Hoy, día 10 de mayo, se cumplen exactamente 21 años de uno de los goles más espectaculares que recuerdo. Fue en 1995, durante la final de la Recopa que el Zaragoza y el Arsenal jugaban en París.
La espectacularidad de gol presentaba tres facetas: la de su gran dificultad, la de su impactante belleza y la de lo que aquel gol, conseguido desde 40 metros en el último minuto de la prórroga de una final europea, significó.
Ignacio Martínez de Pisón, en su obra «El siglo del pensamiento mágico«, publicada en la colección Hooligans Ilustrados de Libros del K.O., lo (d)escribe así:
Me acuerdo de cuando cayó en mis manos “Fiebre en las gradas”, el libro en el que el británico Nick Hornby recreaba la evolución sentimental de un joven a través de su condición de seguidor del Arsenal. Lo primero que hice fue buscar en el índice las páginas dedicadas al 10 de mayo de 1995, pero la narración concluía con un partido contra el Aston Villa de 1992 y no hablaba de la final de la Recopa que ese 10 de mayo enfrentó al Arsenal y al Zaragoza en el Parque de los Príncipes de París. Se llegó con empate a uno en la prórroga y, cuando ésta estaba a punto de terminar y todos nos preparábamos para la tanda de penaltis, ocurrió lo inesperado. Nayim recibió el balón a la altura de la línea central y, casi sin pensárselo, lo lanzó hacia la portería defendida por David Seaman. El balón subió y subió hasta rozar el cielo de París, y luego descendió en busca del único hueco posible entre el desesperado bracear de Seaman y el larguero de su portería. Aquello no fue un gol: aquello fue un milagro.”
Y aquí tenéis el gol.
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