“Me enamoré locamente del fútbol, de manera inconsciente durante el Mundial del 82 en España. Tenía nueve años e iba a ver casi todos los partidos a cal Sellart, el bar del poble, famoso por el escenario que durante las épocas de reivindicación social acogió a decenas de cantaurores, desconocidos para la mayoría, que pasaban por las fiestas mayores alternativas del Poal”.
En el mundo de la literatura futbolera podemos encontrar obras de temáticas muy diversas. Una de las que me resultan más interesantes y atractivas es aquella que aborda el fútbol desde una concepción que intenta alejarse de todo lo que huela a negocio, utilización empresarial o búsqueda del enriquecimiento al margen del juego. Son libros que huyendo de esa visión intentan hablar de las esencias, de los valores inherentes a este deporte, de la ilusión y la felicidad que es capaz de proporcionar, aunque se practique en la más humilde de las aldeas. Es un tipo de libros que defienden una visión humanista del fútbol, en palabras de Galder Reguera, y entre los que destacaría dos: Hijos del fútbol, de este último, y Nunca fuimos más felices, de Carlos Marzal. Lo que encontramos en ambas obras es un canto a la vida a través del fútbol, una actividad que es capaz de devolvernos a la infancia, como bien decía Javier Marías.
A esta línea se viene a sumar el último libro de Llorenç Bonet, a quien tuve la suerte de conocer en persona hace unos años. Si ya en su momento me gustó y disfruté con Camp de terra, su anterior libro, ahora se supera con la publicación de El meu germà era futbolista (Mi hermano era futbolista). EScrito en colaboración con Àngels Masó, se trata de una obra maravillosa que es un canto al fútbol y a la vida pese a tener su origen en un terrible y trágico acontecimiento. Está escrita en catalán, por lo que traduciré los fragmentos que vaya citando.
SINOPSIS
Con 21 años, el protagonista de “El meu germà era futbolista” vive una experiencia traumática que afectará a su desarrollo personal y profesional y condicionará su personalidad hasta el día de hoy. Este negro episodio, que tendrá consecuencias para él pero también para todo un equipo de fútbol infantil, situará a un pueblo hasta entonces desconocido en las portadas de los diarios nacionales. Durante algunos días todos hablarán de El Poal. Además de ser un relato sobre las secuelas de un trauma vivido demasiado cercanamente, el libro es también un recorrido sobre la importancia del fútbol local a la hora de fomentar valores y amistades entre los jóvenes, sobre la vulnerabilidad humana, sobre la cicatriz que deja la pobreza y sobre el coraje que se necesita para perseguir los sueños profesionales tras sufrir un fracaso escolar. En medio de todo ello se entrelazan historias cotidianas del fútbol amateur y de la vida juvenil en Lleida, elementos de psicología deportiva y una valoración muy honesta sobre éxitos y fracasos personales.
El negro episodio al que la sinopsis hace referencia sucedió el 28 de enero de 1995, y sacudió al mundo del fútbol en general. Un modesto equipo de categoría infantil de Lleida fue embestido por un camión mientras esperaba en un semáforo en rojo de camino a jugar su partido semanal. Era una caravana de coches constituida por cuerpo técnico y padres de jugadores, y un terrible accidente acabó provocando la muerte de uno de los chicos y dejando heridos de gravedad a varios de sus compañeros. La repercusión del accidente, por la dimensión de lo sucedido, fue inmediata. Y el resultado en la vida de Llorenç Bonet, el autor del libro, terrible, en tanto que el fallecido fue su hermano Moisés.
Moisés tan solo tenía trece años en el momento del siniestro. Era un chico diferente del resto a causa de una discapacidad. Su mundo funcionaba con una particular aplicación de las normas por las que todos nos regimos. Pero eso lo convertía en alguien especial, en un chico especialmente alegre y divertido, muy querido por sus amigos, tanto como para conseguir que lo incluyeran en el equipo para que pudiera jugar con todos ellos. Aquel equipo fue entrenado por Llorenç, quien, durante un tiempo, y tal y como él mismo confiesa en las páginas del libro, no fue capaz de gestionar la presencia de participación de su hermano en aquel grupo. Una dualidad que explica con gran sinceridad y que llegó a ocasionarle no pocos problemas de tipo emocional. Se sentía, por un lado, culpable de no tratar a Moisés como a los demás. Pero, al mismo tiempo, era incapaz de revertir aquella situación. Llorenç muestra un gran valor al reconocer el tormento interior que todo ello le causaba. No es nada fácil reconocer los errores propios. Y tiene mucho mérito hacerlo, por lo que su experiencia debería ser de gran utilidad para las personas que viven situaciones similares.
“¿Era posible que, a través del fútbol, pudiera eliminar mis complejos y construir una relación sana y de calidad con el Martí y el Moisès, como la que tenían los profesores del Siloé? Lo era. Lo descubrí cuando me convertí en entrenador de un equipo de jóvenes por primera vez en mi vida”.
El meu germà era futbolista es, por eso, una obra tremendamente valiente y sincera, de un enorme valor por todo lo que transmite. No solo en lo personal, en cuanto al proceso de asimilación de la pérdida que durante todos estos años ha tenido que afrontar, sino también por la valiosa visión que proyecta sobre el mundo del fútbol base. Una mirada lúcida basada en la experiencia de quien ha estado relacionado con el mundo del fútbol desde que tiene uso de razón. Llorenç siempre ha tenido claro que el fútbol era su vida, e incluso ha sido capaz de reorientar su carrera profesional para apostar por dedicarse en exclusiva a él, ya sea como entrenador o como coordinador de fútbol base.
Por eso, lo que describe debe ser escuchado, porque sabe de lo que habla y, además, lo hace desde una mirada que considera el fútbol como una escuela de vida, un espacio de socialización, compañerismo, amistad y aprendizaje de valores. Un lugar en el que se producen milagros como el de conseguir que los jugadores de tu equipo, pese a ocupar la última plaza de la clasificación y no ganas ni un solo partido, sigan yendo a entrenar con lluvia, frío o calor sin perder ni la ilusión por jugar al fútbol ni la capacidad de compromiso con el equipo.
“Nuestros objetivos eran más bien sociales. Éramos un equipo de pueblo, pequeño, creado básicamente para disfrutar del fútbol y el deporte en general. Todos los que estábamos involucrados (cuerpo técnico, jugadores, delegados y padres) éramos conscientes de ello. Así que no nos afectaba demasiado el no ganar partidos”.
Hay mucha emoción en las páginas del libro, pero una emoción contenida, sin efectismos, que busca explicar una vivencia de la manera más sincera posible. Y hay también una gran sensibilidad a la hora de tratar cuestiones relativas a su relación tanto con Moisés como con el resto de sus hermanos, asuntos familiares y de su infancia, del haber crecido en un entorno humilde en el que se aprendió a valorar las cosas. También hay un relevante canto a la vida rural, con una gran capacidad de observación para describir el entorno, el paso de la juventud en un lugar tan pequeño como el Poal, su pueblo.
Y, sobrevolándolo todo, la figura de Moisés, que se sentiría orgulloso si pudiera leer este libro por el maravilloso homenaje que se le hace en él, convirtiéndolo en figura inspiradora para todos los jóvenes que amen este deporte por la alegría que era capaz de manifestar con gestos tan simples como tener unas botas de fútbol, sentarse en el banquillo con sus compañeros y amigos, o saltar feliz como un resorte a la orden de “¡calienta, Moisés!”. Un chico que era el ejemplo de lo que debe ser la pasión por el fútbol, y que el autor, en este libro, tan bien consigue transmitir.
“El Moisès estaba en el banquillo. Había jugado de reserva todos los partidos. Lo hacíamos salir siempre el último cuarto de hora i, aún así, nunca se había quejado. Al contrario, disfrutaba del juego y reía desde donde estaba sentado. Eso sí, siempre me miraba esperando que le dijera la frase mágica: “¡Moisés, sal a calentar!”.
Es, además, un maravilloso tratado de lo que significan los valores en el mundo del deporte y, muy especialmente, en el del fútbol, su gran pasión. Porque en el libro, además de las cuestiones de tipo más personal, se trata en profundidad lo que es el compromiso y la esencia de este deporte.
Lleno de acertadas reflexiones que podrían estar perfectamente impresas en las entradas de campos y vestuarios, bien presentes y a la vista de jugadores, directivos, cuerpos técnicos y padres. Hay una defensa apasionada de la unión entre todos los estamentos que forman parte de un club, pues es gracias a esa implicación y colaboración conjunta cuando se obtienen los resultados que la práctica del fútbol debería ofrecer, y que deberían ir encaminados, sobre todo, a la transmisión de valores y la formación de personas.
“El rol de los padres en el fútbol es un tema complicado. Muchos de ellos no son conscientes de lo que significa tener un hijo practicando deporte. Y por desgracia, en lugar de dar apoyo incondicional a sus hijos, tengan el nivel que tengan, a veces nos encontramos con actitudes inmaduras e incluso nocivas”.
Y otro gran mérito del libro es el de saber encajar con fluidez y de forma muy acertada, con una magnífica escritura, otras cuestiones que no son específicas del fútbol, como el interés por asuntos culturales, las relaciones que se establecen en entornos propios de comunidades pequeñas o el retrato de una época y los hábitos de ocio propios de la juventud de los años 90.
Un libro conmovedor y admirable del que puedo afirmar que es de lo mejor que he leído últimamente, y que es de aquellos que dejan una perdurable huella.
Fotografía de la Televisió d’El Pla d’Urgell
El libro se puede comprar a través de este enlace. Actualmente, Llorenç es gestor deportivo y cultural, así como fundador y gerente de la escuela de fútbol La Toca Football Sports. Ha sido director deportivo del FIF Lleida, coordinador del fútbol base del CFJ Mollerussa, y también ha formado parte del cuerpo técnico del CF Balaguer, la UE Tàrrega y el Lleida Esportiu. Así mismo, fue entrenador de la selección provincial en categoria Alevín por la Federació Catalana de Futbol.
“Dicen que la mente es compleja. No tengo ninguna duda de que la mía lo es. Tuvo que afrontar demasiado dolor, demasiado arrepentimiento, demasiada rabia y frustración, siendo muy joven. Ver la muerte tan de cerca de aquellos niños inocentes con los que compartía emociones cada semana hizo que cambiara irreversiblemente mi forma de mirar el mundo y, por descontado, el fútbol, que ya no asociaba simplemente a un juego, sino que se había convertido en compañero de un espinoso camino”.





















Debe estar conectado para enviar un comentario.