«En un lugar del Atlántico», de Fatou Diome (Lumen, 2004)

Aquel domingo, 2 de julio de 2000, ya estaba yo repantigada en el sofá cuando los despertadores lanzaron su grito de alarma; la final de la Copa de Europa iba a comenzar dentro de pocos minutos. Una breve ojeada al balcón bastó para advertir que aquel día del Señor-Balón redondo no había nadie fuera

Hace poco descubrí por casualidad la existencia de esta novela. Me llamó la atención tanto la portada, en la que se ven al fondo dos niños con un balón en los pies como la segunda frase de la sinopsis: «…vive una pandilla de chiquillos empeñados en jugar al fútbol día y noche…«. Atraído por esos dos elementos, que prometían la existencia de una relación entre fútbol y literatura, me decidí a leerla.

Ya desde la primera página caí rendido a la historia y a la forma de escribir de su autora, la senegalesa Fatou Diome. Ahora que la he terminado solo puedo decir que es una auténtica maravilla, tanto por lo que se describe como por cómo se escribe. Uno de esos libros en los que vas entrando casi sin querer y en los que página a página se va tejiendo una especie de tela de araña que te atrapa sin remisión.

SINOPSIS

En un lugar del Atlántico de cuyo nombre pocos suelen acordarse, vive una pandilla de chiquillos empeñados en jugar al fútbol día y noche para emular el éxito de aquellos paisanos que han triunfado en las canchas europeas y que, al volver a su pequeña isla, cuentan maravillas de lo que han vivido en París y en otras capitales. Ahí el hambre es una palabra que casi no aparece en el diccionario, las mujeres llevan faldas cortas y existe algo tan extraño como el subsidio del paro, un papelito milagroso que permite vivir sin tener que trabajar. Así las cosas, en esa pequeña isla frente a las costas de Dakar un partido es mucho más que un acontecimiento deportivo: centenares de ojos acribillan la pantalla del único televisor de la aldea, y cuando el viejo aparato decide pasar a mejor vida, justo en el momento de la prórroga, los hombres mastican impotencia y rabia.

Para resolver el problema, el joven Madické llama a su hermanastra Salie en Estrasburgo, y será ella quien irá informándole de los resultados finales, describiéndole las jugadas más arriesgadas en el fútbol y en la vida, y contándole la realidad de su experiencia de inmigrada en Francia. Asistimos así a la retransmisión en directo de un juego bello y extraño, donde triunfa la sensación de no pertenecer ya a nada ni a nadie, un sentimiento que Diome salpica con el talento y la ironía que siempre acompañan a los mejores perdedores.

Moussa, que no soportó la vergüenza de su repatriación, ya no está allí para ver cómo su padre, por fin, se da cuenta de que en nuestra época el fútbol es un trabajo estupendo; de hecho, la salida de emergencia ideal para los hijos del tercer mundo.

Escrita en primera persona, Salie, la narradora, nos va hablando acerca de la vida que dejó atrás, en su Senegal natal, cuando emigró a Francia, esperando una vida mejor que nunca llegó a ser lo que esperaba. Al mismo tiempo, su hermano Madické, que todavía permanece en la isla, se entrega en cuerpo y alma a la práctica del fútbol convencido de que será la puerta a un paradisiaco mundo de riquezas y abundancia. Pero, como en algún momento se dice, las llagas propias no dejan ver las llagas ajenas, y pensar que el simple hecho de llegar a Europa es una automática garantía para una vida mejor es engañoso.

Si se busca información sobre la autora se observa, al terminar la lectura, que existe un alto componente autobiográfico en la historia. Salie nos habla desde Francia, a donde emigró desde su Niodior natal tras casarse con un francés. Pero el rechazo de la familia de él la obligó a divorciarse, dejándola en la complicada situación en la que se encuentra. Algo parecido es lo que acabó viviendo Fatou Diome, la autora. Y también coinciden en ambas las experiencias de infancia y la vida en Senegal antes de marchar del país en busca del sueño europeo.

Hay una importante presencia de fútbol en la novela, en tanto que ha sido (y lo sigue siendo) algo con lo que muchos jóvenes africanos sueñan: fichar por un club europeo. Pero, tal y como se describe, no es oro todo lo que reluce, una situación que el libro ejemplifica con la historia de Moussa, víctima de un intermediario sin escrúpulos que promete una cosa y acaba ofreciendo otra. El inicio de la novela se sitúa justo en el momento en el que se está disputando una Eurocopa de naciones, la del año 2000, que Madické sigue con gran atención porque su ídolo, Paolo Maldini, la está jugando. De hecho, mientras que los ídolos de todos sus amigos son franceses, él es el único aficionado de Italia. 

Hasta entonces yo había conseguido impedir que se arruinase, al igual que sus amigos, con los marabutos que especulaban con sus inocentes sueños. Pero esta vez se había decidido, haría cualquier cosa para ir a Europa, conocer a su ídolo, su doble, y hacer como él. Convertirse en un gran futbolista era su más imperioso deseo. Lo conseguiría, estaba seguro de ello.

Una novela más que recomendable, maravillosamente escrita, en la que se entrelazan de manera magistral y en ocasiones muy poética temas como la vida en un pequeño poblado cerca de Dakar en el que tan solo hay un televisor, las tradiciones del lugar, el papel de las mujeres en aquella cultura, y, sobre todo, la visión que se tiene de Europa como tierra prometida y la atracción que ejerce sobre miles de jóvenes que buscan desesperadamente llegar hasta ella en busca de un futuro que imaginan mejor, aunque la realidad es completamente diferente.

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