«Retrato del futbolista adolescente», de Valentín Roma. Editorial Periférica

 

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Cada cierto tiempo sueño con que soy, otra vez, un futbolista adolescente. Y me veo de nuevo en el túnel de vestuarios, nervioso o con frío, palpándome los tobillos. A lo lejos se oye una sarta de abucheos que sacude la arquitectura de cemento, reverbera en las sienes de mis compañeros, quizás en nuestras clavículas.

 

Hubo una generación que abandonó el campo para buscar un futuro en la ciudad. Allí, a menudo, la escapatoria aparecía en forma de contrato en una fábrica y actividad obrera. La estabilidad que en ocasiones proporcionaba esa situación para los padres, se transformó en lugar del que huir en busca de nuevos horizontes para sus hijos. El recorrido, en cierta manera, fue a la inversa, pues se buscó acabar en el campo sin abandonar la ciudad. El campo, en este caso, era algo diferente. Era el campo del triunfo, el campo en el que los héroes modernos eran aclamados: el campo de fútbol.

Triunfar en el mundo del fútbol y abandonar la vida de relativa seguridad y confort -cuota de carencias incluída- que habían conseguido sus padres era uno de los sueños de miles de adolescentes durante la  década de los setenta y los ochenta. Sé de qué hablo porque viví esas aspiraciones. Cuando eso sucedía y alguien de tu entorno alcanzaba el éxito, convirtiéndose en un posible futbolista profesional, todos lo envidiábamos. Conseguía escapar de la prisión y se le abría por delante una prometedora carrera que le permitiría ganar dinero y alcanzar todo los lujos y comodidades que no teníamos.

 

Yo pertenecía a un mundo socialmente reverenciado, me pagaban por jugar al fútbol y, si no me descarriaba, «así y allí», tendría un exitoso porvenir.

 

Tuve en mi entorno más cercano algunos ejemplos de ello. En mi barrio, Daniel Solsona, el histórico jugador del Espanyol y el Valencia, era el referente de los adolescentes que nos pasábamos las horas jugando al fútbol en la calle. Después, durante mi etapa de futbolista aficionado, llegué a compartir vestuario con compañeros que conocieron las mieles del triunfo y llegaron a debutar en primera división. Cambiar campos de tierra y barrio por césped y ciudad era, a nuestros ojos, lo máximo a lo que se podía aspirar.

Para el afortunado, abandonar el estatus social de familia proletaria de barriada para acceder al mundo cosmopolita era una especie de final de trayecto. Digamos que llegado allí, ya no había nada más por lo que pelear. Por supuesto, los problemas eran otros, pero el debate interno acerca del cual hacia donde había que seguir caminando acababa en esa línea de meta.

Algo diferente es lo que sucede con el protagonista de la compleja, atractiva y más uqe recomendable “Retrato de un futbolista adolescente”, de Valentín Roma y publicada por la editorial Periférica. El título es una clara influencia del “Retrato del artista adolescente” de James Joyce, que se prolonga en el carácter de novela de aprendizaje. Escrita en primera persona y situada en los años 70 y 80, coincidiendo con los de adolescencia y juventud del protagonista, también se estructura en cinco partes, y se inscribe en la línea de las denominadas novelas de aprendizaje a la que la de Joyce pertenece.

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Valentín Roma. Imagen de www.elmundo.es

 

SINOPSIS

Albert Camus dijo que todo lo que sabía de las obligaciones y la moral de los hombres se lo debía al fútbol. Este libro explora, precisamente, todo lo que los futbolistas adquieren a pesar de la obligación, todo lo que imaginan contra la moralidad, todo en lo que creen cuando el partido del domingo finaliza. Durante algún tiempo, el autor, Valentín Roma, fue futbolista. Abandonó la práctica del deporte para dedicarse a sus estudios de Historia del Arte y Estética (en la actualidad es director del Centro de la Imagen La Virreina de Barcelona y profesor universitario). Hijo del obrero de una fábrica, un obrero con claras ideas políticas, este libro narra su propio proceso de desclasamiento, que refleja, a la vez, un desclasamiento colectivo, el de una generación nacida en España a finales de los años sesenta y principios de los setenta, los hijos universitarios de padres campesinos emigrados a la ciudad, vástagos de las aspiraciones sociales que circulaban por aquel entonces, y hoy con un pie en el aburguesamiento y otro en el instinto de supervivencia. Este retrato de un futbolista adolescente es, también, cierta recapitulación sobre qué proporciona el éxito y sobre todo qué arrebata, cuánto de ese triunfo pertenecía al narrador, y por qué se apeó de él al comenzar a alcanzarlo… Este libro es un viaje que sigue la sombra de James Joyce y Stephen Dedalus, aquí transformados en un narrador y en el futbolista adolescente que fue. Y, finalmente, este libro es la memoria de lo que se oye en un vestuario de fútbol cuando las puertas se cierran, la ideología que acompaña a meniscos y rótulas, la «vida interior» de los jugadores, sus ansias de ser y sus sospechas de no entender qué les ocurre a los demás. Una historia fascinante, nunca antes contada así en la literatura española, entre la risa y la melancolía.

Según ha explicado su autor, “Retrato del futbolista adolescente” es la segunda parte de una trilogía iniciada con “El enfermero de Lenin”, publicada también por Periférica en el 2017. Allí, la historia gira en torno de un profesor universitario que debe cuidar de su padre enfermo, un obrero de fuertes convicciones ideológicas. La componente ideológica también es aquí uno de los pilares sobre los que se construye esta novela, al que se unen otros como la pertenencia de clase, el alejamiento que se puede alcanzar a través del triunfo (por el fútbol, en este caso) y el interés por la cultura.

Con esa mezcla de ingredientes el autor consigue ofrecer una veraz radiografía de la evolución que experimenta alguien que tiene la posibilidad de escapar del mundo del proletariado pero a quien, sin embargo, no parece satisfacer el destino que ese éxito le ofrece. Tal y como ha explicado Valentín Roma en alguna entrevista,  En las propias palabras de Roma, en la novela quería hablar «sobre el desclasamiento y la gestión del éxito, que lleva a un distanciamiento con la familia«. Algo que conoce por experiencia propia y conforma la componente autobiográfica del libro, pues fue profesional del fútbol hasta los 19 años, tuvo que cambiar de ciudad para continuar con su carrera y, finalmente, acabó abandonándolo para cambiarlo por el de la universidad, la docencia y el mundo del arte.

Retrato del futbolista adolescente” es una novela compleja, rica en matices, en la que se alternan reflexiones con momentos de humor y sarcasmo. Escrita a golpes de pensamientos desde la estación de bombeo de la variable e inestable mente de un adolescente lleno de dudas. Una especie de dietario en la que se suceden los episodios que le toca vivir en los ámbitos familiar, futbolístico y personal y la huella que en él van dejando.

 

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Imagen de @elacertijo

 

Pido que me autoricen a estudiar en la Biblioteca Nacional, los informes de mis profesores son en este sentido tajantes: «Recomendamos que bajo ningún pretexto se interrumpa la evolución formativa del alumno ni sus hábitos lectores. Exigimos que dichas advertencias sean tomadas al pie de la letra».

            «¿Pero tú has visto?», me recrimina mi padre inflamado de motivos, apoyándose en su vieja oratoria sindicalista, «aquí lo pone bien claro: A-L-P-I-E-D-E-L-A-L-E-T-R-A. ¿Te das cuenta de que los pies y las letras no están reñidos. Habrá días en que usarás más los pies, habrá otros que puedes dedicarlos a juntar letras.»

 

El magma que va conformando la personalidad del narrador lo convierte en alguien sin reparos a mentir en ocasiones, que debe ponerse el disfraz de lo que de él se espera aunque, en realidad, prefiera que las cosas sean completamente diferentes. Alguien que intenta simular ser quien no es, una especie de Bartleby que deambula en estado de absoluta extrañeza, como si todo le resultara ajeno, y que todo cuanto está viviendo fuera forzado e involuntario. La cultura y los libros, en este escenario, se convierten en la vía de escape, la luz al final del laberinto que se le ofrece como única escapatoria.

Leyendo esta obra, es inevitable pensar en “Torneo”, de Miguel Pardeza y “La jugada de mi vida”, de Andrés Iniesta. Se trata de libros con los que, desde otra perspectiva, se entienden las vicisitudes que atraviesa el desarraigo de los jóvenes futbolistas que se sitúan a las puertas del éxito y han de dejar atrás familia, barrio y todos los referentes que hasta entonces les han acompañado.

 

Cuando empezaron mis problemas con los éxitos deportivos, papá solía decirme que leyese y escribiese todo lo que quisiera, que la carrera de un futbolista está llena de tiempos muertos y que, al retirarme, podría publicar libros o trabajar como catedrático.

 

La alternancia entre las explicaciones propias del mundo futbolístico con las de tipo ideológico o cultural enriquecen la novela, ofreciendo una atractiva variante en la unión entre fútbol y literatura. Más teniendo en cuenta que en el libro encontramos tanto referencias propias de la atmósfera de un vestuario y las peculiaridades de algunos personajes de este mundillo como otras de tipo literario, musical o cinematográfico: Hanna Arendt, Wittgenstein, Cioran, Beethoven, The Cure, Rothko, Mad Max, Tom Sttopard, Juan Goytisolo…

Una interesante y más que recomendable lectura no solo desde el punto de vista de su calidad literaria, sino por toda la reflexión que contiene. Un libro, además, que también ayuda a entender que desde el telón de fondo que el fútbol ofrece se pueden generar obras del nivel de esta.

 

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