«Manchón, Candel y Salvador, tridente de fútbol, barrio y literatura», por Miguel Ángel Ortiz Olivera

 

Hace poco más de dos semanas, Miguel Ángel Ortiz (autor de «Fuera de juego» y «La inmensa minoría«) publicaba en la revista Panenka un magnífico artículo titulado «Manchón, Candel y Salvador, tridente de fútbol, barrio y literatura«. El texto giraba en torno a la curiosa relación que estos tres personajes habían tenido, vinculados por la pertenencia a un mismo barrio (la Zona Franca de Barcelona), y, también, gracias al fútbol y la literatura.

Al final del artículo se hace una referencia a este blog como parte de las fuentes documentales para la escritura del texto. Aquí tenéis el artículo completo.

Disfrutarlo porque vale la pena 🙂

 

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La vida, en ocasiones, se compara con un círculo y ya los griegos dudaban de la existencia de algo más perfecto. En nuestros tiempos, posiblemente no exista uno más prestigioso que el balón. Esa esfera de cuero que, como la vida, bota libre y rebota traicionera, se nos escapa en un mal control, y en muchas jugadas termina perdiéndose por la línea de banda aunque nos dejemos el alma corriendo tras ella.

Dedicó Francisco Candel, en su novela Han matado un hombre, han roto un paisaje (1959), unas líneas a un abollado campo de fútbol que se formó en su barrio de Can Tunis, a fuerza de pisar la tierra. Allí, «las pelotas, debido a las desigualdades del terreno, rebotaban cual si fueran lanzadas con efecto, igual que en el billar, marcando tantos complicados, desconcertantes y geométricos». Tres adjetivos que describen sus inicios como escritor. En 1956, tras años complicados, publicó su primera novela gracias a la desconcertante ayuda de un futbolista de su barrio, Eduardo Manchón. Un año después, a raíz de la publicación de la segunda, tuvo que refugiarse en la casa de otro novelista que, curiosamente, había publicado en 1955 una novela con dos ladrones y un futbolista como protagonistas. Su apellido tenía mucho de presagio geométrico: Tomás Salvador.

El balón redondo. La esfera perfecta. El viaje de la vida.

EL NOI DEL BARRAQUER CONQUISTA LES CORTS

Francisco Candel había visto a Eduardo Manchón correr tras el balón en campos de tierra similares a los de su novela. Cuando Manchón solo era el pequeño Eduardo, mataba las tardes jugando al fútbol en la polvorienta carretera del puerto con pelotas hechas de trapos viejos que birlaban a gitanas aún más viejas. Candel compartía aula con Eduardo, y conocía la historia de su familia: sus padres habían llegado a Can Tunis desde Lorca con los bolsillos llenos de hambre y miseria, en busca del dorado que ofrecía la moderna Barcelona.

Como muchos otros emigrantes, sin embargo, acabaron viviendo en una de las cientos de barracas que moteaban la falda de Montjuich, lejos de la ciudad resplandeciente. Su padre trabajaba como barraquero del campo de Casa Antúnez, el modesto club del barrio. Y a Eduardo lo bautizaron como El noi del barraquer: así de sencilla era la vida en Can Tunis. Siendo juvenil comenzó a jugar en el Casa Antúnez. Había estudiado para mecánico, pero en las tascas del barrio se apostaba por otro destino: sería futbolista. Al cumplir la mayoría de edad, fichó por el Barcelona Amateur de Biosca, Bosch y Eloy. Ganaron el Campeonato de Forofos de 1949, con Manchón como héroe de la final: contra el Indautxu marcó el gol que abría la lata y el que sentenciaba con el definitivo 3-2.

Ese mismo año lo cedieron al SD España Industrial, filial del FC Barcelona. Los vecinos de Can Tunis brindaron muchas veces por sus goles aquella temporada, y en 1950, celebraron por todo lo alto que fichaba por el FC Barcelona. Las gitanas, entonces, aseguraron haberlo leído en la mugrienta palma de su mano cuando todavía era un mocoso. Y los más viejos, mientras se anudaban el pañuelo al cuello, advertían que al chiquillo todavía le quedaba por madurar. Manchón corría sobre la línea de cal como si, en vez de un alambre, fuese una autopista. Y por el barrio bromeaban que se había curtido corriendo de la pestañí.

El noi del barraquer rompía la cintura de los laterales con el mismo descaro que bailaba con las mozas en la verbena. Y el 8 de octubre de 1950, frente al Valencia, Daucik le dio la oportunidad de bailar sobre la cal tras la expulsión del argentino Nicolau. Manchón saltó al campo, marcó el gol de la victoria y la banda de Les Corts, desde aquella tarde, tuvo nuevo dueño. En Can Tunis no hubo tasca en la que no se viese amanecer entre chiquitos y fandangos.

UN FUTBOLISTA CON BIBLIOTECA Y UN NOVELISTA SIN LIBROS

Un futbolista solo tiene una oportunidad para escribir la jugada. El balón es su lenguaje, su palabra. El regate, su adjetivo. Con un pase, pone un punto, y con una pared, un punto y seguido. De nada sirven los bocetos; en un partido no hay opción de tachar, pulir, planchar y retocar hasta que la frase suene perfecta. Cuando el balón le llega a las botas, el futbolista redacta la jugada del tirón, de nada le valen los sinónimos si el adjetivo no es el adecuado. Solo si escoge bien cada palabra, cada regate, cada punto y seguido, escuchará el murmullo de la red: la expresión máxima de su poesía.

A Francisco Candel nadie le decía dónde había poesía y dónde no. Él la encontró en callejuelas sucias, en oscuras tascas, en un enjambre de niños andrajosos que habían aprendido corriendo tras un balón que la vida es demasiado dura para tener los pies blandos. Durante años, había escrito cuentos sobre lo que escuchaba en las aceras del barrio. Por ellas paseaba su poesía porque la poesía, en realidad, se esconde en los ojos del que mira. Y él había decidido mirar dónde otros apartaban la mirada. Su Macondo sería la otra Barcelona que crecía a la sombra de Montjuich: la de las barracas de techos de uralita a la que la Ciudad Condal daba la espalda.

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Por eso se sentía orgulloso de que El noi del barraquer hubiese conquistado, con su baile de piernas, la ciudad que crecía al otro lado de la montaña. Aunque le habían cambiado el mote por el de El bicicleta, la fama no le había cambiado. Los niños coreaban los nombres de la mítica delantera de Les Cinc Copes, y las jovencitas suspiraban por sus huesos; pero Manchón solía pasearse por Can Tunis como uno más, charlar con los vecinos, invitar a unos tragos a los viejos amigos. Y telefonear a Candel periódicamente para ver cómo seguía la vida por el barrio.

Nadie —ni Candel ni, posiblemente, el propio Manchón— imaginaba que 1956 sería la última temporada del extremo en el FC Barcelona. Ni tampoco que esa campaña marcaría su gol más literario. Una tarde, Candel y el futbolista se encontraron por casualidad en el barrio. Tras el apretón de manos, Manchón le preguntó si seguía dibujando:

«—No, ahora escribo, he acabado una novela.

—Qué dices. ¿Cuándo la publicas?

—¡Hay! Eso… Sabe Dios si lograré publicarla. No conozco a nadie.

—Pues yo sí conozco a un editor. Se llama Janés y a veces baja a vernos al vestuario y nos regala libros. Le hablaré de ti.»

Aquella tarde, Manchón lo invitó a su casa para que viera su biblioteca.

«—Fíjate qué de libros, no me los leo ni en broma», le dijo.

Candel pasó la yema de los dedos por los lomos encuadernados. «Y como el mundo está lleno de casualidades», contó años después en El País«a mí me llevó definitivamente a la literatura el futbolista del Barça». Manchón cumplió su palabra y, en una visita al vestuario del poeta y editor barcelonés, le habló de su vecino escritor. Aunque, en realidad, Janés ya tenía referencias de un tal Candel que había presentado su novela al Premio Nadal y, aunque no había ganado, había obtenido dos votos del jurado, uno de ellos de su amigo Sebastián Juan Arbó.

Un día, el hermano de Manchón apareció en el felpudo de Candel.

«—Oye, que dice mi hermano que te editan la novela.»

Entusiasmado por la noticia, Candel le pidió más detalles, pero el otro se encogió de hombros y dijo que solo cumplía con el recado. Poco después, Candel atravesaba el vestíbulo del cine Bohème, al lado del Arenas. Se encontró con Manchón, que le confirmó la buena nueva. Unos meses después llegó a las librerías Hay una juventud que aguarda, con prólogo de Tomás Salvador.

DOS LADRONES Y UN FUTBOLISTA

Tomás Salvador sabía mucho de ladrones. No en vano, había dedicado media vida a perseguirlos. La otra mitad, se la había entregado a la escritura. Y había aprendido que el escritor, aunque lo camufle con adjetivos, tiene mucho de ladrón de guante blanco: para engendrar personajes vivos en la página, debía robar sigilosamente pedacitos de vida a los demás.

En 1955, había publicado Los atracadores. Sus protagonistas —dos ladrones y un futbolista— forman la banda de los “Los Corteses”. Ciertos pasajes discurren en campos de tierra como el de Nevín, en la periferia de Barcelona, donde Chico Ramón defiende los colores de la Asociación Deportivo Carranza. En aquel fútbol de Segunda Regional, se recomendaba tomar mucho azúcar y pocas grasas. Había que cuidarse del café, sustancia dopante que solía reservarse, junto a la copa, para los goleadores. Chico Ramón juega con un sueño anudado a las botas: que un patrón, o el propio Samitier, le fiche para su club. Pero su entrenador, Míster Penalty, sabe que pocos alcanzan el sueño:

«Generalmente los aficionados se desanimaban o se marchaban a un club de mala muerte cuando cumplían los veinte años. Era la edad peligrosa. La edad de las mujeres, de las ambiciones, de la impaciencia».

Manchón había escrito la historia opuesta: la del chico de barrio que asciende a la cumbre futbolística. Con el FC Barcelona, había vivido siete campañas trufadas de títulos. Sin embargo, el círculo no se había cerrado. En 1957, «la llegada del uruguayo Ramón Villaverde», contó Enric Bañeres, «le relegó a la suplencia en una época en la que no estaban permitidos los cambios durante los partidos y no ser titular suponía el olvido». Manchón, muy a su pesar, pidió la baja y abandonó el club de su vida después de anotar 81 goles en 201 partidos. Fichó por el Granada. Cuando se enfrentó a su ex equipo, en el recién inaugurado Camp Nou, los culés vencieron por 4-1. El gol de la honra granadina lo anotó Manchón, y se llevó una ovación cerrada como si lo hubiese convertido un jugador local.

Ese año, su amigo Francisco Candel publicó su segunda novela, Donde la ciudad cambia de nombre, y recibió de todo menos aplausos de los suyos. El revuelo que se formó en Can Tunis fue tal, que muchos vecinos aprendieron a leer solamente para saber qué contaba en el dichoso libro. Decían que Candel había escrito las cosas íntimas de los vecinos: que si la muerte de fulano, que si mengano espiaba a las vecinas por un agujero en la pared, las broncas de tal con la parienta, las palizas de pascual a los hijos.

Los vecinos sentían que les habían robado algo suyo. Y lo esperaron en la puerta de su casa para zurrarlo. Y lo insultaron por la calle. Y algunos incluso decidieron unirse y llevarlo a juicio. A Paco Candel solo le quedó esconderse como un vulgar ladrón, y lo hizo en la casa de su buen amigo —y policía— Tomás Salvador.

UNA VIDA, UNA PASIÓN, UN BARRIO

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Manchón no olvidaba Barcelona. Tras su paso por el Granada, militó una temporada en el Deportivo de la Coruña, en Segunda División. Pero no se encontraba como futbolista ni tampoco como hombre lejos de sus raíces. Decidió volver: fichó por el CA Iberia, el equipo de Can Tunis, a pesar de que jugaba en Tercera. En su barrio, disfrutó de nuevo del fútbol. Y sintió que el círculo, al fin, se cerraba. Dos campañas después, se retiró en el Centre d’Esports d’Hospitalet, también en Tercera. En sus últimos 29 partidos, anotó 9 goles.

Su apellido venció al tiempo con la mítica canción de Serrat, Temps era temps«Panallets; penellons; Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón»; versos que, a toda una generación de barcelonistas, traían los ecos de una época dorada de la historia del club. Muchos, de hecho, no entendían que con su calidad solo hubiera jugado un encuentro con la Selección, en 1954, ante Turquía en Estambul. Algo que no impidió que muchas personalidades, como Vázquez Montalbán, recordasen los milagros de aquellos cinco delanteros: «Los dos [Serrat y yo] nos hicimos del Barça por obra y gracia de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón»

Manchón jugó con los veteranos del Barcelona hasta los 75 años. Colaboró en la celebración del 25º aniversario del Hospitalet, en 2007. Y cedió su apellido para apadrinar el campeonato anual de fútbol playa de Coma-Ruga. El balón siempre lo había acompañado, y lo haría también al final de sus días. Tras contraer un cáncer, se saltó algunas sesiones de tratamiento cuando coincidían con los partidos en Coma-Ruga. El fútbol le daba más vida que la quimioterapia.

Murió días antes de que se rindiera homenaje, en el Camp Nou, a los 60 años de su debut en Les Corts: aquel partido —lejano en el recuerdo, pero vivo en la memoria— en que Manchón salió del banquillo, bailó sobre la línea de cal y marcó el gol de la victoria. Aquel día en que todo un barrio brindó por una vida llena de goles y gambetas para El noi del barraquer.


FUENTES:

El fútbol como memoría sentimental del extrarradio en La inmensa minoría, David García Cames, Universidad de Salamanca.

Más sobre Eduardo Manchón y la literatura, Alfonso Morillas, blog FC de Lectura.

El quinto jinete, Enric Bañeres, La Vanguardia.

Más sobre Eduardo Manchón y la literatura

 

 

La playa de Coma-ruga acoge esta tarde del 5 de agosto una nueva edición del torneo en homenaje a Eduardo Manchón, uno de los integrantes de aquella mítica delantera que tuvo el Fútbol Club Barcelona durante los años 50, y que llegó a ser conocida como la de las “cinco copas”. Organizada por Josep Maldonado, quien fue gran amigo del jugador, y por la Penya Blaugrana de Coma-ruga, la de hoy será la edición número XX de este particular acontecimiento que cuenta con la participación de conocidos exjugadores del club blaugrana, así como otros conocidos y populares personajes.

Hace un par de años publiqué un artículo que titulé “Eduardo Manchón en la literatura”. En aquel texto recogí algunos fragmentos de diferentes obras en las que aparece el jugador, con especial protagonismo de “La inmensa minoría”, novela escrita por Miguel Ángel Ortiz y en la que uno de los personajes está realizando un trabajo precisamente sobre el jugador. Además, en aquel libro, se hace una referencia explícita al torneo de Coma-ruga, lo que me pareció una casualidad merecedora de ser publicada.

Debido a que conozco a Josep Maldonado y a Roser, viuda de Eduardo Manchón, tuve la oportunidad de informarlos de esa aparición en la novela, mostrándose ambos interesados en conseguir un ejemplar del libro. Gracias a la gentileza de Miguel Ángel, su autor, no tardaron en tener cada uno su volumen.

Con el tiempo, y por diferentes circunstancias, he podido ir reuniendo algún texto más en el que Eduardo Manchón aparecía de una forma u otra. Casi siempre en relación a referencias en los que se aludía a aquel equipo de las Cinco Copas desde un punto de vista histórico. Pero, un día, casualmente, descubrí un relato en el que aparecía escrito el nombre del jugador. Su autor era Julià de Jòdar, y aparecía en una de las ediciones de la campaña de promoción de la lectura “Lletres al camp”.

Tras aquel hallazgo llegó otro, también completamente azaroso aunque de una trascendencia que ignoraba. Tenía que ver, en este caso, con Paco Candel. Sabía que había estado muy vinculado al barrio de Can Tunis y las denominadas “casas baratas”, al pie de la montaña de Montjuic. Pero desconocía su relación con Eduardo Manchón. Y no solo eso: sino que fue gracias a la intervención del jugador que Candel consiguió publicar su primera novela.

Por eso, hoy cobra más sentido que nunca aquel artículo de hace dos años, y completarlo con otros fragmentos escritos en los que se habla de Eduardo Manchón, comenzando por el que seguramente es el texto en el que es citado y que más se recuerda: la canción “Temps era temps” de Joan Manuel Serrat:

Cançó “Temps era temps”, de Joan Manuel Serrat

Temps era temps

que vam sortir de l’ou

amb l’or a Moscú,

la pau al coll,

la flota al moll

i la llengua al cul,

amb els símbols arraconats,

l’aigua a la font,

les restriccions

i l’home del sac.

Temps era temps

que més que bons o dolents

eren els meus i han estat els únics.

Temps d’estraperlo i tramvies,

farinetes per sopar

i comuna i galliner a la galeria.

Temps d'»Una, Grande y Libre»,

«Metro Goldwyn Mayer»,

«Lo toma o lo deja»,

«Gomas y lavajes»

Quintero, León i Quiroga;

Panellets i penellons;

Basora, César, Kubala, Moreno i Manchón.

Temps era temps

que d’hora i malament

ho vam saber tot:

qui eren els reis,

d’on vénen els nens

i què menja el llop.

Tot barrejat amb el Palé,

i la Formación del

Espíritu Nacional

i els primers divendres de mes.

Senyora Francis, m’entén?

amb aquests coneixements,

què es podia esperar de nosaltres?

Si encara no saben, senyora,

què serem quan siguem grans

els fills d’un temps,

els fills d’un país orfe.

Temps d'»Una, Grande y Libre»,

«Metro Goldwyn Mayer»,

«Lo toma o lo deja»,

«Gomas y lavajes»

Quintero, León i Quiroga;

Panellets i penellons;

Basora, César, Kubala, Moreno i Manchón.

 

 

La canción de Serrat se complementa a la perfección con el poema “Oración menor. Barça, año 1952”, escrito por Clara Janés (hija del editor y poeta Josep Janés, de quien hablaremos después). El poema está recogido en “Un balón envenenado. Poesía y fútbol”, el número 800 de la Colección Visor de Poesía. En ese poema, y aún sin ser citado, existe una referencia explícita a la delantera de la que formó parte Manchón:

 

Se oyen los nombres

rompiendo el mármol del silencio

y aparecen los dioses bien uniformados,

con aura de frescura.

 

Esos “nombres” a los que se refiere es la alineación: Ramallets; Martín, Biosca, Seguer; Gonçalvo, Bosch; Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón.

 

Si saltamos al terreno de la novela y la ficción toca hablar de “La inmensa minoría”, la magnífica obra de Miguel Ángel Ortiz de la que hablaba al principio, y en la que existen diversas referencias a Manchón:

 

“Decía eso y nos contaba la historia del Manchón.

Nos decía que había tenido que dejar su tierra para poder comer. Con nuestra edad, el Barça ya se había fijado en él, “asín que vais tarde, canijos”, nos decía, “Menos quejarse de que a nuestro campo no vienen los ojeadores, que él salió de Casa Antúnez, que así le llamaban a Can Tunis, y, de allí, al Iberia. ¡Ea! Que pasó de clavar los tacos en la tierra del Iberia a clavarlos en la yerba del Camp Nou. Ahí es na”.

Miraba por el retrovisor al Chusmari.

Tu iaio y el padre del Manchón, que era barraquero, se conocían de mucho, y lo guipó muchas veces jugando en los descampaos de la carretera del puerto, con pelotas hechas de trapos viejos de las gitanas. ¡Qué tiempos! Y vosotros sos quejáis, no sabéis lo que tenéis. El noi del barraquer, le llamaba tu iaio. El chaval de Can Tunis. Decían que corría como si le fuese la pestañí detrás… ¿Quién lo iba a decir? ¿Quién iba a decirle a aquel gachó que jugaría en el Barça de las cinco copas, ¿eh? Con el Basora, el Kubala, el Moreno, el Seguer, el César…

            Me gustaba oír aquella historia. Aunque el Manchón se fue del Barça después de ocho años, volvió a jugar en el Camp Nou con el Granada, marcó un gol, y el público le ovacionó. Entonces el Chusmari, que ya se la sabía de memoria, le decía que el gol era el de la honra, que el Barça ganó aquel partido por cuatro a uno y que otro gallo hubiera cantado si no hubiera ganado.

            Y no era por el parné, decía su padre, y nos salía con el rollo del amor que le tenía el Manchón a la ciudad y la ciudad a él. Nos decía que después del Barça solo jugó un año en el Granada y otro en el Depor y se volvió al Iberia, que en esos años andaba por tercera. Terminó retirándose en el Hospitalet. «Y eso que cuando volvió solo tenía veintiséis o veintisiete años, un chaval, que ahora a esa edad están en la cresta de la ola; pero ya estaba cascaíto: antes los defensas repartían estopa de lo lindo».

 

En otro momento de la novela descubrimos que Manchón también es el personaje central del trabajo de recerca del narrador:

 

“El Pista me llamó después de los exámenes, cuando ya estábamos metidos con el trabajo de recerca. Yo había elegido al Manchón como tema para el trabajo. Pensé que no me lo darían por válido, pero al tutor le gustó porque había sido una personalidad del barrio y me dio el visto bueno. Le hice muchas preguntas al padre del Chusmari y el Peludo me dejó buscar más información en su ordenador y pasarlo a limpio. Chanaba, la recerca; pero cada vez que pensaba que tendría que salir y explicarlo delante de la clase, empezaba a morderme las uñas y los pellejos.”

 

 

Y más adelante:

 

“¿Y tu hermano?, le pregunté. Hace la vida que no le veo.

Ya somos dos, dijo el Pista.

Dio una calada al canuto y se tumbó en la hierba.

¿Cómo llevas lo del Manchón?

Me da palo leerlo delante de todos.

No seas canguelos, nen. A ver si me lo leo un día de estos, tiene que chanar.

Son casi diez páginas.

¿Diez? Buah, entonces no sé si lo leeré.

 

Aprovecho, en este punto, para explicar un increíble episodio que es totalmente cierto en relación con la cita de la novela en la que se habla del torneo de Coma-ruga. Sucedió justo en una cena organizada el año pasado por Josep Maldonado, como muestra de agradecimiento hacia las diferentes entidades y personas que colaboran en la organización del torneo.

En aquella cena, a la que tuve el honor de ser invitado, se encontraba también Roser, la viuda de Eduardo Manchón. Hacia el final, ella explicó a los asistentes el aprecio que Eduardo tenía hacia el torneo que cada año se organizaba en Coma-ruga para homenajearlo, y contó que incluso llegó a saltarse sesiones de quimioterapia para poder asistir. Nada más terminar su explicación le expliqué que esa anécdota es una de las que aparecen reflejadas en “La inmensa minoría”. Conseguí entonces recuperar el párrafo y lo leí:

Me lo contó el Chusmari el día de la huelga general.

Ha salío en las noticias y to, me dijo. Vaya mala suerte, primo, la ha diñao justo cuando le iban a hacer el homenaje en el Camp Nou, los sesenta años de su debut… Me ha contao el papa que ese partío salió de la banqueta en la segunda parte, contra el Valencia, y enchufó un chicharrito y ganaron por dos a uno. ¿Sabes lo que han dicho también? Que hace dos meses dejó de ir a una sesión de quicio por ir a ver el torneo de fútbol playa que lleva su nombre. El payo pasó de la quicio y se pallá, a Coma-Ruga, creo, ¿qué me dices? Ea, que el fútbol le daba más vida que la quimio, primo.

Yo solo había visto alguna foto de Eduardo Manchón en sus años de futbolista. Si me imagina las palabras del Chusmari, veía a un señor mayor, pelo blanco y muchas arrugas alrededor de los ojos y la boca; lo veía sentado en los asientos de plástico de la grada, los ojos cerrados y la cara ligeramente inclinada hacia los rayos del sol mientras abajo, en la arena, se oían los golpes secos de los pies descalzos al balón.

Esa jornada salimos al campo con brazaletes de cinta aislante negra. Antes del partido, guardamos un minuto de silencio. Nos abrazamos, el árbitro consultó su reloj, pitó y cerré los ojos. Solo se oyeron algunas toses y los chillidos de un niño al que alguien le tapó la boca de golpe. El minuto en silencio se hizo largo, hasta llegué a pensar que no se acabaría nunca; pero el árbitro volvió a pitar, abrí los ojos y vi al Pista yendo hacia el balón, ajustándose el brazalete de capitán.

¡Hoy ganamos por Manchón!, nos chilló a todos. ¡Vamoooosss!

 

 

También en el campo de la ficción es el siguiente fragmento, correspondiente al relato “Ell volia ser Cruyff”, escrito por Julià de Jòdar para uno de los materiales elaborados para la campaña de promoción de la lectura “Lletres al camp”:

No ens cansarem amb els davanters. Basora era dretà. César feia uns salts i remenava el cul encara millor que Kubala, que ja és dir. I a Kubala l’havia vist fer un gol de pissarrí quan el Barça el passejava pels camps de Catalunya, que fins i tot sortia en una versió de la raspa: “La raspa la inventó, Kubala con el balón…”, etcètera. Moreno no tenia tanta nomenada com els altres, i el xicot, encara que no fos bon jugador, era molt ambiciós, i volia ser com els grans encara que no ho fos. Manchón, que era esquerrà, feia cara de ser un bon jan, i no com l’Egea, que era extrem esquerre de l’Espanyol, i deien que si insultava els defenses contraris per “desestabilitzar-los”. A la família del xicot ja hi havia un heroi que feia d’extrem esquerre, i en deien el Limones, que feia unes internades per la banda i posava la pilota amb tanta precisió al cap del Flores, anomenat el Rata. Ell no es veia capaç ni d’arribar-li als tacs de les botes.

 

Otro tipo de referencias son las que encontramos en “Fútbol, una religión en busca de un Dios”, publicado el 2005. En esa obra, Manuel Vázquez Montalbán atribuye a Eduardo Manchón una cuota de responsabilidad en el hecho de que el creador de Carvalho fuera del Barça. Siendo así, el título “Eduardo Manchón y la literatura” le vendría como anillo al dedo:

“Imposible olvidar que empieza la celebración del Centenario del Barcelona F. C., institución de la que me declaro partidario por los mismos motivos que Joan Manuel Serrat. Los dos somos de barrio y nos hicimos del Barça porque en las tiendas del país de nuestra infancia aparecían carteles en los que Samitier regateaba a un jugador, cualquiera, del Espanyol. Los dos nos hicimos del Barça por obra y gracia de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Y lo seguimos siendo porque el Barça era el ejército simbólico de una idea de catalanidad popular, laica, sin necesidad de peregrinar a otra montaña sagrada que no sea la grada del Camp de Les Corts o del Camp Nou”.

 

Y en el mismo libro hace una invitación al lector a comparar aquella mítica delantera de la que Manchón fue elemento destacado con la del equipo del año del Centenario:

“Qué importa un autoengaño más. Al fin y al cabo, Serrat canta del himno del Centenario y ahí está la delantera representativa, heredera de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Recítenla de carrerilla: Figo, Giovanni, Anderson o Kluivert, Rivaldo y Zenden. No les invito a que reciten de carrerilla el resto del equipo para que no se echen a llorar, porque hay motivos más serios para las lágrimas: por ejemplo, la flexibilización del mercado de trabajo o que a Pinochet le haya salido un hijo con esa voz”.

 

 

Y una referencia más es la que encontramos cuando dice:

“Diez años después de que el franquismo pretendiera convertir el campo de Les Corts en un aparcamiento de tanques de ocupación, Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón desembarcaban en Dunkerque y abrían el segundo frente ansiado, respaldados por una retaguardia tan exquisita como disuasoria: Ramallets, Calvet, Biosca, Seguer, Gonzalvo III, Bosch, Aldecoa, Vila… El equipo de las Cinco Copas”.

 

Pero si existe un episodio en el que Eduardo Manchón tiene una influencia directa en el mundo de la literatura es su relación con Francisco Candel. Vecinos de barrio y compañeros de escuela, Paco Candel ha reconocido en multitud de ocasiones que si llegó a ver publicada su primera novela fue gracias a la intervención del futbolista, quien mantenía relación con Josep Janés (el padre de Clara, autora del poema del inicio de este artículo) poeta y editor y barcelonista declarado.

En una entrevista realizada por Xavier Caño y Eugenio Madueño, y publicada en el número 48 de la revista Grama en diciembre de 1972, podemos leer:

 

Entonces escribí una novela sobre los chicos que querían ser escritores. Así salió Hay una juventud que aguarda. La presenté también al Nadal, pero no lo ganó, no obstante conseguí dos votos, uno de Sebastián Juan Arbó y el otro de Ignacio Agustí. Juan Arbó me escribió una carta, que me decía que había descubierto en mi novela tal desespero, que si no ganaba dejaría de escribir, pero que no lo hiciera, porque tenía cualidades. Me dijo que fuera a ver al editor Janés, con aquella carta que él me había escrito. Yo fui a verlo y además le hablé de que tenía un gran amigo que se llamaba Eduardo Manchón, que era del Barcelona [Barça] que decía que lo conocía, porque sabía que al editor le gustaba mucho el fútbol.

 

En 1987, esa intervención continuaba estando bien presente en boca de Candel, como podemos leer en una entrevista concedida la revista Sant Andreu Expréss:

 

PACO CANDEL. MUCHO MÁS QUE «LA CELEBRIDAD DE LAS CASAS BARATAS DE CAN TUNIS»

– Me enorgullece que las entidades del barrio me nombren miembro honorífico, y que hablen de mí como “nuestro Candel”. El futbolista Manchón y yo somos hasta ahora las dos celebridades locales.

Precisamente fue su vecino Eduardo Manchón, legendario extremo izquierdo del F.C. Barcelona, la persona que le propició la publicación de su primera novela, algo que parecía inalcanzable para el joven escritor autodidacta y sin contactos. Tras un encuentro casual en el barrio, y el diálogo:

-Qué, Paco ¿Sigues dibujando?

-No, ahora escribo, he acabado una novela.

-¡Qué dices! ¿Cuándo la publicas?

-¡Huy! Eso…eso sabe Dios si lograré publicarla. No conozco a  nadie…

-Pues yo sí conozco a un editor. Se llama Janés y a veces baja a vernos al vestuario y nos regala libros. Le hablaré de ti.

Manchón cumplió su promesa y así entró Candel en el mundo editorial.

 

 

La novela es “Hay una juventud que aguarda”, publicada en 1956

Esa influencia fue incluso recordada en el acto de entrega de la Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya a Francisco Candel, el 3 de septiembre de 2003. Pere Baltà, presidente de la Fundació Candel, dijo:

 

Candel es féu popular quan encara era latent «aquella postguerra en què -com diu Julio Baños, amic d’infància i historiador del barri- per sobreviure, calia fer de tot». I va fer de quasi tot, fins que el «descobrí» l’editor Josep Janés, a qui arribà amb una carta de Sebastià Joan Arbó i la influència de l’Eduard Manchón, mític jugador barcelonista fill de Can Tunis.

 

Dos años después, en el 2005, Juan Cruz realizaba una entrevista al escritor para el diario El País en la que también aparece el nombre de Eduardo Manchón:

 

¿Ahí nace ‘Hay una juventud que aguarda’?

No. Tardé. Escribía relatos y cuentos, y un día me atreví con una novela larga, que se llamó Brisa en El Cerro, porque ocurría en un sanatorio de ese nombre. A veces me parecía soberbia y a veces más bien mala. A veces la comparaba con otras que leía, y entonces me confortaba. Y como el mundo está lleno de casualidades, a mí me llevó definitivamente a la literatura el futbolista del Barça Eduardo Manchón.

… el de la canción de Serrat…

Exacto. Pues Manchón había ido a la escuela conmigo. Me lo encontré en el barrio. «Paco, ¿todavía pintas?». Y le conté: «No, ahora escribo». Y me dice: «Oye, yo conozco un editor. Si quieres, te recomiendo». Ese editor era José Janés, al que le gustaba mucho el fútbol y el Barça, y que tras los partidos bajaba al vestuario no sólo para saludar a los futbolistas, sino para regalarles libros. Entonces fui a la casa de Manchón, y me los mostró: «Fíjate qué libros, no me los leo ni en broma». Allí estaban las obras de Proust encuadernadas en piel. Así que me recomendó a Janés y fui a ver al editor con Hay una juventud que aguarda. Y un día el hermano de Manchón, que vivía en mi mismo edificio, toca y me dice: «Oye, que dice mi hermano que te editan la novela». «Hombre, chaval, detállamelo más«. «¿A mí qué me dices? Yo sólo te doy el recado de mi hermano«. Y me fui a verle, en el vestíbulo del cine Bohème, al lado del cine Arenas. «Pues sí, que te editan la novela, chaval. ¿No te lo crees?». «¡Me cago en la leche! Pero, vamos por palmos. ¿Es el Janés?». «El mismo». Lo busqué en el listín. «Que dice Manchón que usted se interesa por mi novela». Le había hablado de ella Sebastián Juan Arbó, que había sido jurado del Premio Nadal al que yo se la mandé, y Janés le había hecho caso a él y a Manchón, y ahí estaba diciéndome que yo tenía talento de escritor, capaz de mostrar el desaliento de los jóvenes que querían salir adelante. Yo tenía entonces 28 años.

 

Por último, más recientemente, el año 2014 en concreto, Manchón continuaba apareciendo a la hora de hablar de la obra literaria de Francisco Candel. Con motivo del 50 aniversario de la publicación de “Los otros catalanes”, una de las obras más importantes del escritor, se celebraron una jornadas en las que, entre otras conclusiones, se recoge el siguiente fragmento:

 

Tornaveu no pot obviar una altra conclusió que ha sorgit en els debats. En estudiar els camins per on Candel arribà a l’èxit, sorgeixen les associacions de cultura popular del seu barri (Ateneu Popular i Centre Parroquial) que, amb algun mestre exemplar, n’encarrilen la formació, amics com el futbolista del Barça Eduard Manchon o l’escriptor Tomàs Salvador, entre d’altres, i els arriscats editors Josep Janés i Max Cahner, i la xarxa d’associacions i dinamitzadors culturals (algun llibreter) que promouen les presentacions dels seus llibres com a accions de la resistència cultural.

 

Para completar este reconocimiento vale la pena recordar el fragmento que podemos leer en la página web que el Museu d’Història de Catalunya tiene dedicada al escritor:

 

L’escriptor

 El 1947, degut a un llarg procés de recuperació de la tuberculosi, Candel escriu els primers esbossos de la novel·la que li donarà l’èxit, Donde la ciudad cambia su nombre. Al cap d’uns anys, i per mediació del futbolista del Barça Eduardo Manchón, l’original d’aquest llibre arriba per fi a mans de l’editor Josep Janés, dels primers que van obrir espais de llibertat editora extramurs del franquisme.

Para acabar, una última referencia a Eduardo Manchón. Se trata de su obituario, un texto que tenía guardado porque además de la referencia al futbolista y su calidad literaria incorpora también una referencia al torneo de Coma-ruga y el episodio de la quimioterapia. Escrito por Enric Bañeres, quien fue jefe de deportes de La Vanguardia, el destino ha querido que falleciera el martes de esta semana, hace apenas cuatro días.