2 de septiembre en el fútbol y la literatura

 

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Los primeros días de septiembre acostumbran a ir asociados a los inicios de las principales competiciones. El fútbol va arrancando, poco a poco, intentando dejar atrás el parentesis vacacional de julio y agosto. Aparentemente, la primera semana del nuevo mes todavía se desplaza al ralentí, como si tuviera que hacer esfuerzos para abandonar el sopor estival. Sin embargo, el 2 de septiembre es un día con una importante representación en el calendario del fútbol y la literatura, y en el que, curiosamente, coinciden varios debuts.

A continuación, algunos ejemplos:

 

Épica y lírica del fútbol”, de Julián García Candau

Pelé nació en una familia modesta y alcanzó la gloria deportiva y la riqueza. Su padre era un humilde zapatero de Treis Coraçoes que como futbolista militó en el Atlético Mineiro y fue conocido como Dondinho. Pelé jugó primero en el equipo juvenil del Bauru Atlético y poco antes de cumplir los dieciséis años fichó por el Santos. Su debú en el Santos fue el 2 de septiembre de 1956 y lo hizo al sustituir a el ecchi. Fue en Sao André en un partido amistoso contra el Corinthians.

 

 

 

Del Olimpo al barro, la lucha continua”, de Agustín Benito,

enRelatos solidarios del deporte

 

                A pocos kilómetros de Lezama, Joaquín Caparrós dirigía al Athletic. El entrenador sevillano buscaba un lateral izquierdo que pudiera competir o cubrir la ausencias de Asier del horno y se fijó en Koikili, un pequeño lateral muy bravo que nunca se daba por vencido. Fue un fichaje inesperado, un capricho del técnico andaluz para muchos. Caparrós le mostró el camino y el jugador lo recorrió con la cabeza bien alta. Se apoderó de la banda izquierda y cerró el paso a muchos delanteros, e incluso lo intentó con Leo Messi.

                Espartaco, así lo llamaban sus compañeros del Sestao River, debutó con el Athletic en el Camp Nou contra el Barça de Ronaldinho, Deco, Iniesta, Henry… y de Messi. Aquel 2 de septiembre de 2009 su misión fue detener al astro argentino y salió airoso del primer combate, aunque fue expulsado. Inconvenientes del oficio.

 

Julián Lucendo”, por Fabián Ortiz, en36 historias solidarias del deporte”, pág. 85/86

                Entonces, el árbitro pita y la crónica de aquel Valladolid – Barça del 2 de septiembre de 1989 correspondiente a la primera jornada de la Liga de Primera División dirá que el Barcelona llevó el peso del partido y que dispuso de algunas ocasiones de gol para adelantarse en el marcador e incluso ganar el partido, pero resulta que el equipo castellano hizo el primer gol y después otro, y todo se fue al traste y Cruyff me cambió por el Nano Soler y caímos por un 2 a 0. Mire usted, señor periodista, el fútbol es así, unas veces se gana y otras se pierde, y, si las fuerzas están muy igualadas, se empata.

 

 

Fútbol es fútbol, por Quim Monzó, en La Vanguardia del 21/11/2015 

Hace unos días leí la entrevista que Sergi López-Egea hizo a Ramon Maria Calderé, exjugador del FC Barcelona y ahora secretario técnico del Sant Andreu, ese equipo que arrastra la cruz de tener que soportar que cada vez más locutores de deportes lo pronuncien San Andreu, como si la te no existiese. En la entrevista, que nace de un repaso a los recuerdos de los futbolistas de los duelos con el Real Madrid, Calderé explica su debut como jugador del primer equipo azulgrana, el 2 de septiembre de 1984, en un partido en el Bernabeu que ganó el Barça por 0 a 3. Calderé marcó el tercer gol, de cabeza: “Mi abuelo estaba ingresado en el hospital de Reus y fui a verlo unos días antes de viajar a Madrid. Quería darle una alegría y se lo prometí: ‘Abuelo, marcaré un gol en el Bernabéu para ti’. (…) Centró Víctor y yo rematé de cabeza. Fue increíble. Debut en el Bernabéu con victoria y gol. Mi abuelo tuvo una inmensa alegría”.

 

 

Jóvenes promesas”, Juanjo Díaz Polo. Editorial Planeta

                – A ver, a ver… Somos dieciséis equipos, ¿no? O sea, que después del primer partido quedaremos ocho.

                Argüello aplaudió:

                -¡Quedaremos, bien dicho, quedaremos!; eso es ser positivo, ¡sí, señor!

                – Y después del segundo partido –continuó Pichichi- quedaremos cuatro, o sea, una semifinal, que se dice en Bilbao.

                Zamora asintió:

                -Eso es. Y los dos que ganen, juegan la final, el día 2 de septiembre.

 

Jóvenes promesas, de Juanjo Díaz Polo. Editorial Planeta

                La mañana del 2 de septiembre, Paco Bru estaba más preocupado que nunca. El partido era a las tres y a la hora de salir hacia el Stadion aún no veía un equipo claro. Exceptuando la portería, no tenía posibilidad de formar ninguna línea de garantías: detrás, Otero seguía mermado por el pie; Arrate no podía ni apoyarse en la rodilla izquierda; en medio, Belauste quedó descartado por una dolorosa distensión; la capacidad regenerativa de los dieciocho años de Samitier no era milagrosa y tampoco estaría para jugar, y delante, Acedo caminaba pero no podía correr y Patricia tenía la pierna rígida y de color nazareno.

 

«Niños futbolistas”, Juan Pablo Meneses

                En el mundo del fútbol todos se conocen. Aunque, en realidad, uno debería decir que todos se desconocen. A cada nombre de manager que le consulto, el agente FIFA me responde parecido. Ese es un sinvergüenza. Ese es un delincuente. A ese ni me lo nombres. Dice que le han «levantado» jugadores de sus narices. Hoy, la manera más fácil de captar a un jugador de otro representante es haciéndole regalos y esperando a que termine el contrato anual. Recuerda que a él le levantaron a uno regalándole una consola Nintendo Wii, y a otro regalándole un autor.

                Si quieres entrar en este negocio, debes saber que pueden levantarte a tu jugador. Y también debes saber que, finalmente, tengan siete, doce o diecisiete años, se trata igualmente de menores. Según la Convención sobre los Derechos del Niño, desde el 2 de septiembre de 1990 se entiende por tal «todo ser humano menor de dieciocho años de edad», salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, haya alcanzado antes la mayoría de edad.

 

“Futbolítica”, Ramon Usall

                La primera decisión que se tomó en plena dictadura para restituir la memoria del Júpiter original llegó en 1959, cuando el club acordó volver a vestir los colores gris y grana que actualmente lo identifican y que la entidad ya había lucido durante los años 20. Quedaban así atrás los colores verdiblancos de la camiseta que lo habían identificado durante la Segunda República y el primer franquismo, unos colores que se sumaban, en la historia cromática del club, al blanco y al azul cielo que el Júpiter había vestido en su primera equipación.

                La gran restitución de la memoria del club no llegó, sin embargo, hasta mucho tiempo después del final de la dictadura franquista, cuando, en una asamblea celebrada en 1989, los socios acordaron restaurar el escudo original. Así pues, el 2 de septiembre de 1990, con el inicio de la temporada, el Júpiter volvía a lucir las cuatro barras y la estrella en el pecho de su camiseta. Era un acto de justicia que restituía a la entidad la estrella que había llevado por bandera y que había provocado la ciega represión de las dictaduras de Franco y de Primo de Rivera. Un acto de memoria que recuerda que este modesto pero ejemplar club había sido un fiel reflejo de la convulsa historia de Catalunya durante el siglo XX.

«Jóvenes promesas», de Juanjo Díaz Polo. Editorial Planeta

 

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Hace unas semanas la literatura futbolera me transportaba a finales del siglo XIX. Hasta el año 1899, para ser exactos. Fue gracias a la magnífica “Quan no érem ni onze”, una novela documental escrita por Josep Bobé cuyo argumento gira en torno a la fundación del Fútbol Club Barcelona.

La literatura futbolera -y una afortunada coincidencia en mi calendario de lecturas- han querido que continúe viajando en el tiempo. En esta ocasión, hasta el año 1920, de la mano de la también magnífica “Jóvenes promesas”. Escrita por Juanjo Díaz Polo, y publicada por la editorial Planeta, se trata de una obra también ambientada en un pasado distante para nosotros y en la que podemos identificar varios puntos de contacto con la anterior.

Mientras que allí se habla de los primeros pasos de un club aquí nos hallamos ante el nacimiento de la primera selección española de fútbol. También en este caso el papel del cronista deportivo es clave en la historia, y, así mismo, nos encontramos ante contextos históricos con muchos puntos en común. En este sentido, algunos personajes de la época, protagonistas en aquella historia, se entrecruzan y son mencionados en algún pasaje de esta, como Hans Gamper.


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Selección española Amberes 1920. Imagen de www.curiosidadesdelfutbol.wordpress.com

SINOPSIS

Corre el año 1920 y el Comité Olímpico Español va a enviar por primera vez en su historia una selección de fútbol a un campeonato internacional. La tarea no será fácil: las diferentes federaciones regionales recelan unas de otras y cada una exige que sus jugadores tengan protagonismo. Pocos tienen fe en ese equipo, pero sobre el terreno de juego estarán los Zamora, Pichichi, Pagaza, Belauste o Samitier, componentes de un once de leyenda.

Inspirada en hechos reales, Jóvenes promesas se desarrolla en los inicios del fútbol y el olimpismo y narra, a través de la voz de Elena Díez, la idealista hija de un veterano cronista deportivo, la gesta histórica de un equipo inolvidable, en el que nadie creía, y que alcanzó la gloria.

Tal y como vemos en la sinopsis, la historia de “Jóvenes promesas” está narrada en primera persona. Elena Díez, una inteligente joven de ideas claras, acompaña a su padre, un reconocido y reputado cronista deportivo hasta Amberes, donde están a punto de comenzar los Juegos Olímpicos de 1920. El papel de Elena, sin embargo, pronto se convertirá en mucho más que una simple acompañante o testigo de todo cuanto sucedió durante aquellos días, ya que un irreversible problema de salud de su padre, que cada vez irá a más, la obligará a adoptar un papel inicialmente no previsto para ella.

Los ojos de Elena, sus vivencias y su voz será la pantalla a través de la que reviviremos un momento histórico. Además, su papel no se limitará al de simple narradora de todo cuanto observa y sucede, sino que será eje central de gran parte de los episodios que durante aquellos días ocurrirán. Así, Elena actuará como privilegiado testigo del entorno directo de la selección española desplazada hasta Amberes, pero también como personaje principal en alguno de los episodios protagonizados por algunos miembros de la expedición.

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La novela, así, nos ofrece una radiografía de lo que sucedió durante el viaje, los momentos previos, la estancia del equipo en Bélgica y todo lo que allí aconteció y se generó. Así como el relato del desarrollo de los partidos que aquella selección disputó, con la descripción de las peculiaridades del fútbol de la época, muy diferente al que nosotros conocemos.

“Desde el primer día de los Juegos en Amberes, vivíamos inmersos en el reino del deporte, ajenos a todo lo demás. Como había dicho en sus discursos Coubertin, le sport est roi. Durante la Olimpiada se detenía el tiempo y todo parecía posible. La vida era juego, sin otra consecuencia que la de ganar o perder. El resto del mundo parecía algo irreal, lejano e insignificante.”

Todo ello, basado en hechos reales, puesto que uno de los objetivos del autor era el de escribir “una novela históricamente impecable”. Y esa fidelidad histórica combinada con la ficción que construye se fusionan de tal manera que la lectura te arrastra sin parar. El interés no decae en ningún momento, sino todo lo contrario: los 25 capítulos y el epílogo que la estructuran son una constante insinuación a ir más allá y continuar avanzando hasta el final.

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Imagen de www.museuvirtualdofutebol.blogspot.com

Como sucede en “Quan no érem ni onze” que al principio mencionaba, en “Jóvenes promesas” nos encontramos en un contexto histórico que nos puede parecer lejano, pero que es clave para comprender la importancia que el deporte en general y el fútbol en particular ha ido adquiriendo durante el último siglo. Y es que la novela transcurre en un momento en el que la esperanza depositada sobre los Juegos Olímpicos de Amberes es máxima, tras los desastres de la guerra de unos años antes.

Así, no solo llegaremos a conocer de qué manera vivió aquel equipo su participación en los juegos, sino que lo haremos entrando hasta en los vestuarios, y conociendo los entresijos de lo que en aquella época rodeaba a un equipo de fútbol. A diferencia de lo que actualmente sucede, donde los jugadores son prácticamente inaccesibles, en aquella época la convivencia con los periodistas deportivos era muy estrecha, un hábito que la novela nos muestra convirtiéndonos en testigos privilegiados.

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Imagen de www.vavel.com

Aquella selección estaba integrada por nombres míticos y legendarios, como es el caso de Ricardo Zamora, Samitier o Pichichi entre otros, todos ellos bajo las órdenes de otra importante figura de la época, Paco Bru, el seleccionador (en este artículo de Miguel Ángel Ortiz podréis conocer cosas muy interesantes sobre él). Y ellos son algunos de los protagonistas de la historia, de manera que se produce una humanización de estos personajes, a quienes percibimos como lo que en aquel entonces eran, un grupo de jóvenes deportistas a punto de asistir a un momento histórico.

“Los jugadores elegidos para el primer equipo ya no sorprendían a casi nadie. Días antes, Isidro me había adelantado, con un guiño de complicidad, el once de gala que se iba perfilando en la mente de Bru. El utillero les había puesto mote a todos y su alineación sonaba a la siguiente manera:

– Dragón en el goal; de backs, Acero y el Grúa; en medio, Langosta, Camioncito y el Fino, y de forguares –así llamaba a los delanteros-, Pantera, Metralleta, Cañón, Zorro y Anguila. Es un once fetén, señorita. Colosal.

Sonreí al recordarlo, porque, más que un equipo, su alineación me parecía la partida de bandoleros del Tempranillo. Pero Isidro acertó en todo, los jugadores de los que hablaba entonces formaban el equipo de probables: Zamora de portero; Otero y Arrate en la defensa; Samitier, Belauste y Eguiazábal en el centro, y de forwards o delanteros, Pagaza, Sesúmaga, Patricio, Pichichi y Acedo. Al verlos moverse en el campo, los apodos de Isidro les sentaban como guantes”.

Se trata de elementos centrales de la trama –en especial, Ricardo Zamora-, que encajan a la perfección con la descripción del contexto histórico y el resto de subtramas de la novela para construir una novela que atrapa desde el principio. Y quizá sea justamente ese el gran mérito del libro: el transportarnos hasta 1920, introducirnos en el centro del grupo y hacernos revivir aquellos días sin perder de vista la realidad histórica. Y todo con el gancho de las novelas que no puedes dejar de leer en cuanto las comienzas.

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Zamora y Samitier. Imagen de www.amoelfutbolinternacional.blogspot.com

Los Juegos Olímpicos de Río que ocupan las portadas durante estos días son un marco idóneo para leer “Jóvenes promesas”. Aunque estén separadas por casi un siglo en el tiempo, nos ayudará a aproximarnos a lo que fueron los primeros pasos del olimpismo, a conocer cómo era el fútbol de la época (lleno de curiosidades y tan diferente al de ahora, como por ejemplo el caso de los linieres o la dureza con que se empleaban los jugadores).

Una delicia de libro que se lee de un tirón y en el que bajo el paraguas de las peripecias de aquel equipo de fútbol van emergiendo otros muchos temas que encajan a la perfección como piezas de un puzzle. Y así no faltan una historia de amor, los entresijos políticos y diplomáticos de la época, las rivalidades y desconfianzas entre jugadores según su procedencia autonómica, las ambiciones y rivalidades personales, la amistad y el sentimiento de grupo, o la importancia del periodismo deportivo de la época.

Una de esas novelas, en definitiva, que en cuanto las acabas te entran ganas de volverla a comenzar, por todo lo que te ha enseñado y todo lo que te ha hecho disfrutar.

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MÁS INFORMACIÓN

7 de agosto y las «Jóvenes Promesas» de las Olimpiadas de 1920

 

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Imagen de www.marca.com

 

El 7 de agosto de 1920, papá y yo tomamos el tren en la estación del Norte, dejando atrás Madrid y sus calores. Como habría dicho mamá, el viento había soplado y nos llevaba camino de una Olimpiada en la que el deporte debía ser el único protagonista. Siguiendo su ejemplo, me propuse disfrutar de la experiencia, sin cuestionarme ni un instante si las cosas podían haber sido de otra manera.

Fragmento de «Jóvenes promesas» de Juanjo Díaz Polo. Editorial Planeta, 2016.

 

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