiones que tal vez truncaron carreras más brillantes que las literarias adoptadas, quién sabe si con resignación. Unos éramos del Madrid y otros del Atlético, del Celta o del Deportivo, del Sporting y del Barça, Benedetti reconoció ser del Nacional de Montevideo y estar muy contento porque habían ganado recientemente al Peñarol, su rival máximo. Yo conté que hace un mes recibí un catálogo inglés de libros antiguos y raros, lleno de exquisitas ediciones primeras de Virginia Woolf, Joyce o Kipling. En medio de tanta literatura de muy altos vuelos aparecía la autobiografía del gran Ferenc Puskas, titulada Capitán de Hungría y a un precio que rondaba al cambio las diez mil pesetas. Dado que Puskas fue de mi equipo y me dio mucha emoción y alegría en mi infancia, y dado que por fin no compré –como quizá recuerden ustedes- aquella pitillera de Sherlock Holmes el pasado verano en loca subasta, llamé a pedir el capricho. Les aseguro que esos catálogos sólo los reciben grandes aficionados a la literatura. Pues bien, el librero londinense me dijo que no sólo la historia de Pancho Puskas ya estaba vendida, sino que era el libro para el que estaban llegando más peticiones. “Si vuelvo a hacerme con un ejemplar”, anunció para mi dolor, “me temo que le doblaré o triplicaré el precio”. Está visto que últimamente no tengo suerte con los caprichos.

Ilustración Javier Marías fútbol

 

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Javier Marías, el fútbol y la recuperación semanal de la infancia

 

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Hoy, día 20 de septiembre, es el cumpleaños de uno de los grandes de la literatura contemporánea: Javier Marías.  Autor de gran prestigio y reconocimiento, con una producción de una calidad indiscutible, ganador de los premios más importantes (excepto el Nobel, para el que siempre suena), compositor de pequeñas joyas en forma de artículos semanales…

Por si todo lo anterior fuera poco, Javier Marías es un declarado aficionado al fútbol (seguidor del Real Madrid, no todo iba a ser perfecto :-D), y uno de los principales responsables de mi afición por la literatura futbolera.

 

Cómo ha cambiado todo, pensé. Hace sólo veinte años no había intelectual que se atreviera a confesar públicamente que le gustaba el fútbol.

Javier Marías en «Letras de fútbol«, artículo publicado en «Salvajes y sentimentales«

 

 

Y es que siempre que alguien me pregunta de dónde procede mi afición por este tipo de literatura no tengo que pensar demasiado para responder: seguramente, el libro “Salvajes y sentimentales” fue el que me introdujo de verdad en un mundo apasionante que unía dos de mis grandes aficiones, el fútbol y la lectura.

Si hago un esfuerzo de memoria puedo identificar unos primeras aproximaciones ya desde mi infancia, cuando me dedicaba a dibujar jugadas de fútbol en las páginas en blanco que separaban los capítulos de mis libros de “Los cinco” o “Los Hollister”.

Dibujos muy esquemáticos, en los que un par de jugadores hacían una pared y marcaban un golazo que se colaba por la escuadra de un escuálido portero que se estiraba sobre el papel. Aunque de forma inconsciente, creo que ese fue el germen inicial que se traduciría mucho tiempo después en la afición por los libros de fútbol.

Imagen de www.arteinfantil.tripod.com

Lejos de esos acercamientos infantiles, mi gusto por la lectura me llevó a disfrutar mucho con los artículos en prensa de Manuel Vázquez Montalbán, quizá uno de los primeros que me hizo ver que el fútbol se podía leer. Lo mismo ocurría con las crónicas de los partidos de Santiago Segurola, que me parecían auténticas piezas literarias que nada tenían que ver con las anodinas descripciones de partidos que se podían leer en algunos medios.

 

Pero, sin duda, el artículo que quizá ejerció de “¡Ábrete, Sésamo!” fue “La recuperación semanal de la infancia”, de Javier Marías, texto y frase que no me he cansado de repetir cada vez que tengo ocasión cuando alguien me pregunta acerca del fútbol. Aquella “recuperación semanal de la infancia”, en mi caso, supuso un regreso a aquellos momentos de soledad en los que dibujaba torpemente jugadas de fútbol en los espacios en blanco de un libro.

En la sinopsis del libro podemos leer:

La supuesta incompatibilidad entre las letras y el fútbol ya fue desmentida por algunos clásicos modernos: tanto Nabokov como Camus ocuparon puesto de portero en sus respectivas juventudes, y el segundo dijo que cuanto de importante sabía acerca de la moral humana lo había aprendido en el fútbol.
A ellos se une el novelista Javier Marías (que fue extremo izquierdo en la infancia) con esta colección de piezas futbolísticas en las que tampoco la moral está ausente. Escribir de este deporte es para él «un descanso», lo cual debe entenderse, según apunta Paul Ingendaay en su prólogo, como la oportunidad de abandonar las máscaras de la ficción e instalarse en un territorio en el que «las cosas están claras y el autor se siente seguro de sus pasiones y de sus recuerdos».
Para Marías el fútbol es «la recuperación semanal de la infancia»; y también es temor y temblor, dramaticidad y zozobra, una mezcla de sentimentalidad y salvajismo, una escuela de comportamiento y nostalgia, y la escenificación de la épica al alcance de todo el mundo.
Y vemos el fútbol como lo que seguramente es, en el fondo, para millones de aficionados: un interminable desfile de héroes, villanos, figurantes y gestas, un espectáculo que quizá merezca la pena tomarse en serio.

Imagen de www.arteinfantil.tripod.com

La recuperación semanal de la infancia” acabó formando parte de una joya como es “Salvajes y sentimentales”, un libro editado por Aguilar en el 2000 (la edición que yo tengo) y en el que se recoge una selección de artículos sobre fútbol escritos por Marías entre 1992 y el 2000, publicados mayoritariamente en El País o en el suplemento dominical El Semanal.

Y si el otro día hablaba de la presentación del festival «Letras y fútbol 2015» que se celebrará en noviembre en Bilbao, ahora es momento de volver a citar las palabras «letras» y «fútbol«, puesto que «Letras de fútbol» es el subtítulo del libro de Marías.

En el prólogo al libro se citan unas palabras del propio Marías publicadas en su libro Vida del fantasma, de 1995, en las que dice:

“Pocas cosas me han hecho tanta ilusión en los últimos años como que me pidieran escribir sobre fútbol de vez en cuando: un descanso.”

Imagen de www.javiermariasblog.wordpress.com

Afortunadamente, a lo largo de todos estos años esa afición futbolera suya se ha trasladado en numerosas ocasiones a textos y artículos, demostrando así que la combinación de fútbol y literatura puede ser muy fructífera, y que cuando esa unión nace de la mano de grandes autores como él, pueden dar a la luz auténticas joyas literarias.

Sirva pues este modesto artículo como muestra de homenaje y reconocimiento a quien tanto me ha hecho disfrutar con este tipo de literatura. Creo que es de justicia hacerlo, y más aún cuando uno conserva en su biblioteca una dedicatoria suya de hace muchos años en la que se hace referencia a la “caballerosidad impecable”.

 

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Así que aprovecho el día de hoy para felicitarlo por su cumpleaños y para recordar a uno de los grandes jugadores de esta plantilla integrada por escritores que han dedicado parte de su obra al fútbol.

Aparte de recomendaros la lectura de “Salvajes y sentimentales” (y, por supuesto, de toda la obra de Javier Marías), os invito a que os paséis por la web www.javiermarias.es para conocer todo lo que tiene que ver con su obra y por el blog www.javiermariasblog.wordpress.com, en el que encontraréis una recopilación de todos los artículos que va publicando.

Si estáis interesados especialmente en los que hacen referencia al fútbol no tenéis más que utilizar el buscador.

Y para terminar, aquí tenéis el artículo “La recuperación semanal de la infancia”.

“La recuperación semanal de la infancia”

 

            El escritor Guillermo Cabrera Infante detesta el fútbol. La escasa tradición cubana en este deporte podría justificarlo, pero sus más de veinticinco años en Inglaterra anulan tal explicación. Recuerdo su cólera y sus denuestos cuando ocurrió la tragedia de Heysel. Apartándose por una vez de Nabokov, que fue guardameta en su exilio de Cambridge y hasta el final de su vida gustó de ver partidos por televisión, no culpaba a los hinchas del Liverpool, sino al propio deporte: “Ese juego nefasto”, decía, “incita a la violencia porque es violento en sí mismo: se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada”. Es curioso que, en cambio, en Estados Unidos el fútbol no haya prosperado porque allí se lo considera demasiado lento y blando, una práctica propia de señoritas. Y en efecto, cuando estuve unos meses en la Universidad exclusivamente femenina de Wellesley College, el deporte preferido de las alumnas no era otro que el arte de Di Stéfano, para mi gran sorpresa. Claro que allí podía deberse a la influencia del propio Nabokov, que pasó por el lugar en los años cincuenta y quizá instauró la tradición.

            Lo que sí sé es que no hay deporte que más angustie, cuando es angustioso. Es más, en mi caso particular confesaré que es de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera –exacta- en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperación semanal de la infancia. Hace un mes llegué a asustarme: al carecer de descodificador en mi televisión, hube de seguir la última jornada de la Liga española por radio, como en la postguerra y aun después. Tal vez fue eso lo que me retrotrajo con demasiada vehemencia a los años más indómitos de mi niñez, pero lo cierto es que cuando, acabados los partidos, mi editor culé me llamó con el himno del Barça como música de fondo y dispuesto a hacer bromas de las que –siempre entre risas y sin asomo de ceño- nos gastamos doscientas a lo largo del mes, le anuncié muy serio que ya no podría publicar nunca más con él; y no sólo eso, sino que dudaba que volviera a pisar Barcelona (ciudad que me encanta y en la que viví) y desde luego no pondría jamás pie en Tenerife. Me salió el hooligan que todos los aficionados llevamos dentro.

            Por suerte todo se me pasó al cabo de unas horas –pero no menos-, porque el fútbol soporta una maldición que a la vez es la salvación de jugadores, entrenadores y forofos compungidos por una derrota. Se trata de una actividad en la que no basta con ganar, sino que hay que ganar siempre, en cada temporada, en cada torneo, en cada partido. Un escritor, un arquitecto, un músico pueden sestear un poco tras haber hecho una gran novela, un maravilloso edificio, un disco inolvidable. Pueden no hacer nada durante un tiempo o hacer algo menor. Entre los primeros, que son los que más conozco, los hay que han pasado a ser buenos por decreto y hasta el fin de sus días gracias a una sola obra estimable escrita cincuenta años atrás. En el fútbol, por el contrario, no caben el descanso ni el divertimento, de poco sirve tener un extraordinario palmarés histórico o haber conquistado un título el año anterior. No se considera nunca que ya se ha cumplido, sino que se exige (y los propios jugadores se lo exigen a sí mismos) ganar el siguiente encuentro también, como si se empezara desde cero siempre, analogía del resultado inicial de todo partido. A diferencia de otras actividades de la vida, en el deporte (pero sobre todo en el fútbol) no se acumula ni atesora nada, pese a las salas de trofeos y a las estadísticas cada vez más apreciadas. Haber sido ayer el mejor no cuenta ya hoy, no digamos mañana. La alegría pasada no puede hacer nada contra la angustia presente, aquí no existe la compensación del recuerdo, ni la satisfacción por lo ya alcanzado, ni por supuesto el agradecimiento del público por el contento procurado hace dos semanas. Tampoco, por tanto, existen durante mucho tiempo la pena ni la indignación, que de un día para otro pueden verse sustituidas por la euforia y la santificación. Quizá por eso el fútbol sea un deporte que incita a la violencia, como decía Cabrera: pero no por las patadas, sino por la angustia. A cambio hay que reconocer que tiene algo inapreciable y que no suele darse en los demás órdenes de la vida: incita al olvido, lo que equivale a decir que a lo que no incita nunca es al rencor, algo que se aprende sólo en la edad adulta.

Javier Marías (1992)

Imagen de www.todocoleccion.net

«Buscando a Eric», de Ken Loach, y con Eric Cantona

 

Si tenéis ganas de ver una de esas comedias inglesas donde el centro de la vida es el barrio, donde los amigos son imprescindibles para superar los obstáculos de la vida, con unos personajes entrañables, con momentos emotivos y también hilarantes, en la que el fútbol hace de telón de fondo y en la que uno de los protagonistas es un futbolista mítico, no lo dudéis: buscar “Buscando a Eric”, valga la redundancia.

Dirigida el año 2009 por Ken Loach, cuyo nombre ya es garantía de calidad, se trata de una de esas películas en las que se retrata el devenir de unos personajes que ante la disyuntiva de resolver los conflictos de su vida cotidiana no tienen más recursos que el de aferrarse al cable que te acaban echando los amigos. Bueno, los amigos, y un ángel de la guarda a quien el protagonista empieza a imaginar que le acompaña y que es, ni más ni menos, que el mítico Eric Cantona.

La película, además de ser galardonada en el Festival de Cannes de aquel año con el Premio Ecuménico del Jurado, cuenta también con la presencia de otra celebridad, Steve Evets, ex bajista del grupo The Fall, que hace el papel protagonista de Eric Bishop.

Imagen de www.películas.film-cine.com

La sinopsis de la película es la siguiente:

Eric Bishop, un cartero de Manchester, fanático del fútbol, atraviesa una dura crisis vital: sus dos hijos hacen trapicheos de todo tipo, su hija le reprocha que no sepa estar a la altura de las circunstancias y, además, su vida sentimental es un desastre. Ni siquiera el buen ambiente que reina en el trabajo consigue levantarle el ánimo. Inesperadamente, una tarde se presenta en su casa Eric Cantona, su ídolo, la estrella de su equipo, el Manchester United. El ex-futbolista intentará ayudarlo a retomar las riendas de su vida.

Desde el momento en que Bishop comienza a sentirse acompañado y aconsejado por Cantona su vida comienza a dar pasos en la buena dirección. A lo largo del filme asistimos a diversas sesiones casi de psicoanálisis de Bishop en compañía de su admirado ídolo, quien le va ofreciendo pautas para ir resolviendo el catálogo de desastres que gobiernan su vida.

Imagen de www.buenaomala.com

Es de destacar el papel de Cantona, que ya había realizado anteriormente algunos pinitos en el cine. De la misma manera que cuando era jugador, su presencia en la pantalla impone, consiguiendo hacer un papel que a mi me parece muy sobrio y acertado. La presencia del fútbol en la película no se limita a la participación en ella de Cantona, sino que existen diferentes escenas en las que se muestran imágenes suyas defendiendo la camiseta del Manchester, realizando jugadas y marcando goles.

Una buena definición de lo que encontraremos en el filme es la formulada por el propio Ken Loach:

«Queríamos refutar la idea de que las celebridades son más que humanos. Y queríamos hacer una película que disfrutase de lo que usted y yo llamaríamos solidaridad, pero que otros llamarían apoyo de tus amigos de verdad, y de la vieja idea de que somos más fuertes como equipo que como individuos.»

Imagen de www.cine-movida.com

Y, ciertamente, esa fortaleza del conjunto frente a la individualidad queda claramente manifestada en la película, especialmente en una escena final que no tiene desperdicio y que, evidentemente, no explicaré aquí.

Aquí tenéis el tráiler de la película:

Por último, aprovechar la presencia de Eric Cantona para recordar un artículo de 1995 de Javier Marías y que forma parte de la recopilación de artículos sobre fútbol que el escritor había ido publicando y que están recogidos en el libro “Salvajes y sentimentales”. En aquel artículo, Marías se refería al episodio en el que Cantona propinó una patada a un hincha del Crystal Palace que lo estaba insultando.

 

Aquel suceso significó prácticamente el final de la carrera del futbolista, y Javier Marías le compuso el siguiente texto de homenaje en reconocimiento a un futbolista especial y carismático, atípico, que además de escribir poesía y pintar cuadros era lector de Baudelaire y de Montesquieu.

Un texto que os recomiendo leer para, a continuación, ver la película.

OH, AH, CANTONA

Javier Marías

Publicado en “Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol”. Ediciones Aguilar, 2000

Cuando estas líneas vean la luz, es posible que la carrera del futbolista francés Eric Cantona (pronúnciese Cantoná) haya tocado a su fin. En todo caso estará muy maltrecha, ya que su club, el Manchester United, lo ha apartado del equipo por lo que resta de temporada. También el seleccionador de su país lo ha repudiado, y aún le pueden caer sanciones mayores por parte de los organismos deportivos. El motivo es haberle propinado un acrobático puntapié a un hincha del Crystal Palace cuando, expulsado por el árbitro tras haberle hecho una fuerte entrada a un rival, Cantona se retiraba hacia el vestuario. Al parecer el hincha le estaba diciendo todo tipo de barbaridades, como suele ser costumbre de los hinchas del mundo entero. La acción de Cantona ha sido inmediatamente condenada por dirigentes, entrenadores y periodistas, y se lo ha acusado de caprichoso e incorregible, ya que no es la primera vez que este genio muestra su rebeldía, su impaciencia su sangre caliente. Lleva a cuestas una larga lista de incidentes, y además lee a Baudelaire y a Montesquieu, lo cual –pese a Valdano, Guardiola, Pardeza, Marcial y alguna otra excepción- no está aún muy bien visto en el ambiente futbolístico (leer, quiero decir). Escribe poesías y pinta cuadros. Es medio español de origen y los aficionados de sus ya numerosos equipos lo adoran, a él y a su juego. Siempre lleva el cuello de la camiseta subido, como si fuera el de una gabardina, y su concepción y ejecución del fútbol es una de las más imaginativas, voraces e inesperadas –a la vez artística y aguerrida- de los últimos tiempos. Los niños ingleses le cantan en los recreos: “Oh, ah, Cantona, ran away with the teacher’s bra” (“… salió corriendo con el sostén de la profesora”).

Al hincha agredido por Cantona, un tal Matthew Simmons, de veinte años, se le prohibirá el acceso al estadio de su equipo, ese será su leve castigo. Parece un buen elemento pese a su corta edad: tiene antecedentes penales por robo a mano armada en una gasolinera y es conocido por sus ideas racistas. Es probable que se mereciera la patada y quizá algo más. Aun así, Cantona no debió dársela y es normal que lo sancionen. Lo que es más discutible es su condena moralista general. Sobre él llueven los insultos y las censuras, cuando lo que ha hecho, desde mi punto de vista, ha sido ‘también’ un acto de coraje e insumisión.

Se da por descontado que el público es respetable cuando hace mucho que dejó de serlo. Quien ha pisado alguna vez un estadio o una plaza de toros ha visto a individuos cobardes que, amparándose en la distancia y el anonimato, se atreven a gritarles a los futbolistas o toreros cosas que no serían capaces de murmurarle a nadie que estuviera a dos pasos, gente que no saldría ni en defensa de un niño al que vapulearan cuatro adultos. Se atreven a insultar y humillar en tanto que masa, confundidos con otros de su misma especie, jaleándose y envalentonándose mutuamente. Se sienten impunes porque en esos lugares es casi imposible que sean individualizados, percibidos como lo que son, individuos. Pocas cosas hay en el mundo más repugnantes que un linchamiento, material o verbal: que ese grupo de individuos que dejan de serlo durante un rato para descargarse de responsabilidad y entonces matar o pegar o insultar, y que luego pretenden volver a su individualidad cuando todo ha pasado y pueden pensar: “Yo no he sido, fueron más los otros”. Enfrentarse o revolverse contra esa masa de linchadores es algo casi imposible, y ante tal situación el agredido piensa: “Si pudiera encontrarme con ellos, uno a uno”. Es lo que ha hecho el gran Cantona: individualizar a alguien dentro de esa masa, señalarlo con el pie (más que con el dedo), sacarlo de su cómodo anonimato y darle su merecido. Sobre Cantona podían haber caído en el acto cien gamberros como Simmons que lo habrían matado allí mismo, otra vez constituidos en multitud impune. El jugador corrió su riesgo y le echó valor.

Si esta situación la hubiéramos visto en el cine, no habríamos tenido dudas acerca de la reacción del héroe, la habríamos aplaudido seguramente. A veces me pregunto por qué no sabemos interpretar la vida real con la misma nitidez, con la misma ecuanimidad que una película o una novela. Y pienso que más nos valiera intentar verla así siempre, como una representación ficticia, fiándonos sobre todo de nuestro instinto de espectadores o lectores, que falla mucho menos que nuestro discernimiento de ciudadanos. Javier Marías (1995)

Y, para terminar, algunos de los goles que marcó Eric Cantona: