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Hoy, 13 de febrero, se celebra el Día Mundial de la Radio. Tardes de domingo, radio, carrusel, fútbol… Seguramente, las retransmisiones radiofónicas han sido uno de los elementos que más han hecho por fomentar la afición futbolera. Escuchar aquellas voces que de manera apasionada explicaban lo que sucedía en terrenos de juego lejanos forma parte del paisaje sentimental de muchos de nosotros. Voces que acercaban goles y jugadas que se estaban produciendo en el Helmántico, en Las Gaunas, en el Benito Villamarín, en los campos de Sport del Sardinero, en la Romareda o en el Molinón.
La radio siempre ha tenido un encanto especial. Una puerta hacia otra dimensión. Y afortunadamente, pese a los avances tecnológicos, a la inmediatez con que la información llega hoy día hasta el último de los rincones, la voz del locutor sigue siendo insustituible, puesto que sus ojos modelan lo mismo que nuestros ojos ven, pero su voz es capaz de traducirlo en palabras que nosotros no habríamos sido capaces de encontrar.
La emisión radiofónica de un partido de fútbol es el complemento perfecto para la imagen que vemos. Del mismo modo que Eurovisión y Twitter han formado una inesperada pareja, el fútbol y la radio son un binomio insustituible. ¿Cuántos aficionados no acompañan lo que están viendo con un auricular en su oído para escuchar a su locutor favorito? ¿Cuántos futboleros, a la hora de mirar un partido por televisión, no quitan el volumen al aparato para poder centrarse en las indicaciones procedentes de una voz del más allá?
Fútbol y radio. En 1980 The Buggles cantaban que el vídeo mató a la estrella de la radio. Eran tiempos en los que parecía que los cambios tecnológicos terminarían por devorar elementos que formaban parte de nuestras vidas y parecían imperecederos. Por suerte, la radio sigue ahí, firme e insustituible, y sigue formando un tándem ganador con el fútbol.
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La presencia de ese binomio también se puede encontrar en la literatura futbolera. Un ejemplo de ello lo encontramos en la novela “El fantasista”, de Hernán Rivera Letelier, en el que a lo largo de la historia se va intercalando la narración radiofónica del inigualable Cachimoco Farfán, un espectacular locutor que habla para sus radioescuchas de lo que promete ser un partido histórico.
Explicar, describir, narrar, dibujar la realidad con palabras, con un lenguaje florido que es toda una delicia. Un magnífico homenaje a esos profesionales de la radio que son capaces de transmitir la pasión del fútbol utilizando como único vehículo la palabra y su voz.
Y ahora, dejemos que Cachimoco Farfán tome el micrófono y comience su narración:
¡Buenos días, señoras y señores; buenos días, amables oyentes; pacientes todos, muy buenos días. Les habla como siempre su amigo Cachimoco Farfán, el más rápido relator deportivo de Coya Sur, el más rá- pido relator de la pampa salitrera, fenilanina hidrolasa y la purga que me parió, el más rápido relator del mundo después del maestro Darío Verdugo, por supuesto que sí, aquí estoy con ustedes, temprano por la mañana en este domingo esquizofrénico de sol, cataléptico de sol, aquí estoy, señora, señor, colorado, acalorado, sudando un mierdoso sudor espeso como medicamento, aquí estoy como siempre con mi leal herramienta de trabajo (este micrófono que unos carrilanos otopiorrentos me habían escondido ayer por la noche en el Rancho Huachipato), aquí estoy, señoras y señores, con las mismas ganas de siempre para llevar hasta ustedes los pormenores previos de lo que será esta memorable justa deportiva, el último partido jugado en nuestros dominios, el último partido que nuestra querida selección blanco-amarillo jugará como local, el último partido antes del fin del mundo para nosotros, por eso me encuentro aquí, en plena pampa rasa, bajo este sol albino, jumentoso de calor, vestido con este traje negro, este traje de muerto que demuestra todo mi duelo y mi congoja en este día tan especial para los coyinos, aquí me encuentro, a la orilla de nuestra querida cancha, nuestra gloriosa 34 cancha llena de tantos recuerdos lindos, de tantas alegrías inolvidables, de tantas penas también, por qué no decirlo, aquí estoy, aún solitario, acompañado sólo por las sombras de unos jotes que han comenzado a planear chancrosamente en el cielo, como anunciando la muerte, como presagiando el abandono y la desolación que caerá sobre este terreno de juego en donde estoy transmitiendo ahora para ustedes, completamente solo, como les digo, si no fuera por la sombra de esas aves agoreras y por la figura raquítica del hombrecito rayador de la cancha que en estos momentos acaba de llegar; sí, señora; sí, señor; sí, queridos radioescuchas, ahí ya vemos al anciano, ahí ya lo vemos encorvado como un campesino sacando papas en el desierto, con su destartalada carretilla de mano cargada de salitre, nuestro preciado oro blanco con que va remarcando las líneas; sí, amables pacientes, aquí ya está el nunca bien ponderado don Silvestre Pareto, que además de ser un buen rayador de canchas, es también, según las lenguas viperinas, el más implacable envenenador de perros al servicio del departamento de Bienestar; según estas lenguas gangrenosas, don Silvestre Pareto, con sus albóndigas envenenadas, ha exterminado más perros que judíos mataron los nazis allá por las Alemanias, ha matado más quiltros que cristianos mató la peste negra allá por las edades medias; pero en el fondo es buena gente este anciano, este hombrecito callado y eficiente como un estafilococo, siempre servicial, siempre atildado, siempre al pie del cañón, como ahora, en que al igual que todos los domingos del año, ya se encuentra trabajando en su «chacrita», como llama él a nuestro reducto deportivo (recordando tal vez los campos de sus sures natales), ahí está rayando y amononando la 35 cancha en donde, según dice llorando y moqueando cada vez que se emborracha, quisiera ser enterrado el día que entregue la herramienta, el día que cague pistola, el día que se pruebe el terno de madera, el día que la santa de su mujercita —como lo joroban los borrachos en los ranchos— termine envenenándolo como a un perro con sus propias albóndigas de estricnina servidas de almuerzo; sí, señora; sí señor, ahí está nuestro buen amigo Silvestre Pareto, bajo este sol purulento, comenzando a remarcar el círculo central con el pulso digno de un cirujano marcando la panza de una parturienta para proceder a una cesárea, ahí está trazando al puro ojo esa redondela cuyo centro es exactamente el lugar en donde este viejo otopiorrento quisiera que sepultaran sus congofílicos restos mortales, fenilanina hidrolasa y la purga que lo parió!
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