Los coleccionistas de libros relacionados con el fútbol acostumbramos a utilizar tácticas diversas para localizar nuestras presas. Una de las más eficaces es recurrir a las herramientas de búsqueda que ofrecen los catálogos de las bibliotecas. Basta con introducir una palabra clave adecuada (fútbol, futbolista, balón, pelota, portero, partido, gol, etc.) o más directo aún, buscar ‘fútbol’ por materia, para recibir a cambio un listado de libros relacionados con nuestros intereses.
Otra herramienta indispensable para nuestra comunidad es, lo habéis adivinado, San Google, gracias a cuya existencia tenemos la posibilidad de acceder a lugares remotos, inexplorados, allende las fronteras del ciberespacio, y descubrir tesoros en formas de información, materiales desconocidos, botines de conocimiento a los que sería imposible acceder por otros medios.
Escribid ‘libros de fútbol‘, ‘literatura futbolera‘, ‘fútbol y literatura‘ o cualquier otra combinación del estilo en el cajón sagrado y de nuevo nuestro benefactor googleliano acudirá en vuestra ayuda para ofreceros una jugosa recompensa.
Aunque existen más opciones para localizar esas pequeñas presas en forma de literatura futbolera os hablaré de una tercera. Esta, por cierto, además de eficaz es una de mis preferidas. Lo más divertido de todo es que se trata de una caza y captura en dos fases.
Primera: rastreamos autores que hayan escrito alguna vez sobre fútbol, ya sea algún artículo en una revista o diario, algún libro, cualquier cosa servirá para detectar en el autor en cuestión una afición balompédica.
Segunda: indagamos entre la obra del susodicho (recurriendo de nuevo al supremo localizador) y, muy posiblemente, descubriremos alguna obra oculta, desconocida, en la que el fútbol será parte importante. Y cuando eso ocurre, no queda más que exclamar: Touché!
Viene toda esta fase de precalentamiento para explicar que hoy hablaré de «La primera piedra» (Anagrama) («La primera pedra«, Quaderns Crema), la primera novela de un prestigioso escritor de reconocida querencia futbolística, aficionado barcelonista, habitual en radio, televisión y prensa escrita, y de quien podéis leer cada semana la columna que escribe en La Vanguardia dedicada a describir aspectos relacionados con el entorno culé.
Estoy hablando de Sergi Pàmies, quien además fue premiado hace un par de años con el X Premio Vázquez Montalbán de Periodismo Deportivo, reconocimiento también otorgado, entre otros, a autores tan futboleros como Eduardo Galeano, Nick Hornby o Juan Villoro, entre otros (Aquí tenéis el discurso que pronunció tras recibir el premio).
Imagen de Víctor Salgado – Fundació FCB
El caso es que siendo como soy seguidor de sus escritos futboleros, gracias a alguno de los cuales (como «Literatura y fútbol«, de junio del año pasado) he descubierto «Manual de fútbol» de Juan Tallón, otro libro que reposa en mi lista de presas y al que espero poder acabar fichando, desconocía sin embargo que en su primera novela el fútbol tenía un gran peso, y que, además, su protagonista era un futbolista.
Y ahora, si me preguntáis a través de cuál de los métodos de caza al principio descritos llegué al descubrimiento de esta futbolera novela de Sergi Pàmies os diré, aunque me pese… ¡que no me acuerdo!
No recordar también tiene su parte positiva, pues demuestra la existencia de otra de las vías de descubrimiento de literatura futbolera más satisfactorias que existen: el puro azar, la simple casualidad o, dicho en el lenguaje de los partidillos callejeros entre infantes: de chiripa.
Y así, de pura chiripa, de rebote y como quien no quiere la cosa descubro (sin saber cómo) la existencia de una novela protagonizada por un futbolista. O mejor dicho, y tal y como explica la sinopsis del libro:
«La primera piedra» es la historia de un lampista que juega al fútbol y es amante de una mujer casada, y que asume su condición de suplente no solo en el ámbito deportivo sino también en el familiar, en el laboral y en el sentimental».
Escrita en 1990, es decir, hace 25 años nos encontramos ante una novela corta narrada en primera persona por un personaje que parece llevado por lo cotidiano, arrastrado por los sucesos que le envuelven sin que la mayoría de veces exista voluntad alguna por su parte. Como cuando se encuentra participando en un extraño grupo de mariachis empujado por su hermano, o atrapado en una extraña historia por culpa de un coche aparcado en doble fila, o angustiado tras perder de vista a su sobrino en el Salón de la Infancia.
«Los del equipo me han felicitado como se felicita a un suplente: con un cordial menosprecio. Faltaban cinco minutos para acabar el partido y, como había previsto el entrenador, ya teníamos bastante conformándonos con el empate. Pero yo no tenía nada que perder. Si pudiera, prohibiría los empates.»
Imagen de www.talaveralarealdeporte.com
Una especie de testigo de las cosas que describe todo cuanto le rodea y sucede con minuciosidad, con cierto aire impresionista que en determinados momentos me ha traído ecos, salvando las distancias, del Joseph Bloch de “El miedo del portero ante el penalty” de Peter Handke.
E incluso, en alguna de las situaciones descritas, me ha venido a la cabeza «¡Jo, qué noche!«, aquella extraña película de Martin Scorsese en la que un gris empleado, al finalizar su jornada laboral, se ve envuelto de manera involuntaria en una continua sucesión de extraños e involuntarios sucesos.
Pese a a esta especie de involuntariedad continua y permanente, no parece que el narrador de la historia sea un ser angustiado por la realidad. Simplemente acepta y navega por ese día a día en el que se ve inmerso, con naturalidad. Por decirlo de alguna manera, se trata de una suplencia vital aceptada de buen grado. Así mismo, hay una continua dosis de humor a lo largo de todas las páginas, y una entrañable ternura por parte del protagonista que lo acaba convirtiendo en alguien muy cercano.
– ¿Qué decisión debe tomar el árbitro si un jugador enciende un cigarrillo durante el partido?
– Amonestarlo por conducta incorrecta.
El rebaño de jugadores atraviesa el campo embarrado. Delante, el entrenador pregunta y cualquiera de nosotros responde. Correr, dicen, ayuda a pensar. Los pies me pesan cada vez más, como si el barro que piso fuera el mismo que me llena la cabeza de una crema resacosa con gusto a tequila. He hecho un gran esfuerzo para levantarme. Si hubiera sido titular -indiscutible o no- no habría venido. Pero para un suplente no asistir a un entrenamiento equivale a resignarse para siempre al banquillo.
Imagen de www.jonav.obolog.es
La historia se lee de un tirón, y una vez comienzas a caminar junto al protagonista en su extraño deambular donde cualquier situación es un cúmulo de minuciosidad ya no puedes dejar de acompañarlo hasta el final. Y una novela en la que Sergi Pàmies demuestra lo cómodo que se encuentra a la hora de escribir sobre fútbol, abordándolo desde ángulos diversos en diferentes episodios de la historia.