Doce meses, doce dorsales: con el número 11, noviembre

 

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Si el calendario fuera un equipo de fútbol, el dorsal número 11 lo llevaría noviembre. Y así es, más o menos, como juega este mes en el terreno de juego del fútbol y la literatura.

 

“La emoción del fútbol no está solo en el gol, sino en la ocasión perdida, en el balón que salió del campo a milímetros de los palos o en los que tropezaron con éstos cuando el público ya se había puesto en pie en los graderíos.

            El 16 de noviembre de 1948 en las páginas de ABC el escritor académico Wenceslao Fernández Flórez, que por entonces firmaba una sección en las páginas de deportes titulada «Entre portería y portería», llegó a la conclusión de que ese mundo de ayes y suspiros, de lamentaciones y, a veces, de tristes consuelos debía tener un nombre propio y lo expresó así:

            «Un cierto sentido de la equidad me instiga a difundir que si bien el Celta no obtuvo ningún gol, cosechó varios interesantes vicegoles. Así como el vicepresidente es lo que más se aproxima al presidente, y las vicetiples, aunque no son siempre las que se aproximan más a las tiples, les siguen en categoría, así llamo yo “vicegol” al hecho de que una pelota pase por encima o al lado de la puerta o bata en los largueros, sin ser gol, pero en inminencia de serlo. Este fenómeno carece de denominación propia en el fútbol y yo tengo un gran placer en condensarlo en una sola palabra, de la que hago regalo para contribuir al esplendor del deporte.

            “Vicegol”… Suena bien y es a un tiempo consoladora y exacta.»

 

Fragmento de “El gol”, capítulo 7 de “Épica y lírica del fútbol” de Julián García Candau. Alianza Editorial, 1996

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Doce meses, doce dorsales: con el número 9, septiembre

 

 

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Imagen de www.thisisanfield.com

 

Si el calendario fuera un equipo de fútbol, el dorsal número 9 lo llevaría septiembre. Y así es, más o menos, como juega este mes en el terreno de la literatura futbolera.

 

 

A Mateo le llegó un pase largo desde el otro lado del patio. Lo supo porque escuchó un silbido y luego vio una sombra oscura moverse hacia él por la superficie de albero. Dejó de mirar a la muchacha, corrió unos pasos y controló el balón con la punta de la zapatilla, y la bola rodó mansa a sus pies, como si nunca se hubiese separado de la tierra. Había sido un buen control, y deseó que ella lo hubiese visto. Le pasó el balón a un compañero y volvió a mirarla.

Al hacerlo, sintió una sensación rara en el estómago, y desde el primer momento supo que no tenía nada que ver con el desayuno. No sabía si le gustaba la muchacha o la forma en la que su padre la había llamado «Clarita». Pensó que le gustará ir hasta ella y decirle «hola, Clarita, yo soy Mateo, bienvenida», pero supo que no lo haría porque era ridículo. Volvió a recibir la pelota y, cuando se deshizo de ella, vio que Clarita ya tenía compañía. Algunas muchachas se habían acercado a presentarse. Él trató de olvidarla concentrándose en el juego. El curso acababa de comenzar y aún estaban a mediados de septiembre, pero aquella mañana era fría y todos llevaban pantalón corto y el balón picaba cuando te golpeaba en las piernas. Era agradable sentir ese escozor, porque te hacía sentir despierto y más vivo. Luego sonó el timbre y los muchachos entraron en el aula. Las clases eran aburridas. Mateo pensó en Clara.

Fragmento de «El justo valor de un gol«, en «Once goles y la vida mientras«, de Pablo Santiago Chiquero. Maclein y Parker, 2016

Sombra tipo novela

Doce meses, doce dorsales: con el número 7, julio

 

 

Si el calendario fuera un equipo de fútbol, el dorsal número 7 lo llevaría julio. Y así es, más o menos, como juega este mes en el terreno de juego de la literatura futbolera.

                Las circunstancias solo me permitieron ver un partido más en vivo, en el Foxboro, el 5 de julio. De nuevo uno de los dos equipos era Nigeria, que había superado la primera fase del torneo a pesar de perder con Argentina. Sin embargo, en aquella ocasión el rival era Italia, que, aunque era una de las favoritas, había jugado tan mal en la fase de grupos que solo por un escasísimo margen estadístico se había clasificado para los octavos de final.

                Durante casi toda aquella tarde en el Foxboro, de un calor y una humedad insoportables, Italia tampoco pareció mejorar ni una pizca. En efecto, mi segundo partido en vivo tenía pinta de acabar en una de las derrotas más inesperadas de la historia del fútbol. A falta de solo dos minutos para el final, ganaba Nigeria 1-0. Los cincuenta y cinco mil espectadores –todos los que cabían en el Foxboro Stadium- habían gritado hasta enronquecer, habían recorrido toda la gama de los sentimientos humanos y, cerca del pitido final, estaban tan agotados emocionalmente como lo estaban físicamente los jugadores.

 

Fragmento de «El milagro de Castel di Sangro«, de Joe McGinnis

Doce meses, doce dorsales: con el número 6, junio

 

Imagen de www.bolanerede.pt

 

Si el calendario fuera un equipo de fútbol, la camiseta con el dorsal número 6 la llevaría el mes de junio. Y así es, más o menos, como juega este mes en el terreno de juego del fútbol y la literatura.

Para empezar, el mundo era un lugar mucho mayor cuando en junio de 1992 abandoné Inglaterra en ferry con una máquina de escribir en la mochila. Antes de internet, era difícil saber algo de Ucrania o Camerún, por ejemplo, sin haber viajado hasta allí. El aislamiento de esos países los hacía también mucho más distintos del resto que ahora. Y desde luego, sus culturas futbolísticas también eran mucho más variadas. Cuando ahora viajo por el mundo para ver partidos, advierto la repetición de los mismos fenómenos en todas partes: las caras pintadas de los aficionados, las camisetas del Barcelona y un estilo de juego cada vez más parecido. Ahora ya no hay tanta diferencia entre el juego de ingleses, americanos, japoneses y cameruneses.

                El significado de ser aficionado también ha cambiado. Cuando escribí este libro, el fútbol europeo enfrentaba regularmente a una tribu contra otra tribu: holandeses contra alemanes, catalanes contra castellanos o católicos escoceses contra protestantes escoceses. Los estadios de fútbol eran todavía un lugar en el que se ponían de relieve las tensiones reprimidas de índole étnica, religiosa, regional y de clase de la Europa Occidental.

 

Fútbol contra el enemigo”, Simon Kuper. Editorial Contra, 2012