«El hijo del futbolista», de Coradino Vega (Caballo de Troya, 2010)

Al fin y al cabo, ¿no se trata de once hombres rivalizando contra otros once con el propósito de introducir una pelota en un rectándulo?

El hijo del futbolista, primera novela de Coradino Vega, fue publicada por la editorial Caballo de Troya en el 2010. Su protagonista es un joven, Martino, cuyo padre llegó a jugar en Segunda División, siendo además el autor del gol que permitió a su equipo conseguir el ascenso a Primera División. Pero el padre de Martino, sorprendentemente, nunca llegó a jugar en la categoría más alta del fútbol, pues dejó el fútbol siendo relativamente joven. ¿Por qué lo hizo? Esa es una de las preguntas que forman parte del mar de dudas propio de la edad en el que navega Martino, el hijo del futbolista. La respuesta, seguramente, sea que justo en aquel momento nació él, y su padre tomó la extraña decisión de priorizar la familia al fútbol.

SINOPSIS

Una combinación explosiva: un pueblo feliz, una familia feliz, un hijo que quiere saber. Una vida por delante y un silencio manso y feliz por detrás. Un pueblo «inglés», crecido a la vera de las minas de Riotinto. Un pasado colonial: limpiar la casa de los ingleses, obedecer a los patronos ingleses, agradecer el trabajo que ofrecen los ingleses. Las casa de los ingleses, la barriada de los trabajadores, un campo de fútbol, un cuartel de la Guardia Civil. Un adolescente que quiere saber. Un profesor que se pregunta en voz alta por las razones de un paisaje. Un abuelo que recuerda el tiempo de la explotación como paraíso perdido. La corrupción como estatus. El hijo de un ex futbolista que nunca jugó en primera división y que ahora entrena a un equipo regional. El fútbol como espacio de dolor. Mi reino por un gol. Los primeros amores, el descubrimiento del tacto y de la piel. La destrucción del silencio. La humillación colectiva como nostalgia sucia. Una novela de aprendizaje: elegir agota, escribió Rilke, y esta historia lo confirma.

Una narración que crece despacio, paso a paso, casi en voz baja pero que se hace oír. La voz de alguien que no acepta la sumisión como memoria.

Imagen de www.tintonoticias.com

El hijo del futbolista es una novela corta narrada cuyo protagonista principal es Martino un joven en una edad difícil y complicada, en la que hay que tomar una serie de decisiones que no son fáciles. A punto de terminar el instituto, sabe que irá a la universidad, pero no tiene claro qué carrera escoger. Con Elisa, la chica que le atrae, no acaba de atreverse a dar el paso de manifestarle que quiere estar con ella. No acaba de encajar del todo con sus amigos, interesados en cosas que a él no le acaban de convencer. Y en su casa se aísla todo cuanto puede en su habitación, sin acabar de ser capaz de comunicarse con sus padres. El hijo del futbolista, en lo que se refiere a las dudas existenciales propias del punto vital en el que se encuentra, podría ser yo mismo cuando tenía la edad de Martino.

Para el artículo de la revista, primero piensa en escribir de fútbol, pero como le parece poco intelectual, decide hacerlo sobre los ingleses.

El padre de Martino sigue vinculado al mundo del fútbol, entrenando al equipo del pueblo, en categoría regional. También su hijo juega al fútbol, aunque sabe que nunca llegará a nada, pues sus condiciones no son especialmente brillantes. Y ese es otro de los elementos que lo sitúan en la disyuntiva ante la que ha de enfrentarse. Seguramente juega al fútbol por influencia de su padre, aunque cada vez cobra más peso la idea de marchar lejos, a otra ciudad, para estudiar.

Novela amable, tranquila, sosegada, en la que se va entrando sin sobresaltos porque aparentemente nada relevante sucede fuera de las vidas llenas de normalidad de los personajes. Aunque, bajo esa apariencia de calma chicha, se va descubriendo poco a poco que en realidad ocurren muchas cosas de lo que parece.

«La tarde que fuimos a entrenar con tu padre, cuando apareciste con las espinilleras y las botas de taco, creí que eras gilipollas«.

Un balón desaparecido en «Fuera de juego», de Miguel Ángel Ortiz

 

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En el año 2013, Miguel Ángel Ortiz publicó «Fuera de juego» en la editorial Caballo de Troya, una maravilla de novela que incluía la desaparición de un balón y a la que seguirían dos obras imprescindibles para los amantes del fútbol y la literatura: «La inmensa minoría» y «Poesía y patadas«.

El episodio tiene origen en un lugar real, situado en Medina de Pomar (Burgos). En este video el propio autor nos lo explica, convirtiéndose en un magnífico ejemplo de cómo se transforman las vivencias reales en auténtica literatura.

«Fuera de juego», de Miguel Ángel Ortíz Olivera. Editorial Caballo de Troya

 

 

Acabo “Fuera de juego”, escrito por Miguel Ángel Ortiz y editado por Caballo de Troya con la sensación de haber realizado un viaje en el tiempo hacia un lugar, el de la infancia, que me queda ya lejos, pero que sin embargo he revivido con intensidad durante las horas invertidas en devorar el libro.

En la sinopsis («Aviso de lectura«, para ser más exactos) que acompaña al libro podemos leer:

De tanto repetir el tópico sobre el paraíso perdido de la infancia, seguramente todos nos lo hemos creído. Lo curioso es que apenas recordamos los conflictos, daños, amarguras, tristezas y pequeñas tragedias que también formaban parte de aquel paraíso. Porque la infancia es un estado de crecimiento y crecer nunca es sencillo: duele. Por eso esta novela duele. El dolorido sentir.

Historia de unos cuantos niños no tan niños y unas cuantas niñas no tan niñas que se están asomando a la adolescencia, a ese momento en que la inocencia comienza a diluirse en medio de una agitación continua de sombras, sospechas y temores. Ese momento en el que los padres muestran sus primeras grietas, la familia es cobijo pero es también molestia y los cuerpos propios y ajenos deletrean sus propias leyes y deseos. Jugar al fútbol como aprendizaje de la derrota. La vida que sale al encuentro, es decir, el miedo al fracaso, a no marcar ese gol que te salva de la mediocridad que te rodea, asusta y ahoga. La lentitud del crecer.

Una novela que podía haber sido una novela cursi y bonita para que los lectores y las lectoras proyectaran sobre ella sus propias inocencias perdidas. Podía haber sido pero no lo es. Porque ni hay ni hubo paraísos perdidos, ni las buenas novelas están escritas para la nostalgia o el consuelo.

 

Imagen de www.rafaelcondill.blogspot.com

Todos los comentarios y críticas a “Fuera de juego” que he podido leer remiten a una idea principal. Se trata de una obra en la que la infancia se presenta como espacio de tránsito, como abandono de una etapa de candidez e inocencia (la niñez) para aterrizar en las cercanías del complejo e ingrato mundo de los adultos. Y todo ello, a través de lo que los cuatro protagonistas (Koldo, Fichu, Salva y Noelia) viven durante un puente del mes de mayo en su barrio.

Koldo solía llamarle a las dos y cuarto pasadas, así tenían media hora larga para jugar en el patio. Antes de entrar a clase por la tarde, solían jugar un partido de fútbol con los chavales del comedor, a no ser que llegase una fiebre al pueblo como la de los cromos, las trompas o las chapas. A finales de abril se habían vuelto a poner de moda las canicas, pero ellos aún no las habían sacado de casa.

 

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El barrio. En alguno de los comentarios he leído que se trata de un libro muy en sintonía con la película “Barrio” de Fernando León de Aranoa. Le doy toda la razón, puesto que ese es justamente el escenario en el que se desenvuelve la trama. Un espacio de clases humildes que sobreviven con dificultad y en el que la comunidad aún conservaba la importancia que hoy día ha desaparecido.

Y un periodo temporal en el que todavía hablábamos en pesetas, los bares eran los centros de reunión social, la calle el espacio de juegos, y donde cromos, chapas, canicas y, sobre todo, el fútbol, formaban parte del día a día.

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Imagen de www.futbolfactory.es

Koldo, Fichu, Salva y Noelia se enfrentan a los conflictos con los adultos y su extraño y ajeno mundo, así como la realidad de la entrada en la adolescencia y el despertar de la atracción sexual. Niños que están a punto de dejar de serlo. Y todo, con la presencia constante del fútbol.

Las uñas mordidas de Koldo lo rascaban con suavidad. Entre los dedos, el cuero del balón brillaba como porcelana. En uno de los hexágonos, en letras puntiagudas del alfabeto griego, se leía el nombre del balón: Etrusco; y debajo del nombre, lo que le definía: Único. Las cabezas de los tres leones, perfiladas en fondo negro y unidas por una única melena, le daban un aire de batalla épica.

 

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Fútbol en la calle y en la escuela, cuando una portería se montaba con cualquier cosa, la pelota era el centro del mundo, los cromos de futbolistas eran como tesoros y las camisetas y las paredes de las habitaciones servían para recordar que había unos ídolos a los que imitar y seguir.

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Fútbol en el bar, en el mundo de los adultos, donde los parroquianos se reúnen para seguir las andanzas de sus equipos. Fútbol que empieza a ir en serio cuando los jóvenes son capaces de intergrarse en un equipo y sueñan con encontrar una salida profesional y abandonar la vida de penurias que les espera si no consiguen huir del barrio.

Y fútbol en forma de mitos y leyendas a los que todo niño le gustaría imitar: desde Julio Salinas, que veranea en el pueblo pasando por los jugadores del Real Madrid de la temporada 94-95, a los del Athletic y, por encima de todos, Chus Pereda, el futbolista más importante del pueblo y todo un mito.

Imagen de www.mundodeportivo.com

Un libro que me ha llevado a revivir numerosos momentos de mi infancia (agradables y dolorosos), como el miedo a que un zambombazo en la cristalera de un bar nos llevara a perder la pelota, las horas infinitas haciendo eliminatorias en las que podían llegar a participar más de diez jugadores y que se hacían eternas si quedabas eliminado de los primeros, los partidos interminables hasta que la noche hacía casi invisible balón, jugadores y terreno de juego.

O el dolor por la pérdida de un balón nuevo que llevabas esperando meses y que después, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecía engullido por la enorme mandíbula de un colector de aguas residuales (me pasó, lo juro, y un día explicaré cómo sucedió).

 

Fuera de juego” es, en resumen, una magnífica obra que tocando muchas teclas lo hace de una manera fluida y natural, con un desarrollo ágil basado en los diálogos constantes,  y, sobre todo, cercana. Muy cercana para los que tenemos una edad y sabemos lo que es una canica de batería, un balón Mikasa, un balón Etrusco y hemos sentido alguna vez el pánico a que se nos cuele el balón, alguien amenace con rajarlo y nuestro mundo desaparezca con su pérdida.

Ahora, a esperar a que caiga en mis manos «La inmensa minoría«, que por lo que he leído se convertirá también en un gran fichaje para el Fútbol Club de Lectura.

 

EL AUTOR

Miguel Ángel Ortiz Olivera nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1982. De padre burgalés y madre uruguaya, vivió en Medina de Pomar hasta que se trasladó a Salamanca para realizar los estudios universitarios.

Tras licenciarse en filología inglesa, se mudó a Barcelona para trabajar de recepcionista en un hotel. Ha colaborado como redactor en la revista Trisense y en la edición digital de Eldiego. Actualmente trabaja en una librería de Barcelona, y se acaba de publicar su segunda novela: «La inmensa minoría«, una obra en la que también es el fútbol el elemento que vertebra la trama.

Imagen de www.abc.es

 

CRÍTICAS

A continuación dejo una serie de enlaces en los que se pueden leer reseñas y comentarios sobre el libro.

 

Y para terminar, otro ejemplo de lo que el libro nos ofrece:

Al fondo de la calle, se veía la fuente de la plaza de Somavilla, los elefantes de mármol escupiendo agua al sol de la tarde. La sombra del busto de Juan de Salazar, que presidía la plaza, temblaba sobre el agua de la fuente. Algunas tardes, ellos jugaban al fútbol en la plaza, aunque había un cartel de prohibido jugar al balón colgado de los soportales. Los partidos en la plaza eran más emocionantes que los del barrio. Allí jugaban con todos, a veces con los mayores. La plaza estaba rodeada de bares y un balonazo a las ventanas de un bar terminaba con el partido. El camarero salía jurando que les iba a confiscar el balón, mientras ellos se escondían en los soportales, tras las columnas. Esperaban escondidos a que el camarero entrase en el bar para reanudar los partido, hasta que oían el motor del Patrol de los guardiaciviles y el partido se terminaba por esa tarde.

 

Imagen de www.incoade.wordpress.com