
Ya tenemos a los finalistas de la Champions League 2015. Serán el Barça y la Juve. Los italianos consiguieron empatar a uno con el Real Madrid en el Santiago Bernabéu, impidiendo a los blancos remontar el resultado adverso (2 a 1) del partido de ida en Turín.
Es habitual en el mundo madridista invocar el “espíritu de Juanito” ante situaciones como la de ayer, en las que era necesario remontar un resultado adverso. Esa apelación al mundo sobrenatural me llevó ayer, mientras seguía el encuentro, a reflexionar sobre la posible incidencia que fuerzas del más allá puedan tener sobre el resultado de un partido de fútbol.
¿Y a qué conclusión llegué? Pues que desconozco si los espíritus marcan goles en el mundo real. Pero en el mundo literario, conozco al menos un caso: el de “Buba”, protagonista de un cuento futbolero de Roberto Bolaño del mismo título incluido en su libro de relatos cortos «Putas asesinas«, y en el que la magia y los rituales esotéricos tienen un importante papel.

Navegando por Internet en busca de información sobre el cuento (que podéis leer en este enlace) llegué hasta la página “Manzana Pecosa”, dónde descubrí que el autor de “2666” y de “Los detectives salvajes” conversaba a menudo de fútbol con Santiago Gamboa. Como ejemplo de la afición futbolera de Gamboa de este último podéis leer el artículo «Fútbol y literatura«, escrito hace poco más de año, y en el que relaciona a cuatro entrenadores con cuatro escritores.

De hecho, aunque Bolaño no era un gran futbolero, protagonizó de niño un episodio en el que llegó a conocer a… ¡Pelé, Garrincha y Vavá! El mismo Bolaño lo explicaba así al periodista Marcelo Soto de Revista Qué Pasa:
“En 1962 vivía en Quilpué, a cincuenta metros de donde estaba alojada la selección brasileña de fútbol. Conocí a Pelé, a Garrincha, a Vavá (delantero brasileño). Recuerdo por ejemplo que Vavá me tiró un penal y se lo atajé. Y para mí es la mayor hazaña que he hecho: ¡le atajé un penal a Vavá!”

(En este enlace encontraréis más información sobre esta anécdota).
Por lo que sé, Bolaño no tuvo mayor relación literaria con el fútbol aparte de «Buba«. Una actitud expresada perfectamente en la siguiente frase:
“A mí siempre me pareció más interesante marcar un autogol que un gol. Un gol, salvo si uno se llama Pelé o Didí o Garrincha, es algo eminentemente vulgar y muy descortés con el arquero contrario, a quien no conoces y que no te ha hecho nada, mientras que un autogol es un gesto de independencia. Aclaras, ante tus compañeros y ante el público, que tu juego es otro”.
Volviendo al cuento nos encontramos ante la historia de Buba, un misterioso jugador africano que llega para jugar en Barcelona, practica extraños rituales y acaba triunfando tanto en la liga española como en Europa. En el relato se habla de prácticas esotéricas, y también aparecen equipos como el Manchester, el Bayern y el Milan, así como el club que finalmente fichó a Buba: la Juventus.
Al día siguiente empezamos la Liga ganando seis a cero. Buba marcó tres goles, Herrera uno, yo dos. Fue una temporada gloriosa, a mí me parece mentira que la gente se acuerde, porque ya ha pasado mucho tiempo, pero si lo pienso bien, si hago funcionar la memoria, me resulta lógico (perdonen la vanidad) que todavía no haya caído en el olvido la segunda y última temporada que jugué con Buba en Europa. Ustedes vieron los partidos por televisión. Si hubieran vivido en Barcelona se vuelven locos. Ganamos la Liga con más de quince puntos de ventaja y fuimos campeones de Europa sin haber perdido ni un solo partido, sólo el Milán nos empató en San Siro y el Bayern sacó el otro empate en su casa. El resto, puras victorias.
Buba se convirtió en la estrella del momento, goleador en la Liga española y en la Liga de Campeones, su cotización subió por encima de las nubes. A mitad de temporada su agente intentó renegociar la ficha a más del triple de su monto anual y el club se vio obligado a venderlo a la Juve a principios de la pretemporada siguiente. Herrera también se convirtió en un jugador ambicionado por muchos clubes, pero como era canterano, es decir casi se había criado en las categorías inferiores de nuestro club, no quiso irse, aunque a mí me consta que tuvo ofertas del Manchester, en donde hubiera ganado más. A mí también me llovieron las ofertas, pero después de dejar marchar a Buba el club no podía darse el lujo de desprenderse de mí y me arreglaron la ficha y me quedé.
El cuento está dedicado a Juan Villoro, un insigne miembro del universo de la literatura y el fútbol, autor de una obra de referencia como es «Dios es redondo«. De manera que nos encontramos ante un gran tridente de esritores: Bolaño, Gamboa, Villoro. Pedazo de literantera o de delanteraria.
Así que, visto lo que ayer sucedió sobre el terreno de juego, habrá que pensar que quizá los «espíritus de Buba» fueron superiores al «espíritu de Juanito».
Aquella temporada volvimos a ser campeones de la Liga española, pero en la Liga de Campeones nos enfrentamos en semifinales con el equipo de Buba y fuimos eliminados. En Italia nos metieron tres a cero y uno de los goles lo marcó Buba, uno de los goles más bonitos que he visto en mi vida, un gol de falta, o de tiro libre para ustedes, muchachos, desde una distancia de más de veinte metros, lo que los brasileños llaman una hoja muerta, una hoja de otoño, una pelota que parece que va a salir y que de repente cae como una hoja muerta, algo que dicen que sabía hacer Didí, algo que yo nunca le había visto hacer a Buba,

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