Acabo “Fuera de juego”, escrito por Miguel Ángel Ortiz y editado por Caballo de Troya con la sensación de haber realizado un viaje en el tiempo hacia un lugar, el de la infancia, que me queda ya lejos, pero que sin embargo he revivido con intensidad durante las horas invertidas en devorar el libro.
En la sinopsis («Aviso de lectura«, para ser más exactos) que acompaña al libro podemos leer:
De tanto repetir el tópico sobre el paraíso perdido de la infancia, seguramente todos nos lo hemos creído. Lo curioso es que apenas recordamos los conflictos, daños, amarguras, tristezas y pequeñas tragedias que también formaban parte de aquel paraíso. Porque la infancia es un estado de crecimiento y crecer nunca es sencillo: duele. Por eso esta novela duele. El dolorido sentir.
Historia de unos cuantos niños no tan niños y unas cuantas niñas no tan niñas que se están asomando a la adolescencia, a ese momento en que la inocencia comienza a diluirse en medio de una agitación continua de sombras, sospechas y temores. Ese momento en el que los padres muestran sus primeras grietas, la familia es cobijo pero es también molestia y los cuerpos propios y ajenos deletrean sus propias leyes y deseos. Jugar al fútbol como aprendizaje de la derrota. La vida que sale al encuentro, es decir, el miedo al fracaso, a no marcar ese gol que te salva de la mediocridad que te rodea, asusta y ahoga. La lentitud del crecer.
Una novela que podía haber sido una novela cursi y bonita para que los lectores y las lectoras proyectaran sobre ella sus propias inocencias perdidas. Podía haber sido pero no lo es. Porque ni hay ni hubo paraísos perdidos, ni las buenas novelas están escritas para la nostalgia o el consuelo.
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Todos los comentarios y críticas a “Fuera de juego” que he podido leer remiten a una idea principal. Se trata de una obra en la que la infancia se presenta como espacio de tránsito, como abandono de una etapa de candidez e inocencia (la niñez) para aterrizar en las cercanías del complejo e ingrato mundo de los adultos. Y todo ello, a través de lo que los cuatro protagonistas (Koldo, Fichu, Salva y Noelia) viven durante un puente del mes de mayo en su barrio.
Koldo solía llamarle a las dos y cuarto pasadas, así tenían media hora larga para jugar en el patio. Antes de entrar a clase por la tarde, solían jugar un partido de fútbol con los chavales del comedor, a no ser que llegase una fiebre al pueblo como la de los cromos, las trompas o las chapas. A finales de abril se habían vuelto a poner de moda las canicas, pero ellos aún no las habían sacado de casa.
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El barrio. En alguno de los comentarios he leído que se trata de un libro muy en sintonía con la película “Barrio” de Fernando León de Aranoa. Le doy toda la razón, puesto que ese es justamente el escenario en el que se desenvuelve la trama. Un espacio de clases humildes que sobreviven con dificultad y en el que la comunidad aún conservaba la importancia que hoy día ha desaparecido.
Y un periodo temporal en el que todavía hablábamos en pesetas, los bares eran los centros de reunión social, la calle el espacio de juegos, y donde cromos, chapas, canicas y, sobre todo, el fútbol, formaban parte del día a día.
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Koldo, Fichu, Salva y Noelia se enfrentan a los conflictos con los adultos y su extraño y ajeno mundo, así como la realidad de la entrada en la adolescencia y el despertar de la atracción sexual. Niños que están a punto de dejar de serlo. Y todo, con la presencia constante del fútbol.
Las uñas mordidas de Koldo lo rascaban con suavidad. Entre los dedos, el cuero del balón brillaba como porcelana. En uno de los hexágonos, en letras puntiagudas del alfabeto griego, se leía el nombre del balón: Etrusco; y debajo del nombre, lo que le definía: Único. Las cabezas de los tres leones, perfiladas en fondo negro y unidas por una única melena, le daban un aire de batalla épica.
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Fútbol en la calle y en la escuela, cuando una portería se montaba con cualquier cosa, la pelota era el centro del mundo, los cromos de futbolistas eran como tesoros y las camisetas y las paredes de las habitaciones servían para recordar que había unos ídolos a los que imitar y seguir.
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Fútbol en el bar, en el mundo de los adultos, donde los parroquianos se reúnen para seguir las andanzas de sus equipos. Fútbol que empieza a ir en serio cuando los jóvenes son capaces de intergrarse en un equipo y sueñan con encontrar una salida profesional y abandonar la vida de penurias que les espera si no consiguen huir del barrio.
Y fútbol en forma de mitos y leyendas a los que todo niño le gustaría imitar: desde Julio Salinas, que veranea en el pueblo pasando por los jugadores del Real Madrid de la temporada 94-95, a los del Athletic y, por encima de todos, Chus Pereda, el futbolista más importante del pueblo y todo un mito.
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Un libro que me ha llevado a revivir numerosos momentos de mi infancia (agradables y dolorosos), como el miedo a que un zambombazo en la cristalera de un bar nos llevara a perder la pelota, las horas infinitas haciendo eliminatorias en las que podían llegar a participar más de diez jugadores y que se hacían eternas si quedabas eliminado de los primeros, los partidos interminables hasta que la noche hacía casi invisible balón, jugadores y terreno de juego.
O el dolor por la pérdida de un balón nuevo que llevabas esperando meses y que después, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecía engullido por la enorme mandíbula de un colector de aguas residuales (me pasó, lo juro, y un día explicaré cómo sucedió).
“Fuera de juego” es, en resumen, una magnífica obra que tocando muchas teclas lo hace de una manera fluida y natural, con un desarrollo ágil basado en los diálogos constantes, y, sobre todo, cercana. Muy cercana para los que tenemos una edad y sabemos lo que es una canica de batería, un balón Mikasa, un balón Etrusco y hemos sentido alguna vez el pánico a que se nos cuele el balón, alguien amenace con rajarlo y nuestro mundo desaparezca con su pérdida.
Ahora, a esperar a que caiga en mis manos «La inmensa minoría«, que por lo que he leído se convertirá también en un gran fichaje para el Fútbol Club de Lectura.
EL AUTOR
Miguel Ángel Ortiz Olivera nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1982. De padre burgalés y madre uruguaya, vivió en Medina de Pomar hasta que se trasladó a Salamanca para realizar los estudios universitarios.
Tras licenciarse en filología inglesa, se mudó a Barcelona para trabajar de recepcionista en un hotel. Ha colaborado como redactor en la revista Trisense y en la edición digital de Eldiego. Actualmente trabaja en una librería de Barcelona, y se acaba de publicar su segunda novela: «La inmensa minoría«, una obra en la que también es el fútbol el elemento que vertebra la trama.
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CRÍTICAS
A continuación dejo una serie de enlaces en los que se pueden leer reseñas y comentarios sobre el libro.
- Referencia en www.megustaleer.com: una novela sobre ese momento de la vida en el que la infancia se está acabando, se juega al fútbol, crece el deseo y se adivinan sombras en el horizonte.
- En el blog www.avionesdesplumados.blogspot.com se puede leer el siguiente artículo sobre el libro, y también se incluye una entrevista con el autor.
- En la revista digital El Estandarte se puede leer la siguiente crítica.
Y para terminar, otro ejemplo de lo que el libro nos ofrece:
Al fondo de la calle, se veía la fuente de la plaza de Somavilla, los elefantes de mármol escupiendo agua al sol de la tarde. La sombra del busto de Juan de Salazar, que presidía la plaza, temblaba sobre el agua de la fuente. Algunas tardes, ellos jugaban al fútbol en la plaza, aunque había un cartel de prohibido jugar al balón colgado de los soportales. Los partidos en la plaza eran más emocionantes que los del barrio. Allí jugaban con todos, a veces con los mayores. La plaza estaba rodeada de bares y un balonazo a las ventanas de un bar terminaba con el partido. El camarero salía jurando que les iba a confiscar el balón, mientras ellos se escondían en los soportales, tras las columnas. Esperaban escondidos a que el camarero entrase en el bar para reanudar los partido, hasta que oían el motor del Patrol de los guardiaciviles y el partido se terminaba por esa tarde.
15 comentarios en “«Fuera de juego», de Miguel Ángel Ortíz Olivera. Editorial Caballo de Troya”