El fútbol, el 23-F y las casualidades lectoras

 

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Ayer fue 23 de febrero, una fecha sin nada especial para unos, y cargada de simbolismo para los que, digámoslo claro, tenemos una cierta edad. Recuerdo que durante un tiempo los informativos de la televisión y la radio, cada 23 de febrero, recordaban que el mismo día de 1981 se produjo uno de los episodios más relevantes (y frikies, también) de la historia española. Un hecho que ha dejado de ser material de recordatorio informativo quedando sepultado en lo más profundo del baúl de los recuerdos de Karina.

Aquel día, un grupo de guardia civiles, liderados por el teniente coronel Tejero y su mostacho, irrumpieron en el congreso de los diputados, manteniendo secuestrados a todos los que por allí pululaban durante 18 horas. A quien le interese el tema le recomiendo el libro de Javier Cercas “Anatomía de un instante”, o, también, el interesante programa «Operación Palace«, que hace poco se emitió y fue realizado por el equipo de Salvados.

Para que nos entendamos, aquello fue un intento de golpe de estado en toda regla, de los de tomo y lomo, expresión esta que recuerdo de los tebeos y me hacía mucha gracia. Hacia las 18.22 exactamente se produjo la invasión del Congreso de los Diputados, y supongo que minuto arriba minuto abajo fue cuando en la bóveda del edificio retumbó el famoso “¡Alto todo el mundo! ¡Todo el mundo al suelo!”.

Son momentos que uno acaba siempre recordando. Y se recuerdan por razones diversas. De hecho, como me pilló jovencito (16 años, segundo de B.U.P. Sí, sí: B.U.P., una cosa de la prehistoria), en una época en la que transición, democracia, libertades, franquismo, espíritu reivindicativo… eran términos de gran actualidad, me tocó vivir el suceso con toda la atención del mundo, poniendo sobre él mis cinco sentidos, desde las trincheras del instituto de una ciudad dormitorio, consciente de la repercusión histórica de lo que estaba sucediendo.

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(Bueno, de hecho, también puse los cinco sentidos –y porque no tenía más- y tuve conciencia de la importancia planetaria de lo que sucedió un año después, cuando la Italia de Paolo Rossi eliminó del Mundial 82 al Brasil de Sócrates en aquel inolvidable partido que se jugó en Sarriá. ¡No había llorado por una final de fútbol desde la de Alemania contra Holanda en 1974!

Pero como decía, si tengo fresco aquel 23 de febrero de 1981 fue por un momento clave que se produjo aquella tarde. Un momento que me hizo entender de golpe lo que significan las expresiones “sabiduría popular” y “¡Ay la que se va a liar!”. Y fue cuando mi madre, muy seria, me dijo: “Niño, baja a la bodega y compra todos los huevos, patatas, latas de conserva y otros productos imperecederos que puedas, que como esto vaya en serio vamos a necesitar provisiones”. Vaaaa, lo reconozco: me he tomado la licencia de transformar las auténticas palabras que mamá pronunció aquella tarde, que como se puede suponer fueron bastante menos literarias y mucho más onomatopéyicas.

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¿Y por qué precisamente hoy me asalta el recuerdo del (valga la redundancia) asalto del 23-F? Se supone que en este blog se habla de lecturas relacionadas con el fútbol, ¿no? Bueno, sí. Se habla de libros en los que el fútbol es el tema principal. Y también se habla de lo que se habla en los libros que hablan de fútbol. Más o menos. Y justamente en uno de esos libros, “El delantero centro fue asesinado al atardecer”, de Manuel Vázquez Montalbán, justamente hoy, decía, leo:

…ante ellos apareció de pronto una pequeñísima taberna, inexplicablemente superviviente en aquella acera del paseo de la Bonanova, titulada Cervecería Víctor y nada más entrar Carvalho recibió cien informes visuales de que algo irreparable había pasado en su vida: había traspasado el dintel del tiempo. A este lado de la puerta, la Barcelona democrática, olímpica y yuppie, y al otro un rincón para la nostalgia de la España franquista, una madriguera color vino donde hasta las jarras de cerveza llevaban la bandera española y las postales eran señales de una identidad nostálgica: Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma Ramos, el general Muñoz Grandes con la Cruz de Hierro, el coronel Tejero con los bigotes de hierro, Adolfo Suárez disfrazado de jefe falangista y acompañado del lema “¿Juras, Judas?”.

Pues eso. Que como quien no quiere la cosa me ha saltado a un ojo desde las páginas del libro que estoy leyendo “el coronel Tejero con los bigotes de hierro”. Un asalto que se ha producido un 23 de febrero. Y he creído que la cosa no podía quedar así.

Otro ejemplo más de todo lo que se puede aprender leyendo literatura futbolera. Hoy, historia contemporánea.

Cogido con pinzas, ¿verdad?

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