«Asesinatos en el estadio», de Peter Debry. Editorial Bruguera, 1951

 

 

A finales de los años 80 y principios de los 90 – es decir, allá por el pleistoceno – estuve trabajando en una empresa de servicios. Tenía un horario laboral de mañana y tarde, con un par de horas al mediodía para comer. Aunque en teoría me daba tiempo para desplazarme a casa, era habitual que acabara comiendo por algún bar de la zona. Si hacía eso era, unas veces, para volver antes a la oficina y adelantar trabajo atrasado. En otras, afortunadamente, la razón para quedarme era de tipo lúdico.

El caso es que uno de los compañeros con los que solía compartir mesa en aquellas ocasiones era muy aficionado a la lectura, y gran parte de nuestras de conversaciones giraban en torno a libros y autores. Recuerdo, por ejemplo, que era todo un experto en John Irving, autor que descubrí gracias a él.

Nuestro interés por la literatura hizo también que durante aquellos años compartiéramos una curiosa afición en nuestros mediodías. A unos cinco minutos de la zona en la que trabajábamos y por donde solíamos comer había un enorme centro comercial que incluía, además de las propias de productos alimenticios, secciones de mobiliario, electrodomésticos, ropa y, lo mejor de todo, una de libros y música. Aquella sección se convirtió en una especie de refugio por el que acostumbrábamos a deambular, tras nuestras comidas, al menos dos o tres veces por semana.

Una de las cosas más interesantes de aquel espacio era que además del correspondiente apartado de “Novedades” en libros y música, disponía también de una sección de “Ofertas” o «Liquidación» en la que podías encontrar auténticas perlas: los típicos libros de pasatiempos, de recopilaciones de partidas de ajedrez, de cuidados de animales, sobre plantas, biografías de músicos, tutoriales para aprender a tocar la guitarra, los signos del zodiaco… en fin, una variopinta oferta de publicaciones, en ocasiones, de lo más estrámbotico.

 

Imagen de www.todocoleccion.net

 

Recuerdo, especialmente, que en aquella época tenían allí un montón de volúmenes de la colección “Best seller. Serie negra” publicada por la Editorial Planeta entre 1985 y 1986. El precio (lo tengo grabado) era de 100 pesetas cada uno, e incluía títulos de autores como Patricia Highsmith, Raymond Chandler, Nicholas Blake , Manuel Vázquez MontalbánGraham Green, John Le Carré o Dashiell Hammett entre otros muchos maestros del género. El formato era el típico de las novelas populares que tan importantes fueron durante la segunda mitad del siglo XX, ediciones de bolsillo que hacían una gran labor al conseguir que la literatura fuera accesible para el gran público.

A mi me encantaban aquellos libritos, y era extraño que no acabara comprando un par o tres de ejemplares cada vez que hacíamos nuestra sobremesa en aquel lugar.

 

Viene todo esto a cuento del feliz descubrimiento que hice hace poco mientras navegaba por Internet. Se trata de la figura de Peter Debry, uno de los pseudónimos que utilizaba Pedro Víctor Debrygode Dugi (1913-1982). Se trata de uno de los grandes escritores de novela popular durante la época que va de los años 40 a los 70 del siglo XX. Escribió centenares de títulos (se dice que más de mil) de todos los géneros: desde el romántico a la ciencia-ficción pasando por el western, aunque destacó especialmente en la novela de aventuras y la de género policiaco.

Peter Debry es el principal de los pseudónimos que utilizó para firmar sus obras, aunque también utilizó muchos otros como Arnaldo Visconti, P. V. Debrigaw, Arnold Briggs, Geo Marvik, Peter Briggs, V. Debrigaw, y Vic Peterson. Encontraréis una introducción a tan apasionante personaje en la entrada que tiene en la Wikipedia, y, muy especialmente, en el blog «Peter Debry, padre de la novela negra» , en el que encontraréis un amplísimo análisis de su obra.

 

Pedro Víctor Debrigode («Peter Debry»)

 

Si hablo de Peter Debry es, como podéis imaginar, porque entre su extensísima producción era difícil que no hubiera algo relacionado con el fútbol. Y efectivamente, lo hay. Se trata de una novela de género negro titulada “Asesinatos en el estadio”. Fue publicada en 1951, siendo el número 46 de la colección Servicio Secreto de la Editorial Bruguera. En el citado blog se indica que la portada es (presumiblemente) de Provensal, mientras que las ilustraciones interiores son obra de Macabich.

SINOPSIS

Tras el mundial de Brasil de 1950, Estados Unidos, que ha participado con dignidad, vive una pasión por este deporte creándose las primeras ligas potentes y obteniendo el favor del público. Jim Vespa es un atlético muchacho que vive en Atlantic City y que además de inventor ocasional, se dedica a probar automóviles. Un día recibe un encargo del millonario Henry Cardigan: convertirse en conductor del autobús del equipo de fútbol de Atlantic City; él acepta encantado y a ello ayuda no sólo su pasión por el equipo sino el hecho de que la propuesta venga de Burt Burlington, un pintoresco octogenario naturista que ejerce de hombre de confianza de Cardigan.

 

La historia es impecable desde el punto de vista de este tipo de novelas de consumo rápido. La historia está ambientada en Atlantic City, con presencia de equipos como el del Atlantic y el de Princeton, y la trama gira en torno a un asunto relacionado con apuestas vinculadas a resultados de partidos de fútbol. A partir de aquí, la acción se va desarrollando con la participación de una femme fatale de encantos irresistibles, una banda de gángsters, un multimillonario, una cándida aunque enigmática joven y un humilde protagonista que se acabará viendo envuelto en un peligroso asunto.

 

La existencia transcurría plácidamente para Jim Vespa, cuyas dos principales pasiones eran la fotografía y el fútbol. Pero poco podía imaginar que, debido a que el equipo de los Estados Unidos había sido la sorpresa en los Campeonatos Mundiales de Río Janeiro, y a que a él le gustase apretar un disparador fotográfico, iba a verse envuelto en una serie de dramáticos acontecimientos.

 

Además de los elementos clásicos del género también hay espacio para la presencia de un peculiar y sorprendente individuo que defiende el naturismo y otros curiosos hábitos para conseguir un vida saludable, así como algunas otras curiosidades relacionadas con la ocupación del protagonista, quien además de probador de coches es inventor. De hecho, en la historia se describe una de sus creaciones. Se trata de algo relacionado con el fútbol, de utilidad para los entrenadores, y que leído hoy, en una novela escrita en 1951, me parece totalmente revolucionario.

Por si fuera poco, hasta los nombres de los personajes me parecen atractivos: Jim Vespa, Henry Cardigan, Bart Burlington, Bárbara Lombard… y Sterling Zarco.

(Nota: Zarco es también uno de los personajes de “Mercado de invierno” de Philip Kerr. Dos Zarcos en dos novelas negras de temática futbolera).

 

 

Con todos esos ingredientes Peter Debry construye una novela que se devora de un tirón. El ritmo es trepidante, y contiene numerosos momentos de acción. Es un tipo de escritura muy visual en ocasiones, como si las frases estuvieran dibujando viñetas de cómic. Y esto sucede tanto a la hora de describir peleas como descripciones de tipo futbolístico.

A lo largo de la narración se describen con detalle momentos de partidos, jugadas y goles. También es útil para hacerse una idea de cómo era el fútbol en los Estados Unidos de los años 50, muy diferente, evidentemente, al actual, y en el que un miembro del cuerpo técnico podía llegar a sustituir a un jugador por lesión.

 

—Hombre, si nos pusiéramos a discutir quién es más gandul, si un mecánico o un futbolista, no creo que saliera yo peor que tú. Lo que quiero decirte, Tim, es que esta vampiresa no es trigo limpio; no es la mujer que te conviene.

 

Leída hoy, lo cierto es que “Asesinatos en el estadio” es una magnífica novela negra que aguanta perfectamente el tipo, y que ofrece lo que los aficionados a las obras de este género buscan: una atmósfera especial, unos personajes atractivos, y una trama original y bien trabada que no se desvela hasta el último momento.

Un más que agradable y hasta sorprendente descubrimiento.

 

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