Letras y fútbol: Eduardo Mendoza, Iván Repila y Juan Tallón

 

Programa 6 noviembre - copia

 

Última jornada del encuentro «Letras y fútbol» que el próximo año espero no perderme. Y como acto de clausura, una conversación entre los escritores Eduardo Mendoza, Iván Repila y Juan Tallón, en torno a la relación de las letras con el balón.

Tres personajes cuya vinculación con la literatura futbolera me era más o menos conocida en función de cada uno de ellos. A Iván Repila no lo conocía, por lo que poco puedo decir sobre él. A Juan Tallón lo descubrí gracias al elogioso artículo que bajo el título «Literatura y fútbol» publicó Sergi Pàmies, en el diario La Vanguardia, calificándolo de «fenómeno» a raíz de su libro «Manual de fútbol«.

Pamies-Tallón

Y de Eduardo Mendoza… Bueno, qué decir de Eduardo Mendoza. Podría hablar extensamente sobre su obra literaria y sobre lo mucho que me ha hecho disfrutar con la lectura. Creo que es el autor que más risas por página ha conseguido arrancarme. Y el responsable de uno de los mejores recuerdos de mi vida.

Sucedió un día de mayo de los años 80, sentado en el suelo de un andén de la estación de Atocha. Estaba haciendo la mili en Madrid, y me disponía a disfrutar de un fin de semana de permiso en casa. Mientras esperaba, la gente que por allí transitaba no dejaba de mirarme como si de un bicho raro se tratase. Incluso un par de policías comenzaron a acercarse en actitud precavida. ¿La razón? Pues que me estaba desternillando a carcajada limpia sin poder dejar de reír por culpa del libro que tenía en las manos: «El laberinto de las aceitunas» de Eduardo Mendoza.

Aparte de eso, poco más puedo decir acerca de Mendoza, de quien creo que poca cosa hay en su obra relacionada con el fútbol.

¿Poca? Un momento. Aunque escasa, creo que las páginas más delirantes de la literatura futbolera que jamás se hayan escrito son de Eduardo Mendoza. Sí, sí, suyas. ¿O acaso no recordáis el principio y el final de «El misterio de la cripta embrujada«?

Poneos cómodos y disfrutad, que os refresco la memoria…

«EL MISTERIO DE LA CRIPTA EMBRUJADA»

CAPÍTULO 1
– Una visita inesperada –

 Habíamos salido a ganar; podíamos hacerlo. La, valga la inmodestia, táctica por mi concebida, el duro entrenamiento a que había sometido a los muchachos, la ilusión que con amenazas les había inculcado eran otros tantos elementos a nuestro favor. Todo iba bien; estábamos a punto de marcar; el enemigo se derrumbaba. Era una hermosa mañana de abril, hacía sol y advertí de refilón que las moreras que bordeaban el campo aparecían cubiertas de una pelusa amarillenta y aromática, indicio de primavera. Y a partir de ahí todo empezó a ir mal: el cielo se nubló sin previo aviso y Carrascosa, el de la sala trece, a quien había incomendado una defensa firma y, de proceder, contundente, se arrojó al suelo y se puso a gritar que no quería ver sus manos tintas de sangre humana, cosa que nadie le había pedido, y que su madre, desde el cielo, le estaba reprochando su agresividad, no por inculcada menos culposa. Por fortuna doblaba yo mis funciones de delantero con las de árbitro y conseguí, no sin protestas, anular el gol que acababan de meternos. Pero sabía que una vez iniciado el deterioro ya nadie lo pararía y que nuestra suerte deportiva, por así decir, pendía de un hilo. Cuando vi que Toñito se empeñaba en dar cabezazos al travesaño de la portería rival ciscándose en los pases largos y, para qué negarlo, precisos, que yo le lanzaba desde medio campo, comprendí que no había nada que hacer, que tampoco aquel año seríamos campeones. Por eso no me importó que el doctor Chulferga, si tal era su nombre, pues nunca lo había visto escrito y soy algo duro de oído, me hiciera señas de que abandonara el terreno de juego y me reuniera con él allende la línea de demarcación para no sé qué decirme.

 

Última página del libro

Y yo iba pensando que, después de todo, no me había ido tan mal, que había resuelto un caso complicado en el que, por cierto, quedaban algunos cabos sueltos bastante sospechosos, y había gozado de unos días de libertad y me había divertido y, sobre todo, había conocido a una mujer hermosísima y llena de virtudes al a que no guardaba ningún rencor y cuyo recuerdo me acompañaría siempre. Y pensé que quizá pudiera aún recomponer el equipo y ganar la liga local y enfrentarnos este año por fin a los esquizos del Pere Mata y aún arrebatarles la copa, con un poco de suerte.

No me digáis que esto no es «fútbol y literatura» de la buena.