Por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a traicionar el principal precepto de la religión fundada por mi admirado Enrique Vila-Matas: voy a celebrar un número redondo. Porque me hace gracia e ilusión hacerlo. Y aunque a partir de mañana volveré a diluirme entre las fanáticas hordas de quienes estamos “Para acabar con los números redondos” (tal es el nombre de nuestra particular biblia, santas escrituras nacidas de la sapiencia de nuestro maestro) hoy me puede la tentación, mi inquebrantable fe se rompe en mil pedazos para caer en el pecado y no tengo ganas de oponer resistencia.
“¿Y qué celebramos?”, grita la muchedumbre que se manifiesta por las principales urbes del planeta. Pues, ni más ni menos, que este artículo lleno de impurezas, fruto de la misma fragilidad manifestada por Adán ante la manzana venenosa, es el número 200 de este modesto espacio virtual en el que fútbol y literatura comparten órbita.
Como no soy especialmente cuidadoso a la hora de controlar los guarismos (¡qué ganas tenía de colocar el término “guarismo” en un post!), debo reconocer que casi se me escapa la efeméride. Y que, un poco más, y un día me doy cuenta de que llevo 217, 235 ó 279 artículos. Cifras, estas sí, dignas de ser alabadas según la normativa promulgada por nuestro guía espiritual. De hecho, ya me pasó con el número 100, que si no celebré no fue por falta de ganas de pecar, sino porque ni siquiera me enteré de su llegada.
Imagen de www.escudodehielo.blogspot.com
Dicho esto, y habiendo decidido que esta vez sí, que estaba dispuesto a transgredir el gran libro y arriesgarme a ser expulsado al numérico infierno del aburrimiento, solo me faltaba un detalle por resolver. “Vale, chaval. ¿Y cómo lo celebramos?”. Sabia pregunta.
Hace por lo menos catorce (simbólico número) artículos que me devano los sesos en busca de una respuesta a tan peliaguda cuestión. Y hace al menos ocho posts que encontré la solución. Desgraciadamente, a la contraseña que me iba a permitir abrir el cofre del tesoro no llegué por méritos propios. No fue mi capacidad creativa, mis dosis deductivas, mis facultades improvisadoras las que me llevaron hasta la línea de meta. ¡Qué más quisiera yo que ser un cerebrito de soluciones brillantes ante enigmas indescifrables!
No. Lo que ocurrió fue mucho más simple y prosaico, más fortuito y azaroso, más inverosímil y rocambolesco. Lo que ocurrió fue una demostración más de que el universo se rige por una woodyallenianense ley filosófica que no falla nunca: deja que la chiripa lo resuelva por ti.
Y la chiripa, en mi caso, actuó hace unas dos semanas, justo cuando descubrí que el 200 asomaba su remolque en lontananza. Entonces, supongo que como resultado del azoramiento que provocó en mi la dualidad “dejad que el 200 se acerque a mi” y “Vade Retro 200”, intenté buscar consuelo en uno de mis libros. Y al girarme para cogerlo del estante el “consuelo” se convirtió en “al suelo”, pues hacia allí se precipitó el volumen que tan torpemente tomé, y cuya función debía ser la de redimirme de mi sentimiento de culpabilidad.
Pero, en realidad, el “al suelo” de mi posible “consuelo” no fue tal. O, al menos, no de manera literal. Y no lo fue porque el volumen, en su caída al vacío, fue a aterrizar contra mi empeine derecho, activando de forma inmediata una reacción en cadena que acabó siendo expulsada de mi cuerpo por la boca mostrando al vecindario el significado de la palabra “decibelios”.
Si yo hubiera sido Maradona, la caída del libro sobre mi pie habría sido aprovechada para comenzar a dar unos toques y hacer unos malabarismos al ritmo de “Life is life”. Pero como no lo soy, tan solo me pude acordar de Peret, puesto que el impacto de tanta letra sobre mi extremidad hizo también que “Una lágrima cayera en mi pie”. Superada la primera fase del percance, es decir, aquella en la que la razón deja de existir para dejar paso a la espontaneidad del “¡ostia puta qué daño!”, eché un rápido vistazo a la extremidad agredida, cosa que no fue del todo posible puesto que sobre ella, como si fuera un tejado protector o un ave agotada reposaba, abierto y en posición de decúbito prono (boca abajo, en lenguaje callejero), el libro volador.
Y hete aquí que pasé entonces a una nueva fase, más compasiva y comprensiva y spasibo (vale, ya sé que esto no pinta nada aquí, pero era para demostrar mi dominio del ruso). Aquella fase, como la reanudación de un partido tras el descanso, fue la de la racionalización kantiana, que me llevó a pensar, en primer lugar, en lo simbólico del suceso, en lo críptico del episodio, en los inescrutables caminos del… azar. Y me dejé arrastrar por el daliniano método crítico-paranoico hasta formular el siguiente paralelismo: buscando el modo de celebrar un hecho virtual relacionado con el fútbol y la literatura, atravieso las dimensiones espacio-temporales para materializar la caída de un objeto literario-futbolístico sobre una extremidad futbolística capaz de acomodar un libro.
Uffff. Esto casi que vale como pregunta de examen, ¿no? Pues ahora vais y me analizáis la frasecita sintáctica y morfológicamente.
Y después de este nuevo “Encuentro en ya he perdido la cuenta de qué fase” fue cuando mi bombilla cerebral (de bajo consumo, todo hay que decirlo) acabó por activarse. Demostré que mis abdominales todavía funcionan, me agaché sobre el suelo, observé la portada del libro, su título, su foto, viajé por algunos fogonazos de sus personajes e historia, y lo tomé con cuidado con las manos.
¿Y sabéis qué fue lo primero que vieron mis ojos? Un número. El número de una página. El número 200. “¡Eureka, lo encontré!”. Volví a gritar con la intención de que todo el barrio me escuchara. Y efectivamente, acabé por descubrir mis Indias particulares. Celebraría el post número 200 recogiendo 11 fragmentos extraídos de la página 200 de libros futboleros.
Teniendo en cuenta que no doy para más, yo creo que está bastante bien, ¿no? Pues vamos a ello.
– 1 –
En Cultura y melancolía, Roger Bartra explica que durante siglos la melancolía fue vista como una dolencia judía, un «mal de frontera, de pueblos desplazados, de migrantes, asociada a la vida frágil, de gente que ha sufrido conversiones forzadas y ha enfrentado la amenaza de grandes reformas y mutaciones de los principios religiosos y morales que los orientaban». En términos futbolísticos, el portero es el hombre fronterizo. Condenado a una situación limítrofe, no debe abandonar su área. Es el raro que usa las manos. Si el Dios del fútbol es el balón, el arquero es el apóstata que busca detenerlo.
El cuadro más célebre del arte alemán es el retrato secreto de un portero derrotado. En Melancolía I, Durero dibuja a un ángel en la actitud de meditar bajo el nefasto influjo de Saturno. Después de un gol, todo guardameta es el ángel de la melancolía: sentado en el césped, con las manos sobre las rodillas o la cabeza apoyada en un puño, simboliza el fin de los tiempos, la sinrazón, la pura nada.
Pág. 200 de “Balón dividido” de Juan Villoro (Planeta, 2014)
– 2 –
“Lo que siempre he deseado es encontrar un punto en el que pudiera entregarme del todo a los patrones, a los ritmos del fútbol, sin tener que preocuparme por el resultado. Tengo la impresión de que, si se dieran las circunstancias precisas, el fútbol podría servir como una especie de terapia estilo New Age: el frenético movimiento de los jugadores de uno y otro equipo podría de alguna forma absorber todo lo que me corroe por dentro y disolverlo, aunque nunca funciona de ese modo. Primero me distraen las excentricidades: los hinchas, los gritos de los jugadores («¡Dale caña, a ver si lo dejas para el arrastre!», le insistió Micky Chatterton, nuestro héroe del Maidenhead, a un compañero que aquella tarde se las tenía que ver con un extremo particularmente habilidoso en el regate), la inconfundible y destartalada forma de presentar el espectáculo (el Cambridge City daba por megafonía la melodía de Match of the Day, aunque muchas veces la cinta se ralentizaba hasta terminar con un penoso chirrido en el momento culminante). Y una vez estoy ya entregado, todo me importa: no pasa mucho hasta que el Maidenhead, el Cambridge o el Saffron Walden empiezan a importarme más de lo que debieran, vuelvo a meterme a fondo en lo que está pasando, y así es imposible que funcione la terapia.
Pág. 200 de “Fiebre en las gradas” de Nick Hornby (Anagrama, 2008)
– 3 –
“El día en que llegó a Cipolletti, hace más de treinta años, ya insinuaba esa determinación de rebelarse contra los esquemas y los tabúes del fútbol. En aquel tiempo yo había cumplido los diecisiete y empezaban a ponerme en la primera con los grandes. Orlando el Sucio, que había sido el técnico anterior, nos hacía jugar con el esquema que Helenio Herrera aplicaba en Italia. Ponía cuatro defensores en línea, otros dos criminales unos pasos más adelante y un tercero que les quitaba a los contrarios las ganas de asomarse. Ése era el Cuco Pedrazzi, que tenía el récord de ocho expulsiones por juego brusco en un solo campeonato. A los lados, boyando en zona, colocaba un par de corredores sin historia de los que se consiguen en cualquier potrero. El que llevaba el número once era un poco más despierto, corría por delante de la muralla y tenía que ordenar el despelote que se armaba cada vez que venía una pelota dividida y se chocaban entre ellos. Todos tenían prohibido pasar la mitad de la cancha. Sólo el Manco Salinas, que era número diez, podía irse unos metros, no muchos, y allá arriba, solo y puteado por toda la hinchada, quedaba yo como único delantero. Fueron tan pocos los goles que hice ese año que me los acuerdo todos, hasta aquel cañonazo del Cuco Pedrazzi que pegó en el travesaño, rebotó adentro y como el referí hizo seguir tuve que ir a meterla de chilena. No sé cómo hice pero desde ese día la tribuna empezó a putearme menos a mí que a los defensores contrarios.
Página 200 de “Fútbol” de Osvaldo Soriano. Fragmento de “Peregrino Fernández” (Seix Barral, 2010)
– 4 –
“Chupando un cubo de hielo o algo parecido, el tipo camina de vuelta al centro de la cancha, mirando de soslayo a la portería uruguaya. Es de suponer que esté frustrado por el gol que no pudo hacer, pero parece tranquilo, de una placidez incluso arrogante, como si quisiera dar a entender que, la verdad, no quería hacer lo que parecía haber querido hacer, que todo salió conforme a lo planificado y que la impresión de todo el mundo –de que quería anotar el gol, mientras todo el tiempo su intención era fallarlo por poco, marcar en el cuerpo colectivo de la especie la cicatriz de ese «por poco», consciente de que quemaría más que el gozo de la realización-, eso era el regate definitivo, inconcebible, el regate del regate sobre el pobre Mazurkiewicz.
Sucede que el negro de camiseta amarilla que llena la pantalla, congelado en el acto de chupar un hielo y mirar de reojo, ya es un jugador maduro, consagrado, más que eso, inmortal, pero joven –no tiene ni siquiera treinta.
La relatividad del tiempo. Rew, play, pause, play.
Página 200 de “El regate” de Sergio Rodrigues (Anagrama, 2014)
– 5 –
11. JUGADA D’ESTRATÈGIA A BIRMINGHAM
Les accions a pilota parada són cada dia més importants en els partits de futbol. Sovint, quan el joc normal no serveix per foradar la porteria contrària, els entrenadors recorren a la pissarra. Això vol dir que durant la setmana han hagut d’idear com treure partit dels llançaments de falta i dels córners per sorprendre el rival. En aquestes jugades hi sol haver igualtat numèrica i, freqüentment, un bon truc a l’hora de moure els jugadors provoca un desequilibri definitiu.
Página 200 de “L’últim defensa” de Jordi Agut (Stonberg, 2015)
– 6 –
“Ya era muy célebre antes de llegar al Arsenal (de ahí que pagaran tanto por él), sobre todo por un partido de estruendoso resultado, un 1-5 de Escocia en Wembley. Ya entonces se discutía entre el estilo escocés y el estilo inglés, según se atuviera el juego más al paso corto o al pase largo. James aglutinó una selección escocesa que jugó a su estilo, estilo escocés, estilo James, y dio un baile en Wembley. Y eso que en Escocia muchas voces se habían opuesto a que fuera seleccionado, ya que había abandonado el país para fichar por el Preston North End. «¿No se ha llevado su fútbol a Inglaterra? Pues que juegue para Inglaterra», escribió un editorialista. Pero jugó, marcó dos goles (uno en un preciso bombeo sobre el portero desde treinta metros, otro en un disparo duro y seco) y alimentó a sus compañeros en los otros tres.
Curiosamente, a este hombre tan preocupado por el dinero las inversiones le fueron mal. Cuando dejó el fútbol se fue arruinando, y en el momento de su muerte, en 1953, estaba sin un penique.”
Página 200 de “366 historias del fútbol mundial” de Alfredo Relaño (Ediciones Martínez Roca, 2010)
– 7 –
“Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una hijaputez lo que hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras. Te digo que me gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos: «¡Qué importa!» ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla!
Página 200 de “Cuentos de fútbol” (Santillana, 1995). Fragmento de “19 de diciembre de 1971” de Roberto Fontanarrosa
– 8 –
“Compramos telas de diferentes colores y a las que lo requerían les pintamos las pertinentes rayas. Cortábamos cuadrados pequeños y con ellos forrábamos las chapas, prensando la tela por abajo con el corcho correspondiente, que antes habíamos sacado con cuidado para que saliera entero. Sobre la tela pegábamos las caras de los jugadores, recortadas a su vez de cromos. Fue idea de mi hermano abandonar el garbanzo crudo y saltarín que servía de balón incontrolable, en favor de un botón blanco de proporcional tamaño, pelota mucho más manejable al ser plana y no botar tanto. Supongo que hoy es inimaginable tanta tarea; lo cierto es que así llegamos a disponer de las plantillas completas de ocho o diez equipos de Primera División. Ambos éramos y somos del Real Madrid, pero nunca cupo duda de que mi hermano jugaría con las chapas de nuestro favorito, por ser mayor y por ser el inventor del asunto y el fabricante y dueño de las porterías.”
Página 200 de “Salvajes y sentimentales” de Javier Marías (Aguilar, 2000)
– 9 –
Conchi fue a la habitación.
-¿Qué haces ahí subido?
-Buscar las camisetas.
-Baja de ahí.
Fichu saltó de la banqueta.
-Está Koldo abajo –dijo Conchi-. Dice que bajes rápido que se tiene que ir al bar, que empieza no sé qué partido.
-Necesito las camisetas.
-¿Qué camisetas?
-Las de papá –dijo Fichu.
-¿Cuáles?
-Las de trabajar.
-¿Las blancas?
-Sí.
-Pero si están muy viejas –dijo Conchi-. ¿Para qué las quieres?
-Para hacer las del equipo.
-¿Qué equipo?
-Alas de Júpiter.
Página 200 de “Fuera de juego” de Miguel Ángel Ortiz (Caballo de Troya, 2013)
– 10 –
Cecilio trató de recordar inútilmente qué palabras, cuentos o consejos transmitía a su Souto de siete años. «Es distinto», pensó. «Este no es mi hijo, ni siquiera mi nieto. Estoy en otro tiempo, somos de dos sangres, buenas sangres, pero una aceite y otra agua.» De pronto se acordó del fútbol, que tanto le unió a Souto desde que le llevaba de la mano a San Mamés. «Fue mucho antes de sus siete años, los hijos aprenden a andar mucho antes.» A fin de atrapar la atención del que tenía delante se propuso hablarle de fútbol. Y al recordar, por Irune, que el pequeño llenaba cromos de futbolistas un álbum tras otro, creyó estar en el buen camino. Incluso apoyó sus dos manos en los tiernos hombros y pronunció la palabra Athletic adobada con alguna más. Aunque no consiguió nada, al menos sabía la razón. «Cecilio, ¿cuándo has podido explicarte a ti mismo con palabras qué es el Athletic? Nunca. ¡Nunca! Ni siquiera en las pausas del retrete. Es algo que se siente y se acabó.
Página 200 de “Aquella edad inolvidable” de Ramiro Pinilla (Maxi Tusquets, 2012)
– 11 –
-Bueno, ¿qué opina? –preguntó.
-¿Sobre esta lista? Si estuviera escribiendo un artículo para un periódico sobre la gente a la que le caía mal Joao Zarco ya habría cubierto el expediente con esos nombres. Pero existe una sana diferencia entre que te caiga mal alguien para criticarlo y odiarlo hasta el punto de querer verlo muerto. Algunas de esas personas son figuras muy respetadas en el mundo del fútbol. Este deporte inspira sentimientos muy intensos. Siempre lo ha hecho. Recuerdo que mi padre me llevó a un partido de la Old Firm un día de Año Nuevo. Era un Rangers contra el Celtic, por cierto. Fue mucho antes de la Ley sobre Conductas Ofensivas en el Fútbol y Mensajes Amenazadores, que me parece un oxímoron ridículo. La ferocidad de la rivalidad histórica y religiosa entre esas dos aficiones era algo digno de ver. Y es justo decir que se han cometido asesinatos porque un hombre llevaba los colores equivocados en la parte equivocada de la ciudad. Dicho esto…
Página 200 de “Mercado de invierno” de Philip Kerr (RBA, 2015)
Quina currada, Alfons! Això sí que és un post ben trenat, i la resta que he espigolat va tenint una pinta d’allò més suculenta. Tot i no ser massa futboler, he de reconèixer que m’hi trobaràs més d’un cop regirant en el teu espai.
Una abraçada, crack!
d.
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