«Buscando a Eric», de Ken Loach, y con Eric Cantona

 

Si tenéis ganas de ver una de esas comedias inglesas donde el centro de la vida es el barrio, donde los amigos son imprescindibles para superar los obstáculos de la vida, con unos personajes entrañables, con momentos emotivos y también hilarantes, en la que el fútbol hace de telón de fondo y en la que uno de los protagonistas es un futbolista mítico, no lo dudéis: buscar “Buscando a Eric”, valga la redundancia.

Dirigida el año 2009 por Ken Loach, cuyo nombre ya es garantía de calidad, se trata de una de esas películas en las que se retrata el devenir de unos personajes que ante la disyuntiva de resolver los conflictos de su vida cotidiana no tienen más recursos que el de aferrarse al cable que te acaban echando los amigos. Bueno, los amigos, y un ángel de la guarda a quien el protagonista empieza a imaginar que le acompaña y que es, ni más ni menos, que el mítico Eric Cantona.

La película, además de ser galardonada en el Festival de Cannes de aquel año con el Premio Ecuménico del Jurado, cuenta también con la presencia de otra celebridad, Steve Evets, ex bajista del grupo The Fall, que hace el papel protagonista de Eric Bishop.

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La sinopsis de la película es la siguiente:

Eric Bishop, un cartero de Manchester, fanático del fútbol, atraviesa una dura crisis vital: sus dos hijos hacen trapicheos de todo tipo, su hija le reprocha que no sepa estar a la altura de las circunstancias y, además, su vida sentimental es un desastre. Ni siquiera el buen ambiente que reina en el trabajo consigue levantarle el ánimo. Inesperadamente, una tarde se presenta en su casa Eric Cantona, su ídolo, la estrella de su equipo, el Manchester United. El ex-futbolista intentará ayudarlo a retomar las riendas de su vida.

Desde el momento en que Bishop comienza a sentirse acompañado y aconsejado por Cantona su vida comienza a dar pasos en la buena dirección. A lo largo del filme asistimos a diversas sesiones casi de psicoanálisis de Bishop en compañía de su admirado ídolo, quien le va ofreciendo pautas para ir resolviendo el catálogo de desastres que gobiernan su vida.

Imagen de www.buenaomala.com

Es de destacar el papel de Cantona, que ya había realizado anteriormente algunos pinitos en el cine. De la misma manera que cuando era jugador, su presencia en la pantalla impone, consiguiendo hacer un papel que a mi me parece muy sobrio y acertado. La presencia del fútbol en la película no se limita a la participación en ella de Cantona, sino que existen diferentes escenas en las que se muestran imágenes suyas defendiendo la camiseta del Manchester, realizando jugadas y marcando goles.

Una buena definición de lo que encontraremos en el filme es la formulada por el propio Ken Loach:

«Queríamos refutar la idea de que las celebridades son más que humanos. Y queríamos hacer una película que disfrutase de lo que usted y yo llamaríamos solidaridad, pero que otros llamarían apoyo de tus amigos de verdad, y de la vieja idea de que somos más fuertes como equipo que como individuos.»

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Y, ciertamente, esa fortaleza del conjunto frente a la individualidad queda claramente manifestada en la película, especialmente en una escena final que no tiene desperdicio y que, evidentemente, no explicaré aquí.

Aquí tenéis el tráiler de la película:

Por último, aprovechar la presencia de Eric Cantona para recordar un artículo de 1995 de Javier Marías y que forma parte de la recopilación de artículos sobre fútbol que el escritor había ido publicando y que están recogidos en el libro “Salvajes y sentimentales”. En aquel artículo, Marías se refería al episodio en el que Cantona propinó una patada a un hincha del Crystal Palace que lo estaba insultando.

 

Aquel suceso significó prácticamente el final de la carrera del futbolista, y Javier Marías le compuso el siguiente texto de homenaje en reconocimiento a un futbolista especial y carismático, atípico, que además de escribir poesía y pintar cuadros era lector de Baudelaire y de Montesquieu.

Un texto que os recomiendo leer para, a continuación, ver la película.

OH, AH, CANTONA

Javier Marías

Publicado en “Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol”. Ediciones Aguilar, 2000

Cuando estas líneas vean la luz, es posible que la carrera del futbolista francés Eric Cantona (pronúnciese Cantoná) haya tocado a su fin. En todo caso estará muy maltrecha, ya que su club, el Manchester United, lo ha apartado del equipo por lo que resta de temporada. También el seleccionador de su país lo ha repudiado, y aún le pueden caer sanciones mayores por parte de los organismos deportivos. El motivo es haberle propinado un acrobático puntapié a un hincha del Crystal Palace cuando, expulsado por el árbitro tras haberle hecho una fuerte entrada a un rival, Cantona se retiraba hacia el vestuario. Al parecer el hincha le estaba diciendo todo tipo de barbaridades, como suele ser costumbre de los hinchas del mundo entero. La acción de Cantona ha sido inmediatamente condenada por dirigentes, entrenadores y periodistas, y se lo ha acusado de caprichoso e incorregible, ya que no es la primera vez que este genio muestra su rebeldía, su impaciencia su sangre caliente. Lleva a cuestas una larga lista de incidentes, y además lee a Baudelaire y a Montesquieu, lo cual –pese a Valdano, Guardiola, Pardeza, Marcial y alguna otra excepción- no está aún muy bien visto en el ambiente futbolístico (leer, quiero decir). Escribe poesías y pinta cuadros. Es medio español de origen y los aficionados de sus ya numerosos equipos lo adoran, a él y a su juego. Siempre lleva el cuello de la camiseta subido, como si fuera el de una gabardina, y su concepción y ejecución del fútbol es una de las más imaginativas, voraces e inesperadas –a la vez artística y aguerrida- de los últimos tiempos. Los niños ingleses le cantan en los recreos: “Oh, ah, Cantona, ran away with the teacher’s bra” (“… salió corriendo con el sostén de la profesora”).

Al hincha agredido por Cantona, un tal Matthew Simmons, de veinte años, se le prohibirá el acceso al estadio de su equipo, ese será su leve castigo. Parece un buen elemento pese a su corta edad: tiene antecedentes penales por robo a mano armada en una gasolinera y es conocido por sus ideas racistas. Es probable que se mereciera la patada y quizá algo más. Aun así, Cantona no debió dársela y es normal que lo sancionen. Lo que es más discutible es su condena moralista general. Sobre él llueven los insultos y las censuras, cuando lo que ha hecho, desde mi punto de vista, ha sido ‘también’ un acto de coraje e insumisión.

Se da por descontado que el público es respetable cuando hace mucho que dejó de serlo. Quien ha pisado alguna vez un estadio o una plaza de toros ha visto a individuos cobardes que, amparándose en la distancia y el anonimato, se atreven a gritarles a los futbolistas o toreros cosas que no serían capaces de murmurarle a nadie que estuviera a dos pasos, gente que no saldría ni en defensa de un niño al que vapulearan cuatro adultos. Se atreven a insultar y humillar en tanto que masa, confundidos con otros de su misma especie, jaleándose y envalentonándose mutuamente. Se sienten impunes porque en esos lugares es casi imposible que sean individualizados, percibidos como lo que son, individuos. Pocas cosas hay en el mundo más repugnantes que un linchamiento, material o verbal: que ese grupo de individuos que dejan de serlo durante un rato para descargarse de responsabilidad y entonces matar o pegar o insultar, y que luego pretenden volver a su individualidad cuando todo ha pasado y pueden pensar: “Yo no he sido, fueron más los otros”. Enfrentarse o revolverse contra esa masa de linchadores es algo casi imposible, y ante tal situación el agredido piensa: “Si pudiera encontrarme con ellos, uno a uno”. Es lo que ha hecho el gran Cantona: individualizar a alguien dentro de esa masa, señalarlo con el pie (más que con el dedo), sacarlo de su cómodo anonimato y darle su merecido. Sobre Cantona podían haber caído en el acto cien gamberros como Simmons que lo habrían matado allí mismo, otra vez constituidos en multitud impune. El jugador corrió su riesgo y le echó valor.

Si esta situación la hubiéramos visto en el cine, no habríamos tenido dudas acerca de la reacción del héroe, la habríamos aplaudido seguramente. A veces me pregunto por qué no sabemos interpretar la vida real con la misma nitidez, con la misma ecuanimidad que una película o una novela. Y pienso que más nos valiera intentar verla así siempre, como una representación ficticia, fiándonos sobre todo de nuestro instinto de espectadores o lectores, que falla mucho menos que nuestro discernimiento de ciudadanos. Javier Marías (1995)

Y, para terminar, algunos de los goles que marcó Eric Cantona: