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Ayer fue 13 de abril. Si queremos conocer qué tal jugador es podemos acercarnos hasta Mestalla y la historia del Valencia, de la mano de esa magnífica obra que es «La balada del Bar Torino«, de Rafa Lahuerta.
Una historia repleta de nombres como Tendillo, Castellanos, Arias o Sempere, nombres que poblaron mi juventud con reminiscencias de tardes radiofónicas.
Aquí tenéis el 13 de abril en acción:
Sí, es cierto, el club atravesaba una gran crisis económica pero el equipo no era para descender. Tenía todo lo que los manuales exigen para hacer una temporada correcta. Gente experimentada y de la casa (Arias, Tendillo, Subirats, Castellanos, Roberto, Sempere…), chavales emergentes y de la cantera casi consolidados (Fernando, Revert, Quique, Sixto, Giner, Arroyo, Ferrando…), y un delantero tronco pero efectivo como Wilmar Cabrera que te garantizaba un fijo de quince goles por temporada. No, no era un equipo para descender.
No se acertó con los fichajes de Sánchez-Torres y Muñoz-Pérez. Quizás se precipitó el adiós de Saura, que todavía tenía cosas que aportar. Tampoco Valdez como entrenador fue la solución más adecuada. Pero pese a ello el equipo acabó la primera vuelta alejado del peligro y con buenas sensaciones. Tras empatar a tres en Valladolid Cantatore dijo que el Valencia era el mejor equipo que había pasado por Pucela esa temporada. Lo dijo en enero. Antes, en diciembre, un escandaloso arbitraje de Pes Pérez contra el Sevilla (no es de ahora) puso en evidencia que pagaríamos en los despachos la presencia de valencianistas ilustres en otros ámbitos de poder federativo. Ahí escribí mi primera carta en prensa. Salió en Don Balón. Yo la escribí y Alfonsito, Alfonso Pérez-Cervelló, la pasó a limpio. Lagrimeo arbitral justificado. El de Pes Pérez fue uno de los arbitrajes más dañinos sufridos por el Valencia en su historia.
Con todo, lo peor fue la ausencia de Roberto durante buena parte de la temporada. En aquel equipo cogido con alfileres, Roberto aportaba dinamismo, gol, jerarquía y carácter. Era el mejor jugador del equipo y su ausencia fue determinante. Hubo derrotas sobre la bocina en Zaragoza y Sarrià, empates injustos en Mestalla después de desarbolar al rival como el día del Sporting y muy especialmente en marzo contra el Atlético de Madrid, el mejor partido que el Pato Fillol hizo en España. Vale el dicho de que a perro flaco todo son pulgas. Para rematar el empastre, el Valencia fue el último gran conejillo de indias del calendario no unificado. Jugó el penúltimo partido un día antes que su rival más directo. Cuando empezó a rodar el balón en el Ramón de Carranza aquel domingo 13 de abril todo el mundo ya sabía el resultado final. Empate a cero. Desde entonces me cisco en la simpatía institucionalizada de gaditanos y béticos. Desde entonces hay horario unificado los dos últimos partidos de cada temporada.